Editorial

Nasazzi, el africano

Facebook Twitter Whatsapp Telegram

Por Rafael Mandressi ///
@RMandressi

Ahora que una semana ha pasado desde la final del campeonato mundial de fútbol, a siete días del triunfo de la selección de Francia y del cierre del torneo, cuando el polvo de la contienda está terminando de caer sobre la alegría de los ganadores y la decepción de los vencidos, cuando en Uruguay se apagan ya poco a poco los ecos de Rusia y se reanuda la actividad local, vale tal vez la pena agregar una apostilla no deportiva a los balances mundialistas.

Se ha leído y escuchado, aquí o allá, que el equipo de Francia, como otros pero quizá más que otros, es prácticamente un equipo de “africanos”, hecho de retazos coloniales, una suerte de batallón negro que salió a pelear disfrazado de azul, con un gallito ajeno bordado en el pecho. Gato por liebre, algo no del todo leal, incluso, eso de jugar con los restos del viejo imperio transformados en inmigrantes, y en todo caso no muy francés.

Llama la atención que ideas y comentarios semejantes aparezcan en 2018, cuando el equipo que hace veinte años ganó la misma copa ya no era tan francés como se supone que los franceses son o debieran ser. Y sin embargo, Zidane, Thuram y Karembeu eran en 1998 igual de franceses que Mbappé, Pogba, Matuidi o Kanté hoy. Ocurre también que Ricardo Rodríguez es suizo, como también lo son sus compañeros Xherdan Shaqiri y Granit Xhaka, por nombrar sólo tres integrantes de esa selección. Sin olvidar a los belgas Fellaini, Dembelé, Chadli, Boyata o Lukaku. ¿Y el ruso Mario Fernandes? ¿Y el inglés Rose, ese muchacho demasiado morocho para ser auténticamente británico y que por añadidura también es jamaiquino?

No hace falta multiplicar los ejemplos para poner de manifiesto la tontería que consiste en africanizar –o extranjerizar, en términos generales– tal o cual selección de fútbol. Tampoco se trata de subrayar lo rotundamente obvio, recordando que esos futbolistas con nombres, apellidos y/o apariencia presuntamente discordantes con los de los países cuyas selecciones integraron, son, en su inmensa, aplastante mayoría, nativos de esos mismos países. Ni siquiera son inmigrantes, sino nietos o hijos de inmigrantes, como de hecho lo es uno de los mejores jugadores franceses de la segunda mitad del siglo XX, el señor Michel Platini, sobre quien nunca recayeron sospechas, sin embargo, de insuficiencia étnica.

Platini, por si hiciere falta aclararlo, es un apellido italiano, como los ha habido siempre en la selección uruguaya, desde Nasazzi y Scarone hasta Cavani y Stuani, pasando por Máspoli, Ghiggia, Schiaffino y decenas más. También los ha habido, como es notorio, en la selección argentina, en la que hace nueve décadas revistó el defensa Luis Monti, vice campeón mundial en 1930 y campeón cuatro años más tarde, pero en esa oportunidad con la selección de Italia. En el mismo “combinado” de Nasazzi, Scarone, Mazzali, Petrone, el vasco Cea y el gallego Lorenzo Fernández jugaba, allá por los años veinte y treinta, un jás derecho excepcional, el señor José Leandro Andrade, apodado la “maravilla negra” por la prensa francesa en 1924. Todos indudablemente charrúas, por cierto.

Pero hubo otras dos “maravillas” que jugaron en la selección uruguaya antes que Andrade: Isabelino Gradín y Juan Delgado, “africanos” ambos, por lo menos a los ojos de los dirigentes del fútbol chileno, que reclamaron que se le quitaran los puntos al equipo de Uruguay por haber alistado players del continente negro en el campeonato sudamericano de 1916.

A un siglo de distancia, esa protesta chilena, con todo y su tinte racista, parece simplemente ridícula y risible. Lo es, pero también es un punto de referencia para calibrar la ridiculez análoga, con dejos de racismo ordinario también, de las consideraciones en torno al color y los orígenes de unos cuantos futbolistas de la selección de Francia, que aparentemente hay quien querría ver íntegramente compuesta por muchachos del tipo de Pavard, Giroud o Griezmann, es decir galos como la gente.

No hay dudas, el fútbol es representativo; a tal punto lo es, que tanto dentro como fuera de una cancha, la pureza étnica, afortunadamente, no existe. El problema es que sí parece existir, como diría un conocido comentarista, en “la cabecita” de algunos.

***

Emitido en el espacio Tiene la palabra de En Perspectiva, lunes 23.07.2018

Sobre el autor
Rafael Mandressi (Montevideo, 1966) es doctor en Filosofía por la Universidad de París VIII, historiador y escritor. Desde 2003 reside en París, donde es investigador en el Centro Nacional de Investigación Científica, director adjunto del Centro Alexandre-Koyré de historia de la ciencia y docente en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales. Es colaborador de En Perspectiva desde 1995.

Comentarios