Editorial

No es fascista

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Por José Rilla ///

El polaco Adam Przeworski es uno de los politólogos más interesantes que puede leerse. Como suele ocurrir con la gente que sabe de lo que habla, unas pocas palabras sencillas pueden correr el velo de la ingenuidad o del capricho con el que vemos las cosas. Hace un par de años le escuché decir en Montevideo algo que había escrito en sus libros: la democracia es el régimen político en el que el gobierno puede perder las elecciones. Esa rotación, agrego, es una prueba de la salud del régimen. Rutina de la variación, aunque suene raro. La pregunta que sigue, mirando esta región de nuestra América nos dice: ¿es esto, rotación, lo que está ocurriendo en Brasil?

Nada más lejos, allí, de la rutina democrática. Además de un cambio como el que se aproxima, el vecino vive un verdadero cataclismo político del que el posible triunfo de Jair Bolsonaro es un desenlace, un fin y no un principio. No son muchas, en verdad, las salidas posibles a una combinación tan explosiva como la que se armó en Brasil durante años: una red de corrupción de políticos y empresarios, gobiernos y partidos implicados en el delito, Poder Judicial que depura a la vez que avanza sobre la política, estancamiento económico y desbarajuste fiscal, violencia del más diverso tipo, hundimiento del centro político en beneficio de las posturas más extremistas del espectro. La promesa progresista duró poco en Brasil, sobre todo si observamos su retórica exagerada y mentirosa, y si miramos el tamaño de la deuda social de ese país, uno de los más desiguales del mundo. La defraudación y el engaño se pagaron y se pagarán muy caros. Los gobernantes son ladrones y estafadores. No hay disculpa.

Estas semanas vienen siendo ideales para el adjetivo. El de fascista aplicado a Jair Bolsonaro está a la mano, es muy eficaz porque ahorra explicaciones y razonamientos más profundos y tal vez perturbadores. Hay razones para pensar que Bolsonaro no es fascista, y que puede ser peor que eso. Aceptemos, por cierto, que comparar es una forma de conocer.

Los historiadores suelen llamar a la cautela con el uso de las palabras y los conceptos que tuvieron su esplendor y su hora, suelen recomendar la prudencia a fin de no estirar las nociones como un chicle. Así por ejemplo, el fascismo tiene fechas y lugares concretos en la historia, tiene versiones más ortodoxas y otras lejanamente parientas. Europa fue su cuna y su centro, una variante italiana y otra alemana fueron las más claras en tiempos tan oscuros. Hijas de la guerra, la revolución y la crisis.

El fascismo dejó un tendal de millones de muertos, como el comunismo (hace tiempo que se los compara pero no porque sean iguales, sino diferentes). También recreó los campos de extermino y empobreció a los pueblos de un modo trágico. El fascismo se proclamó revolucionario, nacional y socialista, movilizó a millones de individuos entusiastas y fanáticos, y a millones de hombres y mujeres corrientes, enroló a profesores, obreros, poetas, escritores, científicos. Se apoyó en las grandes empresas, en los grandes ejércitos, en las grandes masas, en los grandes relatos de la nación. El fascismo organizó el mundo del resentimiento, sedujo multitudes ardidas por la violencia de la guerra, les prometió un futuro reconciliado y sin conflicto, aunque para eso hubiera de liquidar a los enemigos, a los diferentes, a los disidentes, a los débiles, a los escépticos, a los inocentes.

Pero pasaron cien años del primer fascismo, como del genocidio contra los armenios. Pasó un poco menos tiempo si se cuenta la tragedia desde el Holocausto. Por eso, esta actualización que tiene expresiones en tantos lugares del mundo puede ser peor que aquella primera versión, es peor en algunas cosas aunque no cobre -esperemos- las características genocidas: no hay disculpa, no hay atenuante, no hay causa que justifique -un siglo más tarde y con la memoria fresca- la tortura, la discriminación, el exterminio, la dictadura como centro de una política. Otra vez en nombre de la libertad, de la emancipación, del progreso, otra vez hablando del “gigante dormido” (Brasil ahora) que encuentra un mesías que lo desate. Y no hay justificación alguna aunque convoque a cincuenta millones de votantes hastiados, desencantados, fascinados otra vez por la simplificación entre amigos y enemigos.

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Emitido en el espacio Tiene la palabra de En Perspectiva, viernes 12.10.2018

Sobre el autor
José Rilla es profesor de Historia egresado del IPA, doctor en Historia por la Universidad Nacional de La Plata, Buenos Aires. Profesor Titular en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República y Decano de la Facultad de la Cultura de la Universidad CLAEH. Investigador del Sistema Nacional de Investigadores, ANII.

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