Los uruguayos estamos divididos por una profunda zanja, una brecha que nos separa y disgrega.
Durante la última década en Uruguay se ha acentuado ese proceso de división. No se trata de una división basada en las orientaciones políticas, es más profundo. Acaso aquellas son sólo las consecuencias de un proceso más complejo.
Estamos padeciendo una división cultural.
El Frente Amplio ha fogoneado y exacerbado ese proceso y edificado un relato que parte al país en dos. Se ha labrado ese surco de manera laboriosa, estratégica e incesante.
En 2004 ganó las elecciones bajo la consigna de proclamarse como el único y verdadero cambio, bajo la panfletaria retórica de que eran lo bueno que se llevaba lo malo, que desplazaban a los insensibles que tenían niños comiendo pasto, que eran vendepatrias y todo lo malo que se pudiera pintar en los muros. Había que “tirar la cadena” como dijo en una oportunidad Tabaré Vázquez en la campaña del 2004.
Se instaló una brecha entre los orientales y se alentó una división hasta enquistarla en la cultura social nacional.
La visión ideológica estaba orientada a desplazar, dividir y, finalmente, a excluir.
¿Alguien ganó con esta división? Sí, el Frente Amplio. Ganó 3 elecciones, ganó poder, ganó posiciones, ganó un brazo político-sindical cada vez más radicalizado como lo es hoy el Pit-Cnt.
La que perdió fue la sociedad. Los uruguayos estamos divididos por una brecha. Se nos dice desde la cúspide del poder que hay uruguayos que no queremos a la patria, que no tenemos derecho a aportar a la construcción nacional.
Ese es un relato basado en una tríada de mentiras.
La primera y fundamental es la Mentira ética. Decir que hay buenos y malos, que todos los de un lado son los buenos, y, por supuesto, que todos los adversarios somos malos. En un lado estaban los únicos probos, los de moral intachable. Los hechos y la realidad de las cosas han derribado esa mentira.
Luego viene la Mentira fundacional. En el relato frentista se plantea poco menos que Uruguay nació el 1º de marzo de 2005. Antes parece que no hubo nada bueno, los avances serían propiedad exclusiva del Frente Amplio.
Finalmente, y enrabando las anteriores, está la Mentira histórica. La historia es recontada -ni revisada ni corregida- sustituida por una nueva que se acomoda a los intereses de la mayoría que gobierna. Ciudadanos blancos o colorados son presentados casi como frentistas adelantados o el Frente como heredero del legado de aquellos. Hasta la figura de Artigas ha sido utilizada en esa construcción retórica.
La sociedad recibe ese relato que permea por insistencia haciendo que sectores sociales, culturales, políticos y círculos de opinión repitan un mensaje falso.
Al animarse los instintivos reflejos que favorecen la división, en el Uruguay de hoy se ha archivado lo que más nos caracterizaba, el diálogo, la negociación y el respeto.
El Frente Amplio primero creó los 2 lados y después derribó los puentes que podían unirlos.
Cerró los caminos, se aisló y dejó del otro lado de sus murallas a la mitad del país.
El ejemplo más paradigmático de ese aislacionismo y exclusión es lo que sucede en el Parlamento. El Frente no dialoga con la oposición. ¿No hablan porque no nos necesitan? No. Es cierto que tiene mayorías propias, pero en realidad, no hablan, no dialogan porque no nos consideran con el derecho a participar. Tienen una visión “totalizante”. En la diversidad del Frente estaría todo. Los que estamos afuera del Frente estamos afuera del derecho a participar en el destino nacional. Y no es así. El diálogo tiene sentido más allá de la necesidad. No se habla sólo cuando se necesita, se debe hablar porque así se construye calidad en una Democracia.
Como consecuencia de ese relato cuidadosamente construido surge el desdén republicano.
Cada vez es más notorio el desprecio por la noción de República. Acaso el mayor simbolismo de estas horas es el Presupuesto Nacional, donde no se le otorgan recursos ni al Poder Judicial ni a los organismos de contralor como el Tribunal de Cuentas, el Tribunal de lo Contencioso Administrativo, la Corte Electoral, o la Junta de Transparencia.
Esta asfixia presupuestal para los organismos llamados a controlar al Ejecutivo se parece a un “ajuste de cuentas”, con el sombrío mensaje que el que controla al Ejecutivo tiene por destino la inanición presupuestal.
