Puedo describir a grandes rasgos la trama de La casa de papel. Sé los nombres de los personajes, sé que Nairobi dice en un momento icónico “empieza el matriarcado”, sé que hay un Berlín y hasta más o menos puedo imitar cómo habla, sé que Álvaro Pérez, decano de Comunicación en la UM y tertuliano recurrente de los viernes, es el calco del Profesor.
Pero no he visto ni un solo capítulo de la serie. No por hacerme el superior: no he encontrado el tiempo.
Que en las redes se hable de algo que desconozco lo puedo tolerar o no tendría Twitter, pero ¿en la vida real? Nunca. Cumpleaños, reuniones de amigos, almuerzos familiares, en el trabajo: una y otra y otra vez La casa de papel. Tanto me ahogaron en comentarios y debates y chistes y memes que no hubo escape. Cero chance de decir “no, no me spoileen”.
Quedé por fuera.
Como cada vez es más fácil consumirlas, las series han acaparado el zeitgeist, el espíritu de los tiempos, más todavía que los tanques hollywoodenses tipo Marvel. Desde que Netflix reventó en 2013 que se viene construyendo una burbuja cada vez más monstruosa de entretenimiento. O más: de contenido. Porque también incluye los 65 años de video que se publican en YouTube y las 80 millones de fotos que se suben a Instagram cada día (¿cómo no te enteraste de que tal amigo está en India/fue padre/tiene un emprendimiento de comida vegana? ¿No viste sus historias?), o los arriba de 700.000 podcasts que pueden escucharse en tu app amiga.
La casa de papel puede haber sido el pico, pero cada juntada pasa en algún momento por comentar qué serie se está mirando. Recuerda a ese sketch de Portlandia donde los amigos no pueden tener una charla de corrido porque siempre a alguno no está al día con tal serie.
Están las viejas: Twin Peaks, Los Soprano, The Wire. Están las argentinas: El marginal, Eléctrica. Las animadas: Rick & Morty, Gravity Falls, Big Mouth. Según este tuitero argentino autodenominado “recomendador serial”, esa compañía chiquita e independiente de nombre HBO está teniendo un gran semestre gracias a Chernobyl (buenísima), Euphoria (de adolescentes, con Zendaya, la tengo en carpeta) y también Years and Years (¿y esta? ¿de dónde salió?).
Aunque de la que más han hablado los críticos en lo que va del 2019 es de Fleabag (¿¿en qué momento voy a encontrar tiempo para verla??), de Amazon Prime Video (¿quién corno paga Amazon Prime Video?); y acaba de salir la temporada final de Orange Is The New Black y está por estrenarse la nueva adaptación de Watchmen; TV Ciudad distribuyó una serie documental que parece súper interesante sobre campañas electorales y si quiero entender de qué habla la gente en Twitter debería darle alguna mirada a MasterChef y aparentemente hay una comedia argentina divertida donde la “China” Suárez hace de polaca (¡!). Me alegré cuando Netflix canceló su celebrada Tuca & Bertie porque así cuando me haga un hueco para verla tendrá una temporada sola y no cinco.
En 2018 hubo 495 series guionadas en Estados Unidos. Solo con Netflix se está ante un torrente de contenido y todo el tiempo hay gente recomendando cosas que pareciera que si no las ves estás quedándote por fuera, otra vez, del zeitgeist. Lo estadounidense ya es un Everest, pero a eso hay que sumar el contenido británico (The End of The Fucking World, Bodyguard, Broadchurch), español (El tiempo entre costuras, Las chicas del cable, El Ministerio del Tiempo), alemán (Dark), italiano (Gomorra), francés (Les Revenants) y ahora resulta que también están geniales las series nórdicas (Borgen, Sorjonen, The Killing, El puente).
Ah, sí, Facebook y YouTube están promocionando sus shows originales.
Todo esto sin contar que siguen estrenándose películas en cines, siguen publicándose libros por decenas, sigue editándose tanta música que justifica, todavía en 2019, una categoría de Mejor álbum de inspiración cristiana en los Premios Graffiti.
