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Por Marcelo Estefanell ///

El próximo 22 de setiembre muy pocos se acordarán de su nacimiento. Y menos recordarán que se cumplirán 230 años de aquel jueves otoñal donde en un hogar de la aldea de Look Butt (hoy pleno Londres) nació uno de los hombres que más iba a influir sobre nuestra civilización.

Cada tanto, cuando uso el celular o enciendo una lámpara, no puedo dejar de pensar que somos muy desagradecidos hacia esta persona. Más al repasar su vida y saber que pese a haber tenido enormes problemas para adaptarse a la educación formal por culpa de una de una maestra castigadora, se destacó como pocos al llegar a la madurez.

Si habrá que agradecerle el ingenio que tuvo cuando subimos a un ómnibus o encendemos el motor del auto, cuando escuchamos la radio o usamos del micro hondas para calentar el café.

Si lo hubiésemos conocido cuando recién había cumplido 14 años y Europa vivía bajo la influencia de Napoleón, lo hubiésemos encontrado aprendiendo encuadernación en el taller de George Riebau, un librero londinense que no solo le permitió aprender un oficio, sino que le dio acceso a obras científicas y filosóficas. Además, le ofreció la posibilidad de acudir a las conferencias de Humphry Davis en la Royal Institution. Este destacado químico le permitió vincularse al mundo científico sin haber pisado nunca un aula universitaria. Luego, por circunstancias fortuitas, se convirtió en una especie de secretario de Sir Humphry Davis. Al lado de este químico adquirió grandes destrezas para desarrollar experimentos y poder realizar sus propias investigaciones.

Si habrá para agradecerle a este notable científico mientras uso el computador o grabo estas palabras gracias a sus aportes, porque ¿quién sino él fue capaz de notar las propiedades de la electricidad y su vínculo con un campo magnético y llevarlos a planos desconocidos?

Estoy hablando de un autodidacta, de un hombre humilde que se llamó Michael Faraday, quien siguiendo los pasos del danés Ørsted y del francés Ampère, fue mucho más allá en los descubrimientos de las propiedades del campo magnético y de la electricidad. Faraday demostró en sociedad, un 27 de agosto de 1831, que al mover un imán dentro de un cable de cobre arrollado en espiral (un solenoide, diríamos ahora), se producía una corriente eléctrica.

De allí en más, tuvo lugar la invención del dínamo y del motor eléctrico, pilares en el desarrollo de la revolución industrial.

De allí en más, todas las turbinas de la centrales eléctricas son una realidad gracias a los descubrimientos de Faraday.

Y de allí en más, toda nuestra civilización se sustenta y se desarrolla en base a la electricidad como fuente principal de energía.

No voy a mencionar los aportes que hizo Faraday en el campo de la química. Pero no quiero despedirme sin hacer algunos comentarios laterales, como el hecho de que la Corona Británica quiso darle el título de Caballero por los servicios prestados a la ciencia y él se negó. También rechazó presidir la Royal Society en dos oportunidades. Y cuando fue consultado por el gobierno británico para colaborar en la producción de armas químicas para la guerra de Crimea, respondió con un rotundo no alegando motivos éticos.

Otro dato curioso es que Faraday siempre dio sus conferencias a la luz de las velas y al prenderlas decía:

«Encenderla es poner en juego las leyes que gobiernan el universo, es la mejor puerta de entrada a la Física y a la Química.»

Estas conferencias fueron tan famosas que hasta el mismísimo Charles Dickens se animó a recopilar las charlas de Faraday en un libro que tituló La historia química de una vela.

Cuentan que cuando alguien le preguntó a su mentor, Humphry Davis, cual había sido su principal descubrimiento científico, respondió sin vacilar:

—Mi mayor descubrimiento ha sido Michael Faraday.

Décadas mas tarde, James Maxwell reconocería el enorme aporte de Faraday a la física y, mucho después, Einstein vería en Faraday y en Maxwell a dos pilares fundamentales de la física moderna.

Dicen que Newton escribió una vez: “Si he logrado ver más lejos, es porque he subido a hombros de Gigantes”. Entonces, nosotros podemos aseverar que podemos ver más lejos porque estamos parados sobre una montaña de conocimientos que han aportado a la ciencia un conjunto innumerable de hombres y de mujeres que dieron todo en el uso de un método, de un procedimiento en muchas disciplinas.

Si cuando sufrimos un corte de energía eléctrica nos sentimos perdidos, imaginen ustedes un apagón que dure días, meses, incluso un año. Entonces se podrán aproximar al genio de aquel hombre que vivió, estudió e investigó a la luz de una vela; y constatarán, en pocos minutos, que sin electricidad nuestra civilización se desmoronaría.

Así pues, el próximo 22 de setiembre, mientras estemos festejando el arribo de la primavera y, probablemente, la tan ansiada inmunidad de rebaño, recordemos a este físico inglés que se llamó Michael Faraday y agradezcamos sus geniales aportes mientras seguimos haciendo uso del flujo de electrones en todas sus formas y aplicaciones, flujo que conocemos, comúnmente, como corriente eléctrica.

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Marcelo Estefanell es escritor, apasionado de El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha. Fue encargado de informática del semanario Búsqueda durante varios años, ha sido columnista de EnPerspectiva.net y ha participado como invitado en las Tertulias.
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