La constante labor por elevar muros internos entre nosotros ha generado un notable debilitamiento del affectio societatis, del sentido de comunidad entre “nosotros”. La disgregación no es política, es social y cultural. Han instalado sentimientos radicalizados que no estaban en el Uruguay. Hay rasgos de fanatismo que nada bueno traen.
Se ha erosionado incluso la línea de respeto que era tradicional entre los uruguayos. ¡Cuántos temas se han vedado en muchos círculos sociales para evitar cruces no queridos! Se nos ha quitado la tolerancia y el respeto. Todo en el mismo camino de derrumbe educativo y relativismo moral.
Ese proceso debe frenarse y reconstruir la concordia nacional.
Sentimos la necesidad de alertar primero sobre la existencia de este proceso, y, en segundo lugar, procurar restablecer el entramado social nacional.
Hay que decirle basta a la división y decirle basta a los que dividen.
Es tiempo de construir un Uruguay juntos.
Juntos quienes pensamos diferente, estemos donde estemos, levantemos la bandera que levantemos, seamos de la capital o del interior, pertenezcamos a la actividad política, sindical, social, comercial o la que sea. Seamos trabajadores o empresarios, cualquiera sea la religión que se profese, nada de eso es obstáculo para poder emprender un camino juntos que nos lleve a devolverle al Uruguay la unidad, el diálogo, el respeto y la búsqueda de las mejores políticas en cada área.
Juntos es que se puede cerrar la brecha.
Los procesos de reencuentro no pueden basarse en que una mitad sustituya a la otra, no es con el pendular de las mitades que se une una nación.
Así como el proceso frentista estuvo dirigido a la exclusión, la tarea de mancomunión nacional debe estar dirigida a superar las divisiones, debe estar dirigida a juntar uruguayos en base a objetivos de dimensión nacional. Cambiar la educación, mejorar la seguridad, darle desarrollo al interior para que motorice el desarrollo nacional, etc.
Hay que reconstruir el país de los derechos y también de los deberes, porque en la noción de deber está ínsita la idea de solidaridad y respeto. El país del respeto por la ley, como límite y como garantía. El país que promueve Valores, que premia el esfuerzo y el sacrificio y no el que castiga el éxito desde posiciones resentidas y mezquinas.
Hay un Uruguay de la esperanza que espera por renacer. Que necesita superar las diferencias artificiosamente forzadas. Se necesita un horizonte nuevo, donde se actúe con generosidad y responsabilidad.
Este tiempo que planteamos no tiene candidaturas ni proclamaciones, no es un tiempo de una persona, tampoco de un sector o de un Partido –ni nuevo ni viejo-. Es la construcción de un proyecto que trascienda al que gobierna desde el 2005, pero que es protagonista de la vida nacional desde la década del 60.
Así como el Frente construyó un relato con mucho esfuerzo, desmantelarlo también llevará mucho esfuerzo.
Para sustituir el proyecto frentista se necesita otro proyecto. Y ese proyecto requiere que iniciemos un relevamiento de coincidencias, que superemos diferencias, que transitemos caminos de diálogo y de cooperación.
El tiempo que viene debe acercar distancias que van más allá de lo político. Son distancias culturales que no se pueden reparar con visiones anacrónicas ni obsoletas. Esos desafíos requieren espacios políticos capaces de abarcar diversidades y sensibilidades nuevas. Ser aperturistas a grupos sociales que hasta el presente han estado alejados de las actividades del civismo político.
No es con exclusivismos que se logrará una tarea superadora. Es con vocación inclusiva e integradora.
El post-frentismo va a llegar porque nada es eterno y sustituir esa construcción social, política y cultural exige más que una posición coyuntural sobre tal o cual tema. Supone una visión global, superadora del paradigma frentista, paradigma que está agotado, superado y expuesto por la realidad. Los eslóganes originarios del Frente Amplio se van borrando con cada decreto, con cada ley que desde el gobierno aplican.
Un proyecto alternativo como el que demanda nuestro país no se construye unos meses antes de una elección. Para superar al Frente -como gobierno y como proyecto- hay que comenzar ya.
Es necesario recuperar la centralidad de la política como instrumento para la construcción nacional y generar un proyecto genuinamente nacional, que transite con “las luces largas”, con una cosmovisión que visualice las oportunidades y que componga las relaciones internas.
En nuestro caso, estamos decididos a trabajar para cerrar la brecha social, política y cultural que hiere al Uruguay, para que nuestro Partido Nacional se adapte a esa misión reparadora y reconstructiva y para que sea el instrumento más eficaz a través del cual los uruguayos volvamos a estar juntos a través de un proyecto superador.