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Tertuliando con Lincoln y Maggi

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por Mauricio Rosencof ///

Una vuelta, hace dos o tres años, entrábamos al boliche con el Pibe y Lincoln, a continuar, poco menos que al mostrador, la tenida de los viernes.

Maiztegui, de andar bohemio y el ultimo mechón despeinado, se instala y nos regala un disco. Maggi lo mira, me mira y dice: “¡También canta!”

Lo teníamos de historiador, periodista, músico, con un libro sobre Mozart, qué se yo. Y además, bolso. Con Lincoln, en la mesa, éramos mayoría.

El disco se titulaba De otro tiempo. La mayoría de los versos eran de Lincoln. Las músicas, todas suyas, como suya era la voz que grabó los temas para los amigos. No salió y se puso a la venta. No. Los adjudicaba en mano propia.

En la introducción, de mano propia, da cuenta de su intencionalidad: “Al doblar el recodo final de la vida, a uno le da por preocuparse por la forma en que será recordado. La mayoría de las cosas que hacemos se marchan con nosotros a la fosa común del tiempo y el olvido”.

No se la llevo. Y creo que él tampoco, porque dos líneas mas adelante se manda el “pero”: “Pero siempre alienta la esperanza de dejar algo capaz de testimoniar que, al menos, pasaste por este mundo”.

Lo que son las cosas. Fija que no pensaste que aquella mañana con Maggi y en el boliche iba a quedar en la memoria de uno, Lincoln, que la comparte, tanto que te cuento que el sábado metimos tres y quedamos en punta. Con todo, hermano.

El Ruso

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