¿Dónde termina el flujo de contenido? ¿Dónde se pincha la burbuja? Como entusiasta del cine y como estudiante de guion, es la tierra prometida. Como consumidor con un trabajo de ocho horas, es apabullante. Genera estrés. Genera FOMO: Fear Of Missing Out, miedo de estar perdiéndote de algo.
"El ocio se ha convertido en un insufrible no hacer nada", dice el filósofo coreano Byung-Chul Han en esta entrevista con El Mundo. Llega incluso a postular que la forma en que se consumen las series en una sentada –lo llama “visionado bulímico”- es consecuencia de un neoliberalismo que busca forzarnos a consumir más y más.
¿Es así como termina el mundo? ¿Con temperaturas que suben mientras estamos todos encerrados consumiendo contenido de calidad? ¿Ya no estupidizados frente a la televisión, como se decía antes, cuando el atractivo nocturno era VideoMatch o Gran Hermano, sino mirando BoJack Horseman?
¿Y qué rol cumplimos los periodistas en esto? ¿Somos solo un filtro, la última barrera de contención antes de que el algoritmo reine? ¿Somos solo recomendadores seriales?
La no-ficción te cuenta qué está sucediendo en el mundo y la ficción llega a la esencia de lo humano. Contar historias es propio de la especie. Así nos explicamos, así entendemos, desde que los primeros hombres y mujeres se sentaban en torno a un fuego. Pero si como periodistas solo recomendamos, nos rendimos al ocio vacuo. Nos rendimos a que como la gente trabaja todo el día, cuando llega a casa no quiere pensar, entonces te recomendamos Élite o ¡A ordenar! Con Marie Kondo.
La experiencia humana reducida a ver. Reducida a FOMO y estrés.
En The Subtle Art of Not Giving a Fuck -traducible como El arte sutil de que todo te importe un carajo-, Mark Manson habla de tomar responsabilidad, de que nadie es especial, del valor del sufrimiento, y también habla de la muerte. Dice que reconciliarse con la mortalidad elimina todas las cuestiones cotidianas y plantea una pregunta única: ¿cuál es tu legado?
Desde que lo leí que pienso en eso. En cómo el llegar a casa después de trabajar, prender la tele y poner Friends puede ser un buen bálsamo para el agotamiento, el burn-out del que también habla Byung-Chul Han, pero a la vez es ponerse una venda para no preguntarte por qué ese agotamiento. Y que la recomendación serial combinada con la producción interminable de contenido acaba construyendo un espiral descendente, donde uno está tentado de dejar que la cuenta atrás de Netflix corra y active el siguiente capítulo porque tengo que terminar de ver esta serie y arrancar a ver la próxima.
(Por cierto, según su tráiler, Years & Years tiene terrible pinta).
Volviendo a Mark Manson, en un posteo de su blog habla de que así como la economía de la segunda mitad del siglo XX, con su desindustrialización y su aumento de trabajo de oficina, trajo la necesidad de dietas nutricionales, el mundo de hoy requiere generar una “dieta atencional”. “En un mundo de información y oportunidad infinitas, no crecés por saber más o hacer más, sino por la habilidad de concentrarte en menos”. Tenemos que lograr que nuestros hobbies trabajen para nosotros y no contra nosotros, dice Manson.
El ocio bulímico no es descansar del agotamiento, es una de sus causas (y no le estoy sacando responsabilidad a la jornada de ocho horas, a lo pesado que puede ser un viaje de ida y vuelta al trabajo, más si es en transporte público, más si hace mucho frío/calor; ni a la cultura de trabajar demasiado como un valor en sí mismo ni a lo cortos que son los fines de semana). Si pasaste tu sábado viendo siete capítulos de Stranger Things (hablo desde la experiencia), ¿hiciste algo en realidad? ¿No te dan ganas de crear algo, aunque sea efímero, aunque sea para tu propio disfrute? ¿No precisás relacionarte con gente? ¿Cuál va a ser tu legado? ¿Saberte de memoria los apellidos de los personajes de Game of Thrones? Si mirás para atrás y ves que no hiciste nada, no aprovechaste el tiempo, lo único que hiciste en el fin de semana fue mirar The Good Wife, sobreviene más desazón y más burn-out y más ganas de poner Friends y tomar coca light.
Y así olvidarte, también, de que afuera la temperatura sigue subiendo.
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