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Entrevista, martes 25 de octubre: Leonardo Costa

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EC —Te preguntaba a propósito del turf y terminaste hablando de la presidencia de Jorge Batlle. ¿Cómo fue ese paso, cómo fue que terminaste siendo designado en el cargo de prosecretario?

LC —Las casualidades, porque si había algo que yo no tenía pensado era eso. Me había ido a estudiar a EEUU en el 97, y antes lo había ayudado con la ley de inversiones, que es la que está vigente, hay algún artículo que se lo mandé yo y él impulsó la ley. Me dijo: “Usted se va a ir a EEUU, cuando vuelva me tiene que llamar”. En EEUU tuve la oportunidad de quedarme a trabajar y como tenía algún compromiso laboral acá me volví, volvimos con mi señora, y lo llamé. Me dice: “Lo voy a llamar a Luis Mosca para que se vaya a trabajar el Ministerio de Economía”, y le digo: “No, yo tengo un trabajo privado, no quiero trabajar en ningún lado, olvídese. Si quiere me llama y yo le hago las cosas que me pida con mucho gusto”.

Año 99, yo trabajaba en la actividad privada, pero daba una mano en lo que podía, bien como votante de base. Estaba por ser designado socio en el estudio Ferrere cuando me llama Jorge Barrera como a las 3 de la mañana y me dice: “Mirá que te va a llamar Jorge Batlle, vas a ser el prosecretario de la Presidencia”. “¿Qué? Pará un momentito…”.

EC —¿A qué hora fue la llamada?

LC —A las 3 de la mañana.

EC —¿Era común eso?

LC —No, no; además el susto, que a las 3 de la mañana te suene el teléfono… “Te va a llamar mañana, aprontate”, “Jorge, estás loco, pará un cachito”. De mañana aquello parecía ser una locura de Jorge Barrera, pero digo: “No, esto debe de ser algo más, porque si no Jorge Barrera no me llama a esa hora”. La cuestión es que de mañana me fui al Radisson, donde estaba su comando, y logré hablar con él: “Me llamó Jorge Barrera, yo necesito saber”, porque tenía miedo de que se filtrara eso y que Daniel Ferrere me dijera “no me dijiste esto”, esa cuestión de trabajo que a veces uno tiene. Que en todo caso se enterara por mí, si era cierto y después vería qué hacía.

Me dijo: “Sí, tal cual, dígame cuándo puede empezar acá conmigo”. A lo cual ni siquiera dije “déjeme pensarlo”, dije “OK, vamo’arriba”. Llegué al estudio y le dije a Daniel: “Me ofrecieron esto y no puedo decir que no”. Yo siempre había trabajado con él y me parecía que si me daba una oportunidad por lo menos por un año lo iba a hacer, ese era mi horizonte de tiempo. Una gran generosidad, porque yo no tenía actividad política, no tenía experiencia política ninguna, lo único que tenía era, según él, capacidad para trabajar. Pero no tenía ninguna experiencia política y fue bastante evidente. Pero él dio gran libertad de trabajar, esa quizás fue su mayor faceta, incorporar gente joven, darle libertad de trabajo, no exigirle militancia política. No importaban los partidos, se incorporaron personas como Mario Bergara, Pablo Valenti, un montón de otra gente que era notoriamente de otros partidos.

EC —Bergara en aquel momento integró la Ursec.

LC —Sí. Se lo presentamos con mi hermano, “acá hay una persona así y así”, “vamo’arriba”. Tuvo una relación muy buena con Mario y con otra gente más.

EC —Batlle tenía una muy buena relación con Seregni, y fue a partir de Seregni que se produjeron, creo, algunos de esos nombramientos, por ejemplo el de Bergara en aquel momento.

