Rafael Mandressi

El horror del vacío

Por Rafael Mandressi ///
@RMandressi

Supongamos que tenemos un problema que resolver. Siempre, o casi siempre, hay varias maneras de hacerlo, pero me atrevería a suponer, por lo menos provisoriamente, que se las puede agrupar en dos categorías: las que consisten en adoptar soluciones que obedecen a la lógica del problema en cuestión, y las que se apartan de esa lógica, e incluso van en la dirección contraria.

Pongamos un ejemplo: el tránsito vehicular. Cuando un aumento del parque automotor genera situaciones de saturación en la red vial, se puede acudir a un ensanche de las calles, a construir pasajes elevados o túneles, y a concebir hasta autopistas urbanas. Con ello, y merced a un espacio que se le quita a otros usos para ponerlo a disposición de los vehículos, se logra quizá, durante cierto lapso, recobrar algo de la fluidez perdida. Hasta que un nuevo incremento del parque automotor vuelva a provocar grumos que taponeen la circulación, y de nuevo se piense en descomprimirla ensanchando calles, es decir transfiriéndole más porciones de ciudad al tránsito vehicular, y así.

Algo parecido ocurre con las cárceles. El número de presos crece hasta alcanzar, y sobrepasar, el umbral de hacinamiento, y la respuesta es construir nuevas cárceles o ampliar las ya existentes, de manera de contar con más metros cuadrados donde alojar a las personas privadas de libertad. Pero en estos asuntos parece regir el horror vacui, aquella vieja máxima del aristotelismo medieval según la cual la naturaleza tiene horror del vacío: allí donde haya lugar para poner más presos, inexorablemente irán a parar más presos. Las cárceles volverán a llenarse, y cuando el empacho de población carcelaria se haga nuevamente insoportable, se intentará digerirla volviendo a recurrir al hormigón y al hierro para disponer de mayor cantidad de celdas, que se llenarán a su vez, y así.

La basura también aumenta. Tonelada tras tonelada, el universo de los residuos se dilata, y a menudo desborda. Los contenedores no dan abasto, los camiones para la recolección son insuficientes o ineficientes, la acumulación en los espacios de disposición final tiene un tope. De modo tal que, acatando una vez más la lógica del problema – la lógica de la basura, en este caso – se procede a agrandar la flota de camiones, a racionalizar su uso, y tal vez a destinar algunas hectáreas adicionales al reposo eterno de los desperdicios. Con eso y un poco de suerte, podrá mantenerse el empate por un tiempo. Pero llegará el día en que los desechos, a fuerza de engordar, necesitarán más camiones, más frecuencias, más hectáreas. Y así.

Las fugas hacia adelante como éstas resultan de asumir que la fuente del problema es un dato, y que la solución, por consiguiente, se logra adecuando todo lo demás a él. Se trata, en cierto sentido, de una forma de resignación: los automóviles, los presos, la basura, están fatalmente destinados a crecer y multiplicarse, y no se puede sino acompañar el proceso, aún a costa de alimentarlo, ya que el efecto perverso de pagar los platos rotos es que conduce con frecuencia a romper más vajilla. Encontrar una alternativa no requiere mucha clarividencia, aunque ponerla en práctica sea probablemente más trabajoso: en lugar de maniobrar en el sentido al que empuja la lógica propia del problema, se podría pensar en quebrarla, invirtiendo lo que se toma como un dato y lo que es necesario adecuar a él.

Concretamente, el asunto no tiene misterio: las calles, las cárceles, la recolección de residuos se mantienen, son el punto fijo, y en cambio se actúa para reducir la cantidad de vehículos, de presos y de basura. O se busca, ya que estamos, cómo abaratar las campañas electorales en vez de preocuparse por encontrar cada vez más plata con qué pagarlas. No siempre es fácil, no, quién dijo que lo era, y además lleva su tiempo, al igual que desintoxicarse, adelgazar o abandonar viejos hábitos. Sólo que la orilla es bastante más firme si se llega nadando contra la corriente.

***

Emitido en el espacio Tiene la palabra de En Perspectiva, lunes 06.11.2017

Sobre el autor
Rafael Mandressi (Montevideo, 1966) es doctor en Filosofía por la Universidad de París VIII, historiador y escritor. Desde 2003 reside en París, donde es investigador en el Centro Nacional de Investigación Científica, director adjunto del Centro Alexandre-Koyré de historia de la ciencia y docente en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales. Es colaborador de En Perspectiva desde 1995.

Rafael Mandressi

Montevideo, 1966. Doctor en Filosofía por la Universidad de París VIII, historiador y escritor. Desde 2003 reside en París, donde es investigador en el Centro Nacional de Investigación Científica (CNRS), director adjunto del Centro Alexandre-Koyré de historia de la ciencia y docente en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales (EHESS). En Uruguay, se ha desempeñado como docente en la Universidad de la República, la Universidad Católica y el CLAEH. Es autor de libros y artículos académicos sobre temas de su especialidad. También ha sido actor, director teatral y dramaturgo. Su novela Siempre París obtuvo el premio Juan Carlos Onetti en 2013. Es colaborador de En Perspectiva desde 1995.

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2 Comentarios

  • buenaso

  • Podría deducirse que la lógica del «crecimiento», es una espiral de insensatez generadora de problemas en forma exponencial, que se retroalimenta; pero…estos perennes entuertos generan una «plusvalía mercantil», que ávidos y proactivos interesados se encargan -muy gustosamente- de embolsar; de hecho, viven de los problemas y es un legado añejo.
    ¿Para qué se fabricarian armas si ya no hubiera mas guerras?

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