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Entrevista central, miércoles 1 de junio: Pablo Bartol

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EC —Por último vayamos a los mayores, de 17-18 años a 24, aproximadamente. Ellos son los destinatarios de la capacitación laboral. ¿En qué consiste?

PB —A eso le hemos llamado “la red barredera”. Está dirigida a todos los que se nos cayeron por el camino o que en la zona se han desconectado de la educación pública, llegan a los 18 años y capaz que hace cuatro, cinco o seis años que no estudian, nunca han tenido una experiencia laboral, tienen grandes dificultades para insertarse en el mercado de trabajo. Entonces les damos una capacitación básica de cinco meses que pasa va desde lo técnico, más electricidad, neumática, mecánica, en el caso de laboratorio toda la práctica de laboratorio, hasta lo actitudinal. Tienen 70 horas de talleres con dos psicólogas que trabajan todo lo que son las actitudes respecto al mundo del trabajo. Viene a ser una introducción al mundo del trabajo formal, lo que son los gestos, los horarios, las actitudes que se esperan dentro de una relación laboral normal. Que se vayan metiendo en ese mundo, que es el que se les viene, ya están sobre los 18 años, tienen que entender que se acabó la siesta, se acabó la buena vida –entendida en el sentido de hago lo que quiero– y empieza el mundo de los adultos, que es cumplir horarios de trabajo, cumplir tareas, recibir órdenes, cumplir metas. Por ahí viene la vida adulta y tenemos esos meses para tratar de generar ese shock de decir “está bien, quiero esto”.

EC —Dijimos que el centro educativo Los Pinos apostó en buena parte de su trayectoria hasta ahora a la educación no formal. Por esa línea se diferencia de otras instituciones que se conocen en la zona, de las que se habla mucho, por ejemplo el Liceo Jubilar o el Liceo Impulso. Pero no es la única diferencia, hay otra diferencia que me llamó la atención cuando charlamos con ustedes en estos días. Esos dos ejemplos que mencioné son liceos gratuitos, los alumnos no pagan; acá los alumnos sí pagan, pagan $ 390 por mes. ¿Por qué llegaron a esa decisión, que en principio desconcierta un poco?

PB —Es una manera más de medir el compromiso de las familias con la actividad que se hace aquí. Es un pequeño indicador, obviamente que $ 390 por mes por estar toda la tarde con actividades y docentes aquí no llega a ser el 10 % de lo que costaría una actividad de estas. Es cierto que el Estado apoya, pero también nos parece importante que haya una contrapartida. Esa contrapartida la pedimos en primer lugar en dinero, pero si la familia no puede no pasa nada.

EC —Justamente, ¿qué pasa si no se puede, si no se accede, si no se llega a pagar esa cifra?

PB —Les pedimos que por lo menos alguien de la familia venga un día al mes a trabajar aquí. Se supone que si no tenés esos $ 390 es porque no tenés trabajo, si no tenés trabajo tenés tiempo, si tenés tiempo te pedimos que vengas a dedicarnos un día aquí.

EC —Y eso funciona, ocurre efectivamente.

PB —Es una pulseada larga, permanente, que es parte de la tarea educativa que creemos que tenemos en el barrio. Porque la tarea educativa no es solo con los niños, está claro que tiene que ser con la familia completa. Esa pulseada es parte de la educación que hacemos hacia toda la familia. De eso se encargan las trabajadoras sociales, tratan de que la familia progrese, salga adelante, se haga cargo de sus temas y que sienta un verdadero compromiso con lo que hacemos con su hijo aquí. Este tema de cobrar o generar una contrapartida es superdiscutido en estos entornos, desde en el BID hasta todos los organismos y las mil experiencias sociales que hay. Unos optan por pedir otro tipo de contrapartidas, como colaborar en algunas actividades del centro, lo que sea; nosotros la tenemos así, nos ha funcionado, la gente lo agradece y creo que tener 300 niños en lista de espera indica que las familias del barrio quieren esto y el modelo funciona.

EC —Estoy repasando mensajes de los oyentes. Y encuentro este que dice: “Seleccionar a los alumnos por el compromiso de las familias con la educación es muy fácil. El problema es ocuparse de los otros, los que atiende la educación pública”. Acá entramos en un factor polémico.

PB —Sí. Tiene razón, está claro que es más fácil atender a aquellos cuyas familias tienen un compromiso. El Estado tiene que ir diseñando programas para distintas problemáticas, lo complicado es cuando querés meter en una misma bolsa a todo el mundo y tener un mismo modelo que sea útil para sacar adelante todas las situaciones. Creo que hay situaciones de niños y de familias que requieren una atención mucho más especial, individual. El INAU ha definido estos centros o estos programas para atender grupos de niños con problemáticas que en principio tienen que ser más o menos similares para que avancen. Si no, si hay dificultades muy grandes en algunas familias o en algún niño, terminan arrastrando a todo el resto y al final ninguno progresa. O lo que pasa en tantos centros, esas familias problemáticas terminan problematizándolos. Yo he ido a muchos centros y me lo dicen: “Tú pedís compromiso, nosotros no pedimos ninguno”. A veces les pregunto: “¿Y cuántos tenés en lista de espera?”, “Ninguno, y apenas cubro el cupo que me da el INAU”. Y les digo: “¿Y no será que, justamente, como no creás un espíritu de compromiso y todo lo demás, terminás problematizando al propio centro y la gente al final no quiere venir aquí?”.

EC —Hemos caminado unos pocos metros por las galerías del Centro Educativo Los Pinos, ya no estamos tan calefaccionados como en la biblioteca. Ahora estamos al aire libre, en la puerta de uno de los talleres. El director Pablo Bartol entró antes que yo y puso un poco de orden, entró saludando: “Buenos días, ¿cómo andan?”. ¿Qué les pediste?

PB —Un poco de silencio, porque si no va a retumbar.

EC —¿Qué es este taller? Contanos primero tú en dos palabras y después hablamos con los profesores y eventualmente con los alumnos.

PB —Este es el taller de laboratorio, es un programa que empezamos hace cuatro años, cuando vimos que la industria farmacéutica en Uruguay estaba creciendo mucho y tenía gran demanda de trabajadores especializados. Pensamos que era un buen sector donde meternos. Teníamos experiencia en el sector industrial en general y decidimos hacer algo más específico. Pero como requería más capacitación, para hacer este curso tienen que haber salvado tercero de liceo. Así que hay una exigencia mayor que la que teníamos para el curso de Industrial, que era solo educación primaria aprobada.

Aquí están haciendo las prácticas de laboratorio, con máquinas iguales a las que se van a encontrar en un laboratorio.

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