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Entrevista central, lunes 12 de setiembre: Óscar Bottinelli, Rosario Queirolo y Adolfo Garcé

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EC —Dice un oyente, Juan: “A nivel de percepción popular, el Sordo fue el showman carismático electoral, combinando con fineza la academia con la comunicación”. ¿Qué dicen de esa descripción, de esa lectura?

AG —Está bueno, como profe tenía lo mismo. Un showman carismático, sin levantar mucho la voz, solo con la mirada, con los gestos, con el tono de voz, se hacía escuchar sin demasiado esfuerzo por 150, 200 personas.

EC —Ayer, revisando lo que se decía en redes sociales, me llamó la atención una frase: “Luis Eduardo González, un ejemplo de superación personal”. Porque desarrolló su carrera y ocupó el lugar destacado que tuvo en las ciencias sociales y la política uruguaya pese a su sordera.

RQ —Es increíble cuando uno piensa que se fue a hacer un doctorado en otra lengua, eso personalmente me impresiona muchísimo, lo escuché hablar en inglés en varias oportunidades y estar en entrevistas en inglés, cómo se manejaba. Ahí hay muchísimo mérito, creo que su sordera lo hizo –suena un poquito paradójico– un gran escuchador, el Sordo no escuchaba pero escuchaba muchísimo.

EC —Justamente, iba a preguntarles cómo se imaginan ocupar el lugar que Luis Eduardo González ocupaba. Se lo pregunto a Óscar, teniendo en cuenta que estaba en actividades muy similares: ¿cómo hace alguien para analizar la política sin escuchar las voces de los dirigentes, sin escuchar los jingles, sin escuchar las canciones? ¿Cómo se llega a ese nivel de abstracción?

OB —Sí, yo muchas veces pensaba sobre todo en algo que para mí resulta muy importante para detectar el funcionamiento político. Yo le doy muchísima importancia al diálogo permanente con los actores políticos, desde que uno recoge miles de informaciones, tener el mapa de todos los caudillos y caudillitos de todo el país, cuánto inciden o no, cuánto se les atribuye una incidencia que después se demuestra que no tienen, ver cómo piensan, sacados del discurso, comiendo, tomando un café. Uno ve cómo ven el Uruguay, cómo ven la política, cómo ven sus aspiraciones, y empieza a construir mapas diferentes.

EC —Eso lo hacía permanentemente.

OB —Tenía mucha dificultad para hacer eso, tenía que hacer un esfuerzo sobrehumano para poder tener ese contacto que además muchas veces requería intermediación. Me pasó de participar en reuniones ya más dinámicas, con Adriana, la esposa, al lado, que era la intérprete permanentemente de lo que él decía. Era el doble el esfuerzo de él.

RQ —Dos cosas. La primera, que él se preocupaba por entender, ese esfuerzo por escuchar, a pesar de que no escuchaba. La preocupación por entender, que pasa muchísimo por el lenguaje corporal, por las expresiones, a veces incluso por cosas de las que uno podría pensar que nadie se da cuenta, él las percibía. Es cierto que en conversaciones más generales podía necesitar de la ayuda de otras personas, y ahí quiero mencionar a Adriana Raga, su esposa; eso de que atrás de un gran hombre hay una gran mujer, eran un equipo y seguro que este trabajo tenía mucho que ver con Adriana y con mucha otra gente también que trabaja en Cifra y que lo acompañaba a las reuniones, como Mariana Pomiés y otra gente que trabajó con él. “¿Me hacés de oído?”, te decía cuando ibas a una reunión. Pero yo después me quedaba pensando que él comprendía muchas otras cosas.

Nunca voy a olvidar una vez, cuando yo apenas empezaba a trabajar con él y fuimos a una reunión con un político –que no voy a decir quién fue–. Fue una reunión muy rara, digamos que ese político quería saber más o menos qué le tenía que decir a la gente para ganar, una cosa muy muy burda. Yo tenía 20 años, salí de la reunión, estábamos él y yo nomás, nos subimos al auto y él me dijo: “Rosario, esto nunca es así, es la primera vez que me pasa, y vi tu cara, no pienses que todos son así”. Realmente había sido muy impactante, había claramente una intención de manipulación en esa persona, y nunca más lo encontré, él tuvo razón. Pero cómo había captado mi expresión, yo no había abierto la boca en toda la reunión, y él había leído. Entonces creo que tenía la capacidad de escuchar, por eso de tratar de entender. Y lo hacía tanto con los políticos como con sus estudiantes. Por eso era tan buen maestro, porque trataba de entender qué era lo que estabas buscando, trataba de ayudarte a llegar al razonamiento que querías alcanzar. Y eso implica una gran capacidad de escucha, a pesar de la sordera.

