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Entrevista central, lunes 24 de julio: Emanuel Adler

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EC —Lo que usted sostiene es que la integración latinoamericana debería tener como eje las prácticas democráticas y, como complemento, lo otro, lo que hasta ahora ha parecido prioridad, lo económico, lo comercial, etcétera.

EA —Yo diría como medio.

AG —A mí siempre me intrigó mucho este asunto de que en América Latina nos hemos preocupado desde 1850 en adelante mucho más por lo económico que por lo político. Creamos la Comisión Económica para América Latina (Cepal) a mediados de los 50, ¿por qué no creamos la comisión para la democracia, si el principal drama que tiene este continente es el fracaso de la democracia? En Brasil, ¿vieron lo que es la controversia sobre el desarrollo económico desde 1920 para adelante?, ¡es espectacular!, sin embargo, no encontrás un debate de esa sofisticación sobre la política brasileña. La ventaja que tenemos, creo que parte de lo que explica nuestra ventaja en términos democráticos, es que hemos acumulado, aprendido, olvidado, avanzado y retrocedido, pero siempre pensando en la democracia: caudillos y doctores, blancos y colorados, un siglo y medio más de discusión sobre cómo construir el autogobierno, y esa es nuestra ventaja comparativa.

EA —Sí, yo quiero agregar que en Uruguay, más que en otros países, porque incluso en Argentina hubo experimentos populistas bastante importantes, hubo momentos de luchas con violencia, golpes de Estado, etcétera, pero eran momentos de desequilibrio, después volvía el equilibrio con la democracia. Cuando Europa comenzó, después de la Segunda Guerra Mundial, a integrarse, la idea no era hacer integración económica sino convertir a Europa una zona de paz, terminar con los cientos de años de guerra. Para hacerlo empezaron con una comunidad de carbón y acero, el resto fue histórica. Todas las organizaciones, instituciones y prácticas económicas fueron medios para lograr lo que en realidad se logró, y es un valor que yo espero que no se pierda, aunque se puede perder. Yo me pregunto cuál es esa meta fundamental de América Latina como fue la paz en Europa.

AG —Es la democracia.

EA —Exactamente.

EC —Es interesante porque implica replantear el Mercosur, por ejemplo, ¿no? Y además, quizás, simplificar la integración, porque estamos inundados de mecanismos y organizaciones.

EA —No solo 100 % sino 200 %.

***

EC —Tengo algunos mensajes personales de gente que lo ha conocido, como Juan, que dice que con “Manolo Adler” ha coincidido en Berkeley y le envía sus saludos.

EA —Y yo le mando un saludo muy grande también.

EC —Después aparecen preguntas como esta: “¿En qué barrio nació y a qué escuela fue?”.

EA —Viví en Canelones, entre Ejido y Yaguarón, y fui a la Escuela Chile.

EC —Después pasó buena parte de sus primeros años en Piriápolis, ¿no?

EA —Sí, claro, mi padre tenía un hotel allí. Tuve una niñez de película, frente al mar, era el hijo del dueño del hotel, podía abrir la heladera sin problemas…

EC —Era el Hotel Rambla, ¿no?

EA —Sí. Siento un cariño enorme por Uruguay y por Piriápolis en particular.

EC —Es un teórico de las relaciones internacionales, ya lo hemos dejado claro. A la luz de sus aportes en esta materia, ¿qué dice a propósito del cambio en el escenario internacional que se dio a partir de la victoria de Donald Trump en Estados Unidos, o del brexit, que determinó la salida de Reino Unido de la Unión Europea?

EA —Son cambios muy grandes, yo cuando escribo de órdenes sociales internacionales no los veo solamente como órdenes verticales de poder, sino también en un espectro que va de la interconectividad y el internacionalismo a el nacionalismo extremo. En dos palabras, la respuesta tiene que ver con la identidad y con la ira, la rabia; es la identidad y el afecto. Cada país tiene su propia historia, pero hay algo en común entre los dos y tiene que ver con varios factores fundamentales. El nacionalismo es la identidad más importante que hubo desde principios del siglo XIX y esto no cambió, ni siquiera en la Unión Europea. La pregunta es qué tipo de nacionalismo, ¿cívico, populista, etcétera? Lo que pasó es que estamos en la segunda ola de globalización y, como en la primera a principios del siglo XX, hay perdedores, que tienen mucha rabia e ira. Cuando hay una situación así vienen los charlatanes, los líderes que saben aprovechar esa energía para llevarla directo al pueblo y decirles: “Yo les voy a arreglar los problemas, solo yo, no las instituciones ni las viejas elites”. Eso es lo que pasó en Estados Unidos, hay un 40 % que dijo: somos los perdedores, llegó nuestra hora. Además. hay un factor cultural, que tiene que ver con la identidad y la rabia; por ejemplo, en Estados Unidos cuando Trump dice “Make America great again”, dice “Make America white again”.

AG —En el fondo es eso.

EA —Es un deseo del estadounidense de volver a los “good old days” de Eisenhower donde todos eran blancos y vivían en los suburbios y el resto eran minorías. En el brexit hay algo parecido: la identidad nuestra como británicos, no como europeos. En Londres, que es un centro liberal, perdió el brexit, pero en las afueras rurales, en las zonas donde están los que perdieron con la globalización… Hay otros temas también, la inmigración, el terrorismo, causan una reacción contra el otro, el que no es como nosotros. Los charlatanes saben cómo aprovechar esa energía y ahí se junta el nacionalismo con el populismo y es como fuego. Contestando a tu pregunta, es un problema para América Latina, en cierta medida, pero si uno se basa en la noción de que hay no uno sino varios órdenes internacionales superpuestos, también es una oportunidad para América Latina.

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