Adiós Haití

Por Mauricio Rabuffetti ///
@maurirabuffetti

La bandera uruguaya fue arriada por última vez el sábado en suelo haitiano. Es el final de la participación uruguaya en la Minustah, la fuerza de estabilización de la ONU en Haití que bajo comando brasileño congregó a la comunidad internacional en medio del caos en el que se sumió el país cuando los enfrentamientos entre facciones políticas rivales se apoderaron de las calles con el consabido final del gobierno de Jean Bertrand Aristide.

Sin ejército, con una policía sub entrenada y mal armada, uno de los países más pobres del mundo, donde el agua es un lujo y un hospital una excepción, se encaminaba inexorablemente a una guerra civil de la que, probablemente, solo se salvó gracias a la presencia de la Minustah.

En Uruguay, la instalación de soldados en un tercer país generó polémica. Muchas organizaciones sociales protestaron contra esta iniciativa, en diferentes momentos de un despliegue que se extendió por 13 años. También legisladores manifestaron su descontento con este proyecto en el que, como en tantas otras misiones de mantenimiento de paz, Uruguay se involucró.

El tantas veces impulsado retiro de las tropas uruguayas de Haití, finalmente se concretó. Pero no fue, a ciencia cierta, una decisión de Uruguay. La verdad es que EEUU cortó los fondos a Naciones Unidas y se terminó la misión.

Los Cascos Azules no se van porque Haití ya está estabilizado. Y existe, entre los integrantes de la Minustah, una genuina preocupación por cómo será “el día después” de la salida de una fuerza que durante años fue garantía de que grupos armados organizados no tomarían a la población civil de rehén de sus ambiciones.

Prueba de ello, Naciones Unidas dejará una fuerza policial todavía un tiempo, lo cual hace pensar que no hay total confianza en que las fuerzas de seguridad haitianas, en un contexto terrible como el que se vive en Haití, puedan asegurar el cumplimiento de la ley y el respeto a los derechos de las personas.

Porque en definitiva, más allá de las polémicas políticas provincianas, y del llamado a revisar las misiones de paz de Naciones Unidas que hizo EEUU en la ONU, hay pocas dudas de que Haití, sin Cascos Azules, hubiera sido escenario de una masacre.

Esta afirmación no barre de ninguna manera bajo la alfombra los problemas inaceptables que se reportaron en esta u otras misiones de paz de la ONU, principalmente las denuncias de abuso sexual por parte de efectivos del cuerpo de Cascos Azules.

Pero la pregunta está instalada: ¿cómo se las va a arreglar Haití en materia de seguridad? No hablamos de un país estable; no hablamos de un país con instituciones fuertes y funcionales, mucho menos de un país en donde el Estado esté en condiciones de dar respuestas a las demandas de una población sumida en muchos casos en la más profunda miseria.

Tuve oportunidad de estar en Haití. Tuve oportunidad de visitar zonas de trabajo de los Cascos Azules. Pude pasar tiempo en algunos de los barrios más pobres de uno los países más miserables de la tierra. Y además de la amabilidad de la gente, siempre quedó en mi recuerdo algo que alguna vez conté en este programa y en mis notas enviadas desde Puerto Príncipe.

Ver niños comiendo galletas de arcilla para llenarse la panza no es una imagen que uno pueda olvidar. Ver a médicos argentinos operando cómo podían, asistiendo accidentados en sus hospitales de campaña por fuera de su mandato en la Minustah, tampoco.

Porque eso es Haití. La escasez total, la falta de medios, la inseguridad, la soledad de quienes necesitan, un país al que con la Minustah, la comunidad internacional le había dado algo de atención. Habrá funcionado mejor o peor, depende seguramente de la objetividad y sobre todo del cristal político con el que se mire.

Hace un par de días En Perspectiva, el coronel Daniel de Armas, comandante del contingente uruguayo en Haití, dijo que el papel de los Cascos Azules uruguayos le granjeó a Uruguay todavía más respeto en Naciones Unidas.

