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Análisis internacional, jueves 4 de enero: Susana Mangana

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EC —¿A qué actores estás aludiendo?

SM —Por ejemplo, en cuanto a la comunidad iraní en el exilio me refiero a la comunidad en Estados Unidos. En Los Ángeles hay una comunidad iraní muy vibrante, muy activa, que ha apoyado distintas iniciativas o que ha exigido a distintos Gobiernos estadounidenses que apoyen esa voz de los disidentes, pero también de los exiliados iraníes en el exterior.

También tenemos toda la participación de servicios secretos, por ejemplo de Arabia Saudita, un país que es rival histórico de Irán, aunque ahora la relación está muy tensa. Tú aludías a la participación, al ansia de poder que tiene el liderazgo joven de un príncipe como es Mohámed bin Salmán, el heredero del trono en Arabia Saudita.

Pero también tenemos que tener en cuenta otros factores. Irán molesta mucho a otros vecinos en la región, como el propio Israel, con ese apoyo que tiene tácito a grupos como los [cutíes] de Yemen o Hezbolá en el Líbano, o por ejemplo al Gobierno y al régimen de Al-Ásad en Siria. Eso también ha enervado, ha caldeado los ánimos entre las clases desfavorecidas de Irán, que entienden que una cosa es dar la vida por Irán, por su país, y otra cosa es despilfarrar los dineros del régimen, sobre todo cuando hay un estancamiento de la economía, dándolo a organizaciones islámicas de [caridad] en el Líbano, en Yemen, en Siria. Quieren que termine esa intervención feroz de Irán en países de la región.

EC —El Gobierno, los Guardianes de la Revolución, acusa al expresidente Mahmud Ahmadineyad de estar detrás de las protestas, de haberlas impulsado a través de varias páginas de internet. Hablemos de ese otro protagonista.

SM —Ese protagonista, que ha sido acusado de corrupción en varias oportunidades, es el culpable de que de 2005 a 2013, que son los dos períodos en los que fue presidente del país, haya caído el poder adquisitivo de los iraníes en 73 %. Hay muchísimos jóvenes en la capital, pero también en los arrabales de Teherán, que consumen droga, que consumen heroína, que están desencantados con los ideales de la revolución islámica porque no vivieron ese momento también de ideales, de recuperar los eslóganes del islam, y lo culpan a él directamente de esa corrupción y de falta de cintura para poder atraer la inversión extranjera directa, algo que por cierto no ha conseguido el Gobierno de Rouhaní.

Ahora bien, si hubiera sido una protesta motivada por razones políticas no habrían salido a corear cánticos en contra de la política económica de Rouhaní. Creo que después el envión fue aprovechado por opositores dentro de casa, pero también por estas fuerzas que están apoyando a los disidentes desde el exterior.

EC —Aparece la comparación con la primavera árabe. ¿Qué dirías en ese sentido?

SM —El caldo de cultivo es muy similar, tenemos regímenes muy dictatoriales, que gobiernan con puño de hierro…

EC —¿Regímenes dictatoriales?, ¿a este se lo puede calificar así?

SM —Evidentemente es un régimen en el que hay votaciones, hay elecciones, y en ese sentido es diferente del de algunos países árabes […]. Pero finalmente hay una defensa a ultranza de los valores y los ideales de la revolución islámica que hace que la vida de las personas ahí sea realmente muy limitada en la capacidad de expresión, pero también en libertades civiles. Fíjate que recién ahora están flexibilizando el uso del velo en las mujeres, y aquellas que son arrestadas por no llevarlo debidamente, por no portarlo de manera adecuada según la revolución islámica, son enviadas a cursillos de reeducación islámica. Esto hace que la vida sea muy opresiva.

Si a eso le añades que hay recortes económicos a los subsidios, que hay carestía –por ejemplo el precio de los huevos ha aumentado un 40 %–, la gente no está para consignas políticas si le estás tocando constantemente el bolsillo. Pero yo creo que hay un desgaste tras cuatro décadas de ideales de esa revolución, hay un desgaste propio de todo régimen. En ese sentido hablaba de dictatorial. Por supuesto que hay elecciones, hay participación política, hay alternancia en el poder, pero todo muy controlado con lupa por los clérigos, porque cuando hay candidatos que no son de su agrado pueden perfectamente descartarlos y bajarlos de la carrera electoral. Con lo cual no es una democracia tal y como la entendemos en Occidente.

EC —La primavera árabe, que empezó en 2010, se dio en países con mayoría del islam sunita. Irán tiene una corriente mayoritaria del islam chií. ¿Cómo juega ese factor?

SM —Creo que esta cuestión de la división profunda que existe entre suníes y chiíes la vemos más en el plano de la geopolítica regional de Oriente Medio, en las distintas guerras que se están librando, en que lo sectario juega un rol importante. Pero en las protestas de Irán, como antes en las de Túnez en 2010 y luego en 2011 en Egipto, en Libia, lo que tenemos es el hartazgo de la sociedad civil al ver que hay líderes que están anquilosados, aferrados al poder, que no hay libertades personales, que no hay ni siquiera la libertad básica de ir a votar libremente, de expresarse. Todo eso fue lo que motivó la primavera árabe. Y ese caldo de cultivo, ese resabio, ese desencanto de la sociedad civil con la clase política se está produciendo en Irán no de ahora, sino desde hace tiempo. Justamente porque la represión es siempre tan feroz y porque hay un control hasta de los medios de comunicación, en los que el monopolio es parte del saber hacer de este Gobierno, que como digo no son solo los clérigos, sino que se suman otras fuerzas como la Guardia Revolucionaria, pero también de los [Basij]. Ahí hacen causa común, cierran filas en torno al enemigo que entienden común para ellos, que sería la disidencia política algunas veces, ahora por ejemplo las clases empobrecidas en el interior del país. Por eso la comparación con la primavera árabe es inevitable. Pero yo creo que sí existe un clima revolucionario, aunque todavía es pronto para hablar de un cambio de régimen.

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