Por Eduardo Rivero ///
Wilson Ferreira Aldunate definía a Uruguay como “una comunidad espiritual”. Es decir, algo más de tres millones de personas capaces de compartir una misma huella de identidad, aunque científicamente parezca imposible. Esa huella en común es ser parte de una misma cultura, lo que nos permite mirarnos en un mismo espejo, diferente al de cualquier otra parte del planeta. Nuestra forma de vivir la política, el fútbol, la música popular, es también peculiar y diferente a la de otros pueblos. También lo es la forma de vivir el Carnaval.
Más allá del innegable origen proletario de la fiesta de Momo, determinadas canciones carnavalescas han sabido, por un lado, permanecer en el tiempo como íconos culturales, y por otro, cruzar trasversalmente las más diversas capas sociales y convertirse en material de expresión policlasista. Entre las creaciones caranavalescas más permanentes y populares, se encuentran algunas retiradas que hoy forman parte de la banda de sonido de esa comunidad espiritual llamada Uruguay. Con la misma memoria precisa y detallista con que el fanático del futbol cita integraciones completas de equipos de clubes o de la selección así hayan pasado décadas, los fanáticos del carnaval recuerdan letras completas de las presentaciones, cuplés y retiradas de murga. Una erudición que también es policlasista.
Se me dirá que nuestro país ha cambiado, que este mundo globalizado en el que las redes sociales invaden no sólo el día a día sino el minuto a minuto le han cambiado el alma al país y, de algún modo, es dolorosamente cierto. Pero también es cierto que ciertas pautas culturales, de tan arraigadas, luchan tenazmente para permanecer dentro de esa huella de identidad bien uruguaya y que lo han logrado: cierto léxico futbolero no ha cambiado, ciertas definiciones políticas permanecen y algunas viejas canciones carnavalescas siguen asomando, asombrosamente, cada vez que un grupo de uruguayos adultos se reúne a festejar un cumpleaños, despedir a un soltero a punto de dar el gran paso o recibir al nuevo año en la última noche de diciembre.
Hay canciones que parecen ser transmitidas de generación en generación en forma genética, casi a un nivel inconsciente y sin que los jóvenes adviertan que los viejos les están enseñando y transfiriendo algo. Dentro de ese cancionero popular siempre vivo, además de las marchas futboleras que glorificaban al Uruguay de Ámsterdam, Colombes y Maracaná, persisten dos retiradas murgueras de emocionante belleza: la de Asaltantes con Patente en 1932 y la de los Patos Cabreros en 1951. Es curioso que lo que más recuerde la gente sean las retiradas y no los saludos y los cuplés de las murgas. La retirada encierra una palpable melancolía que parece darse de patadas con el carácter festivo del carnaval. Pero no es difícil comprender que detrás de toda fiesta existe el dolor agazapado, escondido pero presente, que forma parte de la propia condición humana.
La murga Asaltantes con Patente, uno de los títulos históricos del carnaval, nació a fines de los años 20 del pasado siglo y fue bautizada de ese modo en alusión al célebre robo del Cambio Messina llevado a cabo el 25 de octubre de 1928. Algunos conocedores citan al bar “El Hacha” de la Ciudad Vieja como lugar de reunión inicial de la murga; otros dicen que en realidad se reunían en el bar “Nieto”, ubicado en la esquina de Yaguarón y Asunción. El hecho es que dos nombres históricos convergen en el éxito de la retirada de 1932: el del director de la agrupación, Antonio Casaravilla, Cachela, canillita de profesión, y el del autor de la letra, Manuel Hueso –o Huesito– Pérez, basándose, como es clásico en el carnaval en “motivos populares” para la parte musical.
Pocas letras uruguayas tiene esa sensación de eternidad, de permanencia a pesar de todo, que posee la retirada de 1932 de los Asaltantes. Es difícil encontrar un uruguayo que no la haya escuchado o no la sepa cantar, aun parcialmente:
Como el día más glorioso hoy queremos festejar
la alegría bulliciosa que nos brinda el carnaval.
Entre aplausos y serpentinas, se despide con dolor
la murga que siempre ha dado a la fiesta un buen color.Un saludo cordial brindan los Asaltantes,
a su paso triunfal de caballero andante
y en las horas más tristes que recuerda la orgía
pensarán en los días que gozosos reían y era todo alegría
Los Patos Cabreros son la murga con más títulos ganados en la historia del carnaval. Una agrupación asociada a la legendaria figura del director José Ministere, Pepino, y a la labor maravillosa del gran letrista Eduardo Tornillo Gamero. Curiosamente, según cuenta otro gran letrista de carnaval, Carlos Modernell, el gauchito del talud –autor de la letra de la recordada retirada de la Milonga Nacional en 1968–, Pepino no era una persona agradable o simpática, pero sus movimientos súbitos, casi espasmódicos, le habían generado una celebridad gigantesca entre los aficionados al carnaval, demostrando ser poseedor de un carisma muy peculiar. Modernell define a Gamero como “el padre de todos los letristas contemporáneos del carnaval” dando a entender que gracias a su pluma nació la letra de murga tal como se la concibe hoy.
Hay un par curiosidades respecto a la retirada de 1951 –que muchos señalan como de 1953–. En primer lugar, no se conoce el origen de la o las melodías en las que se apoya el texto. En segundo término, no existe una grabación de la versión original de 1951 para saber cómo sonaba el coro de los Patos Cabreros de entonces. La ausencia de ese registro demuestra la fuerza de esta mítica retirada, que ha sido transmitida oralmente de generación en generación. Retrata fielmente al Uruguay “de las vacas gordas”, a esa “Suiza de América” de los años 50 con los tablados de barrio aún no profesionalizados, donde una comisión pro-fomento debía hacer la colecta para pagar el espectáculo, los vecinos rodeando el humilde tablado y hasta las parejas cuyo noviazgo se eternizaba y “nunca concretaban”.
Es, en mi opinión, una de las canciones uruguayas más hermosas de todos los tiempos, tan humorística como conmovedora.
Buenas noches, auditorio, con satisfacción lograda
ya se marchan los Patitos a alegrar otra barriada.
La comisión nos dijo que la bronca tiraron
porque muchos vecinos no ponen pa’l tablado,
cuando colecta hicieron le fueron a golpear,
dijeron que “perdonen, nosotros nunca vamos”, y están todos acá.Deben de cooperar pues si es grande el haber
podrá el barrio tener un lindo carnaval,
y si es que usted no quiere un manguito largar,
la comisión tampoco que venga a garronearJunto a Momo, bullicioso, dejamos como una ofrenda
nuestros versos, bien jocosos, en estas Carnestolendas.
Muchas de las parejas que están en el tablado
se están poniendo viejas y aun no se han casado,
solo tomando mate programan su ilusión
y la vieja les chilla porque él calienta sillas
y ella está de plantón.Que se casen muy bien, ese es nuestro desear
y pronto la cigüeña los venga a visitar.
Y el carnaval que viene, de ese nido de amor,
podrán tener Los Patos un nuevo espectador.
Hay otras retiradas que han permanecido en la memoria colectiva: Línea Maginot 1940, Diablos Verdes 1957, Milonga Nacional 1968, La Soberana 1971, Falta y Resto 1982, Saltimbanquis 1984 y hasta la humorística de la Antimurga BCG en ese mismo año. Pero a las dos que ocupan nuestra nota, no hay con qué darles.
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Urquiza esq. Abbey Road es el blog musical de Eduardo Rivero en EnPerspectiva.net. Actualiza los miércoles.