Editorial

Bella ciao

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Por Rafael Mandressi ///

Las relaciones peligrosas empezaron en mayo del año pasado, cuando el arte de la teratología política engendró la alianza que permitió formar el sexagésimo quinto gobierno de la República italiana. El Movimiento Cinco Estrellas, ya bastante teratológico en sí mismo, y la Liga, el viejo partido separatista del norte, antiguo aliado de Silvio Berlusconi, sellaron un acuerdo que consistía en una suerte de olla podrida adonde fueron a parar, sin mucha elaboración ni escrúpulo por resolver contradicciones flagrantes, los contenidos de ambos programas. 

El Cinco Estrellas era el socio mayoritario en la coalición. Dos meses antes, se había alzado con un tercio de los votos en las elecciones parlamentarias. A la Liga, por su parte, no le había ido nada mal, y tenía para poner sobre la mesa un respetable 17 %. El matrimonio se consumó pariendo un cuerpo con tres cabezas: los señores Luigi Di Maio y Matteo Salvini, principales dirigentes del Cinco Estrellas y de la Liga respectivamente, se convirtieron en vicepresidentes del Consejo de ministros, y eligieron cada uno su ministerio: desarrollo económico, trabajo y políticas sociales para el primero, interior para el segundo. La presidencia del Consejo, es decir la jefatura del gobierno, quedó a cargo de un tercer personaje pactado entre Di Maio y Salvini, un señor opaco y presuntamente independiente, abogado de profesión, llamado Giuseppe Conte.

Ese gobierno está muriendo, aunque en realidad sería más correcto decir que ya murió y en estos días se tramita su funeral, desde que el jueves pasado el señor Salvini resolvió hacerlo reventar como una chinche, fracturando la coalición y reclamando elecciones anticipadas. En un país donde las crisis políticas llevan y traen gobiernos cuya duración suele medirse en meses, un episodio como este no tiene en sí mismo nada de especialmente anómalo. La caída del ejecutivo de Giuseppe Conte viene a sumarse a una larga lista de naufragios precoces, tras los cuales se arma una nueva balsa, a menudo atada con alambre, y a navegar otra vez, hasta la próxima ola.

Algo hay en este caso, sin embargo, que aconseja no asignarlo sin más a la vieja rutina de golpe y porrazo con la que Italia tiene por costumbre digerir los recambios gubernamentales desde la segunda posguerra. Se trata de un golpe de fuerza de una ultraderecha grosera y violenta que decide que ha llegado la hora de lanzarse a tomar el poder por asalto, dos días después de haber logrado la aprobación de una ley antiinmigración, dos meses y medio después de haber aplastado electoralmente a sus aliados en las elecciones de diputados al Parlamento europeo invirtiendo los porcentajes de marzo de 2018, y cuando las encuestas atribuyen a Matteo Salvini entre 36 y 38 % de intención de voto.

Poco más de un año le bastó a la Liga para hacer con el Movimiento Cinco Estrellas lo que una boa hace con su presa. Engullida esa entidad política informe con nombre de categoría hotelera, inservible ya y paralizada como una liebre encandilada por los faroles de la camioneta donde viaja el cazador, el señor Salvini se dispuso a salir por entero del placar. En medio de una gira estival por las playas de la península, pateó la mesa, sin obtener de inmediato el resultado que seguramente buscaba, es decir la renuncia casi automática del señor Conte. Así las cosas, y ya autoproclamado candidato a la presidencia del Consejo, el jefe de la Liga cruzó del todo el Rubicón: anunció y concretó al día siguiente la presentación ante el Senado de una moción de censura contra el gobierno del que era, 24 horas antes, ministro del interior, con la exigencia de que se tratara antes del 15 de este mes.

El señor Salvini no quiere dilaciones, y desea que su blitzkrieg lo conduzca a marchar sobre Roma cuanto antes, y aunque agosto sea un tiempo de letargo veraniego, los parlamentarios, según dijo con la elegancia que lo adorna, tendrán que “mover el culo” e ir a votar. Lo harán: hoy mismo comienza el proceso que dentro de pocos días puede terminar desembocando en nuevas elecciones tras las cuales la bestia, que así le dicen, tal vez asuma lo que ha pedido a voz en cuello que le otorguen al fin: “plenos poderes”. La suerte no está echada todavía, pero la herida empezó a sangrar en serio.

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Emitido en el espacio Tiene la palabra de En Perspectiva, lunes 12.08.2019

Rafael Mandressi (Montevideo, 1966) es doctor en Filosofía por la Universidad de París VIII, historiador y escritor. Desde 2003 reside en París, donde es investigador en el Centro Nacional de Investigación Científica, director adjunto del Centro Alexandre-Koyré de historia de la ciencia y docente en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales. Es colaborador de En Perspectiva desde 1995.

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