Por Mariana Wainstein ///
“Nunca nadie se ha vuelto pobre por dar”
Anne Frank
En todos los grandes teatros del mundo, un aspecto importantísimo del desarrollo institucional es la recaudación de fondos, o fundraising. Convocar sponsors, ofrecerles diferentes ventajas de acuerdo al monto de sus aportes y hacerlos sentir parte del teatro ha sido esencial en la gestión cultural del último siglo.
Leyendo artículos sobre las convenciones estadounidenses llaman la atención los costos de producción. Al igual que en los principales teatros del mundo, en la página web de la Convención Demócrata se exhibe la lista de las empresas y organizaciones que han aportado a la causa. No es así en la página web de la Convención Republicana. Se dice que hay varias empresas que prefieren no aparecen como sponsors de Donald Trump, y quizá esa sea la razón de que hayan decidido no publicar una lista que seguramente existe.
Ninguna de las dos convenciones bajaron de los US$ 100 millones, si juntamos los gastos de puesta en escena y medidas especiales de seguridad para las ciudades anfitrionas. Se calcula que la Convención Republicana costó US$ 114 millones y la Demócrata US$ 127 millones. No hay muchos espectáculos en el mundo que puedan ostentar esos presupuestos. Algún megaespectáculo en Las Vegas, tal vez. Pero la producción de ópera más cara en el mundo no llega a la décima parte de esa cifra.
El Gobierno federal ha entregado a cada ciudad (Cleveland, Ohio, anfitriona de la Convención Republicana y Filadelfia, Pennsylvania, de la Convención Demócrata) la suma de US$ 50 millones de dólares cada una. Por supuesto que las ciudades que reciben a las convenciones cada cuatro años lo hacen esperando un ingreso a sus economías superior a lo invertido, basado en los miles de delegados y visitantes que durante cuatro o cinco días llenan sus calles, negocios, hoteles y restaurantes. Por ejemplo, se calcula que la Convención Republicana de 2008 generó ganancias a la economía de Minneapolis, sede la convención, por US$ 153 millones.
Todo este mecanismo para solventar estos shows mediáticos supone primero que nada reconocer que si no fuera a través de la televisión posiblemente millones de hogares ni se enterarían de que en noviembre hay elecciones y de quiénes son los candidatos. Segundo, a diferencia de lo que podría pensarse, el show no desmerece a la calidad democrática. Por el contrario, hace que el ciudadano se involucre y además genera una cadena de valor.
Esto se da en una sociedad que cuenta con un sistema de exoneración fiscal muy aceitado. Podemos admitir que las cifras que se gastan para estos megaespectáculos de la política pueden resultar obscenas, pero en EEUU no es aquí donde van las principales donaciones, sino a todo tipo de fundaciones, instituciones sin fines de lucro, artísticas y educativas, y por supuesto a las grandes y prestigiosas universidades y a la investigación.
Muchas de estas donaciones también financian causas filantrópicas en la medida que los ciudadanos no esperan todo del Estado y han sabido crear un sistema que se terminó de consolidar a principios del siglo XX, donde los mismos ciudadanos se hacen cargo del desarrollo de su sociedad.
En Uruguay todavía estamos reflexionando a nuestro mejor y lento estilo sobre las ventajas de generar ese tipo de relación entre ciudadanos e instituciones, que no solo pasa por el dinero sino por generar un sentimiento de pertenencia y de responsabilidad entre diferentes sectores. Pero este quizás sea otro tema para otro artículo…
Volviendo a las convenciones norteamericanas.. Si todo es un show, y tan caro, ¿queda algo librado a la improvisación? El discurso “plagiado” de Melania Trump, la esposa de Trump, fue realmente un descuido o una movida estratégica y calculada para acaparar minutos de televisión gratis en los principales noticieros?
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La política a escena es el blog de dramaturgia política de Mariana Wainstein. Actualiza los jueves.