Rafael Mandressi

Nasazzi, el africano

Por Rafael Mandressi ///
@RMandressi

Ahora que una semana ha pasado desde la final del campeonato mundial de fútbol, a siete días del triunfo de la selección de Francia y del cierre del torneo, cuando el polvo de la contienda está terminando de caer sobre la alegría de los ganadores y la decepción de los vencidos, cuando en Uruguay se apagan ya poco a poco los ecos de Rusia y se reanuda la actividad local, vale tal vez la pena agregar una apostilla no deportiva a los balances mundialistas.

Se ha leído y escuchado, aquí o allá, que el equipo de Francia, como otros pero quizá más que otros, es prácticamente un equipo de “africanos”, hecho de retazos coloniales, una suerte de batallón negro que salió a pelear disfrazado de azul, con un gallito ajeno bordado en el pecho. Gato por liebre, algo no del todo leal, incluso, eso de jugar con los restos del viejo imperio transformados en inmigrantes, y en todo caso no muy francés.

Llama la atención que ideas y comentarios semejantes aparezcan en 2018, cuando el equipo que hace veinte años ganó la misma copa ya no era tan francés como se supone que los franceses son o debieran ser. Y sin embargo, Zidane, Thuram y Karembeu eran en 1998 igual de franceses que Mbappé, Pogba, Matuidi o Kanté hoy. Ocurre también que Ricardo Rodríguez es suizo, como también lo son sus compañeros Xherdan Shaqiri y Granit Xhaka, por nombrar sólo tres integrantes de esa selección. Sin olvidar a los belgas Fellaini, Dembelé, Chadli, Boyata o Lukaku. ¿Y el ruso Mario Fernandes? ¿Y el inglés Rose, ese muchacho demasiado morocho para ser auténticamente británico y que por añadidura también es jamaiquino?

No hace falta multiplicar los ejemplos para poner de manifiesto la tontería que consiste en africanizar –o extranjerizar, en términos generales– tal o cual selección de fútbol. Tampoco se trata de subrayar lo rotundamente obvio, recordando que esos futbolistas con nombres, apellidos y/o apariencia presuntamente discordantes con los de los países cuyas selecciones integraron, son, en su inmensa, aplastante mayoría, nativos de esos mismos países. Ni siquiera son inmigrantes, sino nietos o hijos de inmigrantes, como de hecho lo es uno de los mejores jugadores franceses de la segunda mitad del siglo XX, el señor Michel Platini, sobre quien nunca recayeron sospechas, sin embargo, de insuficiencia étnica.

Platini, por si hiciere falta aclararlo, es un apellido italiano, como los ha habido siempre en la selección uruguaya, desde Nasazzi y Scarone hasta Cavani y Stuani, pasando por Máspoli, Ghiggia, Schiaffino y decenas más. También los ha habido, como es notorio, en la selección argentina, en la que hace nueve décadas revistó el defensa Luis Monti, vice campeón mundial en 1930 y campeón cuatro años más tarde, pero en esa oportunidad con la selección de Italia. En el mismo “combinado” de Nasazzi, Scarone, Mazzali, Petrone, el vasco Cea y el gallego Lorenzo Fernández jugaba, allá por los años veinte y treinta, un jás derecho excepcional, el señor José Leandro Andrade, apodado la “maravilla negra” por la prensa francesa en 1924. Todos indudablemente charrúas, por cierto.

Pero hubo otras dos “maravillas” que jugaron en la selección uruguaya antes que Andrade: Isabelino Gradín y Juan Delgado, “africanos” ambos, por lo menos a los ojos de los dirigentes del fútbol chileno, que reclamaron que se le quitaran los puntos al equipo de Uruguay por haber alistado players del continente negro en el campeonato sudamericano de 1916.

A un siglo de distancia, esa protesta chilena, con todo y su tinte racista, parece simplemente ridícula y risible. Lo es, pero también es un punto de referencia para calibrar la ridiculez análoga, con dejos de racismo ordinario también, de las consideraciones en torno al color y los orígenes de unos cuantos futbolistas de la selección de Francia, que aparentemente hay quien querría ver íntegramente compuesta por muchachos del tipo de Pavard, Giroud o Griezmann, es decir galos como la gente.

