Por Mauricio Rabuffetti ///
@maurirabuffetti
Esta semana los colombianos, y todos los latinoamericanos, tenemos algo para festejar. Es, tal vez, la noticia más importante de los últimos 50 años en un continente que sabe de historias de sangre, de luchas entre hermanos, de gobiernos totalitarios y de guerrillas.
La firma de un acuerdo de cese al fuego bilateral y de desarme entre el Gobierno colombiano y la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, las FARC, que durante 52 años estuvieron alzadas en armas contra el Estado colombiano, es un hecho histórico de relevancia sin par para nuestra región.
Todavía no es un acuerdo de paz. Pero es un más que auspicioso preludio para una Colombia que merece la oportunidad de vivir sin guerra. Ese país, desangrado por enfrentamientos armados entre guerrillas y Ejército, por la acción de grupos paramilitares, por el accionar de los cárteles de la droga, tiene en su gente un potencial y unas ganas de salir adelante como se encuentra en pocos pueblos. Basta pisar suelo colombiano para sentirlo.
Alvaro Uribe logró desmovilizar a los paramilitares durante su gestión de gobierno. Y ahora le tocó a Juan Manuel Santos firmar este cese del fuego con Rodrigo Londoño, el jefe máximo de las FARC, conocido como “Timochenko”.
Es importante enfatizar tres elementos fundamentales que llevaron a la firma del histórico acuerdo en La Habana. El primero es que fue el líder de las FARC quien dio el primer paso al enviar una carta a Santos proponiendo, en 2012, una mesa de diálogo con el Gobierno colombiano.
El segundo elemento es que las FARC son una guerrilla militarmente muy debilitada por el accionar del Ejército colombiano durante la gestión de Uribe, que tuvo precisamente a Juan Manuel Santos como ministro de Defensa.
El tercero es que Santos, siendo un enemigo declarado de las FARC como es, y habiendo estado al frente de la cartera de Defensa en tiempos de operativos que terminaron en la muerte de algunos de los máximos líderes guerrilleros, tuvo el coraje político de asumir el riesgo de volver a llevar a las FARC a una negociación.
Es de orden recordar que las FARC ya habían negociado a fines de los 90 y comienzos de este siglo con el Gobierno de Andrés Pastrana, pero utilizaron el tiempo y la buena fe de ese Ejecutivo para reorganizarse y seguir combatiendo, dando la espalda entonces, bajo el mando de otros líderes, a las ansias de paz de millones de colombianos.
Ahora, qué duda cabe, comenzará una etapa difícil, compleja, para que un movimiento guerrillero surgido de un levantamiento campesino, que a lo largo de su historia ha cometido delitos de lesa humanidad y apelado a todo tipo de estratagemas, incluido el secuestro para financiarse, se convierta en una agrupación política “legal mediante la vía pacífica y democrática”, en palabras de su líder.
También, no hay duda de que al final de este conflicto, un Premio Nobel de la Paz recaerá en uno o varios colombianos. Y será un premio justo y merecido, aunque con certeza no tanto como la vida en paz de todo un pueblo.
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Emitido en el espacio Tiene la palabra de En Perspectiva, miércoles 29.06.2016
Sobre el autor
Mauricio Rabuffetti (1975) es periodista y columnista político. Es autor del libro José Mujica. La revolución tranquila, un ensayo publicado en 20 países. Es corresponsal de Agence France-Presse en Uruguay. Sus opiniones vertidas en este espacio son personales y no expresan la posición de los medios con los cuales colabora.