AG —Sí, pero qué difícil hacer análisis político o hacer opinión pública perdiéndote todas las interacciones que tenemos la suerte de tener otros, que llegás a cualquier lado, te encontrás con amigos, en una comida, con el quiosquero, la gente en la facultad, donde sea, recibimos una cantidad de información adicional que el Sordo no podía recibir. Una cosa impresionante el esfuerzo que tenía que hacer. En los años que interactué con él siempre me quedó la idea de que el Sordo era bastante más sordo de lo que la gente pensaba, le costaba mucho, mucho. Una cosa es un estudio de radio o de televisión, donde podía estar cerca y leer los labios, y otra cosa es una reunión social o una reunión con muchos actores políticos. Dificilísimo para él. Seguía las conversaciones a veces más a inteligencia que a oído.

EC —Vuelvo a los comentarios de ayer en las redes sociales. El periodista Iván Kirichenko escribió: “Rara especie de uruguayo, capaz de decir ‘disculpas, me equivoqué’”. Porque Luis Eduardo González, que había tenido como uno de sus grandes éxitos la elección del año 1994, cuando acertó el resultado en una competencia que venía muy peleada, cuando en otro canal se había anunciado que ganaba Tabaré Vázquez, también tuvo sus tropezones. Por ejemplo, año 2009, cuando dio por aprobado el plebiscito que procuraba la anulación de la Ley de Caducidad. Él lo catalogó como su “mayor derrota profesional”, y luego habló así:

(Audio Luis Eduardo González)

Tengo que pedirles disculpas a los espectadores que nos acompañaron en estas jornadas previas. Tengo que pedirles disculpas al canal y al equipo periodístico del personal, personalizado en ti. Debo decirlo con franqueza, esta ha sido la derrota profesional más dura de toda mi carrera, y el haber pasado muchos años sin conocer un fracaso de este calibre me la hace más pesada. Pero así son las cosas.

(Fin audio)

EC —¿Qué dicen de esta faceta? Óscar, ¿te ha tocado enfrentar situaciones parecidas?

OB —De esa magnitud no. Pero sí, es difícil. Yo en general he sostenido la tesis de que en la medida en que lo que uno presenta es un conjunto de datos deja y abierta una serie de posibilidades y no anuncia un resultado de manera categórica –lo que sería una proyección de escrutinio, en que ahí sí uno anuncia un resultado–, lo que se dice son probabilidades. Como el caso de la mayoría parlamentaria del Frente Amplio en el 2014 o el caso de las elecciones internas, en que había probabilidades para un candidato y para otro. En materia de proyección de escrutinio es más duro el tema porque se anuncia un resultado, y además el drama es que entre lo que uno anuncia y lo que la gente interpreta hay un gap peligroso. El más claro fue el de 1994, fue dramático, la gente salió a festejar un resultado que no era, e incluso hubo algún incidente provocado por eso. Pero a veces lo que se dice tiene un condicional que la gente obvia. En ese sentido han ayudado mucho los dirigentes políticos porque han reaccionado con mucha claridad cuando han visto que el condicional desaparece y salen ellos a afirmar, entonces ya dejaban la cosa consumada.

RQ —Creo que la capacidad de pedir disculpas era la contraparte de su ser profesional, de su búsqueda del trabajo bien hecho, de la responsabilidad con que siempre se tomó todo, de la perfección. Es la otra parte del mismo conjunto, con todo lo que cuidaba los detalles. A todos los que trabajamos con él siempre nos preguntaba “¿te dejás cortar la cabeza por esto?”. Te pedía cualquier cosa, ibas, le mostrabas los datos y te decía “¿te dejás cortar la cabeza por esto?”. La primera vez te volvías corriendo a revisar, después ya trabajabas para que cuando te preguntara eso pudieras decir “sí”. Lo hacía continuamente, era el ejemplo de trabajar de esa manera, entonces claro que cuando algo no funciona como él esperaba iba a pedir disculpas, porque estaba convencido de que hasta ahí estaba. Nuestro trabajo creo que tiene mucho de ciencia, pero tiene mucho de arte, él siempre lo decía, “acá también hay mucho de arte y estas cosas son probabilidades”.

AG —Pienso lo mismo, puede ser visto como una dimensión de su profesionalismo extremo, maniático realmente, perfeccionista, y también es una dimensión de su coraje, ese coraje del que hablábamos recién: con ese problema para escuchar haciendo opinión pública, con ese problema para escuchar yendo a los medios, con ese problema para escuchar dando clase, con ese problema para escuchar yendo a Estados Unidos y haciendo un doctorado en otro idioma. Con todo el esfuerzo que ponía para hacer las cosas bien, tener el coraje de reconocer errores es espectacular.

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