Editorial

No a la crispación artificial

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Por Fernando Butazzoni ///

Algunos mínimos incidentes ocurridos con figuras públicas en estas últimas semanas me han llevado a ponderar el talante con el cual los uruguayos afrontamos el final del año 2018 y el comienzo del 2019, que como todos sabemos será un año de elecciones y, por lo tanto, de alto voltaje emotivo.

No estoy pensando en el Uruguay militante de capa y espada que nos agobia un día sí y otro también, ni en esas máquinas invisibles que producen opiniones como si fueran galletitas. Pienso en los ciudadanos comunes, o sea en los grandes receptores de esa militancia opinadora, pertinaz y casi siempre atrevida.

Tengo tres ejemplos. Uno de esos incidentes −de alguna manera hay que llamarlos− tuvo como protagonista al cartón ligador por excelencia del actual gobierno: el ministro del Interior Eduardo Bonomi. Ocurrió en Artigas durante un batiburrillo con algunos trabajadores tabacaleros. El episodio es de sobra conocido, así que no es necesario describirlo.

Otro incidente, más actual, fue el ocurrido con Juan Raúl Ferreira en una esquina de Bulevar Artigas, en Montevideo. Un ómnibus casi se lo lleva puesto, y el conductor del vehículo detuvo la marcha ante el caído hijo de Wilson para recriminarle su actual militancia en el Frente Amplio. En este caso, también, gracias a enfermeras, ambulancieros y transeúntes, el hecho ha sido conocido por todos, de modo que no es necesario abundar en detalles.

El tercer chisporroteo pasó hace pocos días y consistió en una agresión verbal sufrida por el ministro de Economía, Danilo Astori, y su familia. Un par de bigardos lo insultó con impudicia, uno de ellos grabó el ultraje en su celular y luego lo subió a las “redes sociales”. De nuevo: todo el mundo ha visto el videíto, los medios de comunicación recogieron la anécdota y los políticos expresaron su solidaridad ipso facto, así que no es necesario detallarlo.

Esos tres incidentes tienen, a mi modo de ver, por lo menos tres elementos comunes que pueden ayudarnos a reflexionar. El primer elemento es la notoria destemplanza de los protagonistas, quienes de una forma u otra se comportaron como provocadores a sueldo. El segundo elemento es la nimiedad de los hechos en sí, que bien mirados y comparados resultan ser meros fuegos de artificio. Y el tercer elemento es la extraordinaria difusión que cada uno de los episodios ha recibido, a todas luces desproporcionada si la medimos con cualquier criterio razonable.

Parece obvio que ninguno de esos incidentes es digno de representar el talante de la ciudadanía, pero también resulta innegable que esa misma ciudadanía, pacífica y en general conciliadora, ha sido pieza fundamental en la magnificación de cada hecho. Hemos sido, quizá sin quererlo, la caja de resonancia que sirvió para ampliar asuntos de muy escaso calibre y convertirlos en grandes explosiones mediáticas.

Julio Cortázar escribió una vez que cualquier fotografía, si fuera ampliada lo suficiente, sería capaz de revelarnos un crimen. Acá parece que estamos ante una versión noticiosa de aquella afirmación literaria. Entramos en una zona de turbulencia en la que un pisotón o un estornudo puede ser, si se agranda lo suficiente, una pieza de caza en la temporada electoral.

A estas alturas no sería disparatado decir que hay una especie de esquizofrenia ciudadana, de la que quiero librarme y a la que me propongo combatir. Todos decimos repudiar ciertas expresiones volcadas en Facebook, en Twitter o en otros sitios similares, pero en la práctica resulta que hurgamos en esos sitios hasta encontrar las bascosidades y luego les damos el empujón necesario: las compartimos, las comentamos y contribuimos a su difusión y repercusión.

Solo así se puede entender que un mero empellón o un simple insulto terminen ocupando lugares prominentes en la agenda informativa de un país. Se me dirá que sus protagonistas son personajes relevantes de la vida pública, pero ocurre que ellos fueron protagonistas involuntarios de esos mínimos lances. De los provocadores ya nadie se acuerda, aunque la provocación está en la memoria de todos.

Hago votos para que nadie caiga en esas crispaciones prefabricadas, porque no nos hacen bien y porque, si las seguimos, terminarán por conducirnos al desfiladero de “los buenos contra los malos”, un lugar en el que no nos merecemos estar.      

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Emitido en el espacio Tiene la palabra de En Perspectiva, miércoles 26.12.2018

Sobre el autor
Fernando Butazzoni (Montevideo, 1953) es escritor, periodista y guionista, integra La Mesa de En Perspectiva. Fue tupamaro y en 1972 debió iniciar un largo exilio que lo llevó a vivir en distintos países de América Latina y Europa. Combatió junto al Frente Sandinista en la guerra popular de Nicaragua. Dirigió revistas y fue corresponsal de guerra. Entre 2010 y 2013 ejerció la presidencia del Sodre. Por su obra literaria ha recibido premios nacionales y extranjeros. Entre sus publicaciones más recientes figuran Las cenizas del Cóndor (2014), La vida y los papeles (2016) y Una historia americana (2017).

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