No hay dudas, el fútbol es representativo; a tal punto lo es, que tanto dentro como fuera de una cancha, la pureza étnica, afortunadamente, no existe. El problema es que sí parece existir, como diría un conocido comentarista, en “la cabecita” de algunos.

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Emitido en el espacio Tiene la palabra de En Perspectiva, lunes 23.07.2018

Sobre el autor
Rafael Mandressi (Montevideo, 1966) es doctor en Filosofía por la Universidad de París VIII, historiador y escritor. Desde 2003 reside en París, donde es investigador en el Centro Nacional de Investigación Científica, director adjunto del Centro Alexandre-Koyré de historia de la ciencia y docente en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales. Es colaborador de En Perspectiva desde 1995.

Rafael Mandressi

Montevideo, 1966. Doctor en Filosofía por la Universidad de París VIII, historiador y escritor. Desde 2003 reside en París, donde es investigador en el Centro Nacional de Investigación Científica (CNRS), director adjunto del Centro Alexandre-Koyré de historia de la ciencia y docente en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales (EHESS). En Uruguay, se ha desempeñado como docente en la Universidad de la República, la Universidad Católica y el CLAEH. Es autor de libros y artículos académicos sobre temas de su especialidad. También ha sido actor, director teatral y dramaturgo. Su novela Siempre París obtuvo el premio Juan Carlos Onetti en 2013. Es colaborador de En Perspectiva desde 1995.

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7 Comentarios

  • Excelente. En unos años tendremos un equipo venezolano

  • Ese no era francés, era negro y africano, mas precisamente oriundo de Malí, era ágil e ilegal; trepó la fachada de un edificio y rescató a un botija colgado de un balcón adónde llegó por alguna travesura.
    Ahora es un afrodescendiente recién estrenado ciudadano francés, incluso podrá competir con uniforme azul y con gallito y todo, representando al deporte galo.
    La metamorfosis del «éxito» otorga «patria.

    • …otorga «patria». (Debí escribir, si, así, entre comillas)

  • Qué comentarios tan racistas. Si rascamos un poco, ninguno de nosotros, uruguayos, blancos, el pais más europeo de América del Sur, seríamos entonces uruguayos. Nuestros antepasados (con excepción de los descendientes de habitantes originarios) descendieron de los barcos, la gran mayoría de la tercera clase de los barcos, así que no me vengan con estas estupideces. Los que jugaron el mundial seguramente nacieron todos en los países que representaron. Algunos comentarios dan asco, como lo de los venezolanos…..

    • Estimada Maria:
      Ni racista ni nacionalista (quizá usted no se enteró del episodio real al cual me refiero con sarcasmo).
      Nacer es una contingencia sobre la cual el nacido no tiene potestad, tanto el lugar y el tiempo, le son dados.
      De hecho si los deportistas, los alfareros o lo que ejerzan, son franceses, africanos, esquimales…etc, me resulta secundario, si me resulta muy relevante su condición, la condición humana.
      Saludos cordiales.

  • Excelente análisis de Mandressi que sitúa al lector en la realidad auténtica que no se puede ocultar con frustraciones de los perdedores. Sus ejemplos tomados del fútbol son incuestionables pero podría extenderse a otros ámbitos más generales y no encuadrados en la brevedad de un torneo de fútbol. Así, ¿deberíamos considerarnos los uruguayos en realidad como españoles y secundariamente italianos por nuestros ascendientes inmigrantes de esas nacionalidades? Ante pregunta tan obvia, la respuesta es igualmente obvia.

  • Excelente análisis de Mandressi. Su argumentación es incuestionable ya que lo que vale para Francia, Suiza, Bélgica y otros países vale también para Uruguay en este y otros campeonatos de fútbol como señala el autor. Brasil también sería desde larga data una selección africana dado el número de afrodescendientes que la han integrado. Y agreguemos que sus ancestros no llegaron voluntariamente a Brasil como inmigrantes sino que fueron introducidos como esclavos, tanto por Portugal como por Brasil ya independiente. Y fuera del fútbol la conclusión es la misma: ¿deberíamos los uruguayos ser considerados como españoles y en menor proporción italianos? La respuesta es tan obvia como la pregunta.

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