LC —Empezó mucho más por una […] nuestra. Después hubo un acercamiento, Mario fue un gran puente entre Jorge y Seregni, que creo que ayudó muchísimo esa relación. Pero la realidad es que fue una cosa… me llamaban amigos “che, si puedo dar una mano”, “mire, Jorge, hay una persona así y así”, “póngala en tal lado”. La verdad es que hubo buenos inventos de gente que después no siguió en la actividad política por diversas razones. Primero, por la situación del Partido Colorado, y segundo, que muchos éramos trabajo a término. Yo destaco siempre su generosidad para convocar a gente, cuando de pronto el compromiso normal era citar a un individuo con votos. Eso a veces nos traía los celos de los que tenían votos, pero Jorge lo toleró muy bien. Naturalmente destaco de esa época su humor, a pesar de las situaciones que tenía y las situaciones que después se vinieron, como la del año 2002. Pero siempre de buen humor. Estábamos por entrar a la Casa Blanca para hablar con Bush, y cuando estábamos para entrar al Salón Oval llega la noticia de la aftosa.

EC —¡Claro! Recuerdo la expectativa que se había generado en torno al encuentro Batlle-Bush en Washington y cómo todo aquello se derrumbó en un segundo por la noticia de la aftosa.

LC —Estábamos saliendo de la embajada a la Casa Blanca cuando cae la noticia. ¿Y ahora cómo improvisamos? Obviamente ya no era “voy a vender carne”, aquello que él decía, “la vaca les gana”. No había nada para vender. La cuestión es que sacó la entrevista como pudo y generó una relación de gran carisma personal entre él y Bush, que fue lo que a la postre después nos salvó. Esa relación nació en una reunión en Canadá por el ALCA, en la que se sentaron juntos, “USA, Uruguay”, y al lado estaba Venezuela, era “USA, Uruguay, Chávez”. Una cosa muy graciosa, y él también sirvió de pivote con Chávez. Tuvo una relación muy buena con Bush, también con Chávez, lo reconocía como un “loco lindo”, a pesar de que discrepaba muchísimo con él.

EC —Saltemos a los últimos años, ¿cómo era tu relación más recientemente?

LC —Después de que salí de Presidencia, que me dediqué de lleno a la actividad privada, no tuve una relación muy cercana con Jorge; por el contrario, en algún momento fue muy distante, incluso sin diálogo. Durante dos o tres años no nos hablamos directamente, y nos reencontramos después gracias al turf, de vuelta. Yo era presidente de la Asociación de Propietarios, había una reunión en París a la que él iba a hablar en lo que sería la FIFA de los caballos, y me llaman de Hípica y me dicen: “Va a ir Jorge Batlle, ¿vos podés ir con él?”. “No tengo ningún problema, cómo no voy a poder ir”. Nos encontramos acá en Montevideo, me dice: “¿Cómo le va, cómo anda? Cuénteme de sus caballos”. Y empezamos a hablar de vuelta de caballos. En París durante horas y horas hablamos de caballos, no hablamos de política, una cosa graciosísima, hablábamos solo de caballos. Había ganado una yegua que después fue doble coronada en el Arco de Triunfo que se llamaba [Trebé], y él dijo: “Hoy gana [Trebé]”. Le digo “Es una yegua, ¿cómo va a ganar?”. “Acuérdese de mí, gana [Trebé].” Y ganó [Trebé].

En esos dos o tres días charlamos muchísimo y nos reencontramos. Me llamaba alguna que otra vez por la mañana, yo lo llamaba, vinculado a cosas estrictamente del Estado, ni siquiera del partido, porque sabía que yo no tenía vocación de hacer actividad política. Hablábamos de cosas del Estado, “¿qué le parece tal decisión?”, y muchas veces estábamos en desacuerdo. Pero mucho respeto y mucho reencuentro. Gracias a los pingos nos reencontramos. Es una cosa hasta humana del cariño mutuo que nos teníamos a pesar de las diferencias que tuvimos en algún momento.

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Transcripción: María Lila Ltaif

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