Ahora, Uruguay no considera participar en nuevas misiones. Con ello se acaba la posibilidad de que las tropas uruguayas tengan un entrenamiento que jamás lograrán aquí, aplicable, por ejemplo, a las situaciones de emergencia ambiental cada vez más frecuentes en nuestro país. Los soldados rasos, pierden la posibilidad de hacer una experiencia y un plus económico a sus bajos salarios.

Algunos que nunca pisaron suelo haitiano festejarán en Uruguay. Ojalá que el tiempo no sumerja a Haití en el olvido, que los prometidos planes de desarrollo para un país cuyo sistema productivo es inexistente rindan frutos. Pero no para que los primeros se den cuenta de que, tal vez, sobrerreaccionaron, sino para que el pueblo haitiano pueda mirar al futuro.

***

Emitido en el espacio Tiene la palabra de En Perspectiva, miércoles 19.04.2017

Sobre el autor
Mauricio Rabuffetti (1975) es periodista y columnista político. Es autor del libro José Mujica. La revolución tranquila, un ensayo publicado en 20 países. Es corresponsal de Agence France-Presse en Uruguay. Las opiniones vertidas en este espacio son personales y no expresan la posición de los medios con los cuales colabora.

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Mauricio Rabuffetti (1975) es periodista y columnista político. Es autor del libro José Mujica. La revolución tranquila, un ensayo publicado en 20 países. Es corresponsal de Agence France-Presse en Uruguay. Sus opiniones vertidas en este espacio son personales y no expresan la posición de los medios con los cuales colabora.

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2 Comentarios

  • Muy bien Mauricio.
    Yo también conozco Haití y aprecio el trabajo por la paz hecho por los cascos azules.
    Me entristece que muchos compatriotas no valoren la contribución de Uruguay.
    Te corrijo una sola cosa. Los cascos azules están bajo el mando de la ONU, no de un comando brasileño. Que el comandante sea brasileño no debe confundir.

  • Qué tema. Y qué difícil opinar sin correr el riesgo de ser rápidamente etiquetado.
    Es posible que festejen el retiro de las tropas personas que nunca pisaron Haití, pero también es posible que lo hagan personas que sí lo pisaron. Como también es posible que lo lamenten personas que pisaron Haití y otros que nunca lo hicieron. Ergo, haber pisado Haití es irrelevante. Porque lo que importa son las razones por las que alegrarse o lamentarlo, que uno puede sospechar que son bien diversas. No a todos nos mueve lo mismo.
    El tema central que a toda persona de bien le duele -y que en definitiva es el cerno de la columna- es la suerte de los haitianos. Desde ese lugar me parecen excelentes tanto la descripción hecha sobre Haití como la preocupación sobre su futuro. Las perspectivas no son auspiciosas.
    Ahora bien, es difícil -sino imposible- afirmar a ciencia cierta cómo estaría Haití si la MINUSTAH no hubiera estado presente por casi una década y media. Pero vale preguntarse sobre la eficacia de la participación de la ONU.
    La ONU participa en Haití desde el año 1990 cuando la ONUVEH supervisó las elecciones de aquel año. Luego del golpe de estado de 1991, en conjunto con la OEA, desplegaron en 1993 la MICIVIH y más tarde en el mismo año la UNMIH. Al año siguiente se desplegaron 20000 efectivos de una fuerza multinacional, que luego fue seguida por otras dos misiones (la UNTMIH y la MIPONUH) hasta que en 2004 -en respuesta al conflicto armado que se extendía- se aprobó la MINUSTAH que ahora se desmoviliza. Desmovilización que ocurre porque se le cortan los recursos económicos y no porque haya tenido un éxito contundente en sus objetivos iniciales ni en las sucesivas modificaciones que sufrieron durante estos años.
    Con esta apretada síntesis de antecedentes -que no incluye los fondos destinados en estos casi 30 años- y conociendo lo que es Haití hoy, en lo personal, no me atrevería a valorar positivamente la participación de la ONU.

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