Por Mauricio Rabuffetti ///
@maurirabuffetti
“Voy saliendo”. “Llego en cinco”. Dedito p’arriba. “Estoy”. Emoji de aplausos. Es el tipo de mensajes que ahora enviamos por celular para avisar de cosas más o menos obvias, más o menos inútiles que vamos haciendo en el correr del día. Mensajes que no mandábamos hace no tanto e incluso así logramos sobrevivir.
Llama poderosamente la atención ver gente que camina y no mira hacia adelante sino que está con la cabeza enterrada en la pantalla de su celular, absorta, ajena al mundo que circunstancialmente la rodea y que, tal vez, podría sacarla de su también circunstancial concentración, de un golpe involuntario contra un cartel o una pared.
Nos hemos vuelto dependientes de la tecnología para vivir, o según el caso, para no hacerlo, pues hay también quien se crea una vida paralela en internet. Es un dato de la realidad. Pero eso no quiere decir que sea buena, o que haya que aceptarlo sin más. La tecnología, con todo lo positivo que aporta, también genera situaciones de atrofia social.
Cuando nos referimos a la tecnología y su impacto solemos pensar en lo electrónico, e ignoramos otras áreas en las que también los cambios plantean situaciones que llevan a una cierta desnaturalización, entendiendo por este término un apartamiento del camino que la biología trazó por siglos.
Hace algunos días En Perspectiva, tuvimos la visita de la bioquímica argentina María Cristina Añón, quien estuvo en nuestro país con motivo de un simposio de innovación y desarrollo de alimentos en el Latu. Es un tema más que relevante: el último dato disponible señala que la humanidad rozó los 7.500 millones de individuos el año pasado, así que vaya si será importante producir alimentos.
La pregunta inmediata, imprescindible, es a qué costo estamos sosteniendo esta población en el marco de un modelo que agota recursos naturales a una velocidad nunca antes vista. En 2017, ya el 2 de agosto los seres humanos consumimos los recursos naturales renovables del año, según la ONG Global Footprint Network. Es decir, vivimos la mitad del año de prestado.
Y no paramos. Salvo iniciativas muy puntuales, el modelo no cambia.
Añón nos explicó algunos progresos de la biología sintética, que permite, entre otros ejemplos, producir proteína láctea a partir de levaduras y con el resultante fabricar "leche”. Pongo “leche” entre comillas porque, precisamente, aunque su composición fuera idéntica, la definición más extendida que los seres humanos tenemos de este producto refiere a un líquido obtenido de un animal.
La fabricación sintética de proteínas, puede significar un enorme progreso que facilite el acceso a fuentes de alimentación. Se me ocurren varias utilidades. Sin embargo, no puedo evitar recordar una historia que leí hace ya mucho tiempo.
En su obra “Ravage”, una palabra que no tiene traducción exacta del francés al español pero que se aproxima a “destrozo”, el escritor francés de ciencia ficción René Barjavel describía en 1943 el final de una civilización posmoderna que se había construido a base de tecnología y se veía obligada a volver al origen más básico de la existencia humana, a raíz de una suerte de apocalipsis energético.
En su momento, como dije, “Ravage” fue una novela de ciencia ficción. El autor hablaba de un mundo imaginario en el que los seres humanos obtenían, por ejemplo, carne a partir de una masa proteica autoregenerativa, carne sintetizada y no obtenida a partir de animales como ha sido nuestra naturaleza por algunos miles de años.
Lo curioso es que hoy, buena parte de su libro ya no sería de ciencia ficción. Básicamente, imaginó una realidad que, poco a poco, comienza a delinearse. Para seguir en la misma línea de ejemplos, Bill Gates es uno de los principales inversores en proyectos de generación de carne de laboratorio. Memphis Meats es una de las empresas que, según el programa Efecto Naím publicó el pasado 2 de octubre, está desarrollando “carne vacuna” sin tener que “criar, alimentar, ni matar una sola vaca”, señalaba la presentación del informe.
Tal como Barjavel lo imaginó en 1943. Sucede que su libro hace un recorrido bastante trágico en el que el exceso de dependencia de la tecnología, termina jugándole en contra a un ser humano que se vuelve cada vez más pasivo. Pasivo como un conductor que no maneja, o un depredador que no mata. Y no me malinterprete: no estoy defendiendo a la ganadería uruguaya, ni abogando por los frigoríficos, ni atacando a los veganos y a quienes defienden los derechos de los animales.
Es que no puedo evitar preguntarme, a la luz de los hechos, si no estamos yendo demasiado lejos en esto de desnaturalizarnos. Si dejamos de depender de la naturaleza, tal vez la cuidemos todavía menos.
***
Emitido en el espacio Tiene la palabra de En Perspectiva, miércoles 11.10.2017
Sobre el autor
Mauricio Rabuffetti (1975) es periodista y columnista político. Es autor del libro José Mujica. La revolución tranquila, un ensayo publicado en 20 países. Es corresponsal de Agence France-Presse en Uruguay. Las opiniones vertidas en este espacio son personales y no expresan la posición de los medios con los cuales colabora.