Lisa Block de Behar, docente de la Facultad de la Información y la Comunicación de la Universidad de la República, es quizás la uruguaya que más conoció al célebre semiólogo italiano Umberto Eco, que falleció el viernes pasado a los 84 años. En entrevista con En Perspectiva, recordó su obra y su capacidad para combinar referencias eruditas y populares.
EN PERSPECTIVA
Jueves 25.02.2016
NICOLÁS BATALLA (NB) —Este martes, en Milán, cientos de personas, entre las que se encontraban varias de las figuras más destacadas de la vida artística e intelectual italiana, se reunieron para despedir a Umberto Eco.
Este escritor, ensayista, filósofo y semiólogo nacido en el Piamonte, falleció el viernes pasado, a los 84 años de edad, dejando tras de sí una vastísima obra que podía transitar sin problemas desde asuntos reservados sólo para eruditos, como la filosofía medieval, hasta géneros propios de la cultura de masas, como el cómic.
¿Por qué vale la pena detenerse en el legado de Umberto Eco? ¿Qué volvió a este intelectual una figura reconocida también para el gran público?
Vamos a conversarlo enseguida con la doctora Lisa Block, docente de la Facultad de la Información y la Comunicación de la Universidad de la República.
Antes de detenernos en el análisis de la obra de Eco y su legado, conviene mencionar que usted conoció personalmente a Umberto Eco y llegaron a colaborar académicamente.
LISA BLOCK (LB) —Me parece que lo de colaborar es una exageración… Lo conocí hace muchísimo tiempo a raíz de la publicación de un libro mío por la editorial Siglo XXI que tenía relación con Eco. Le enviaron el libro, que era El lenguaje de la publicidad en aquella época, un libro del que he renegado muchas veces y sigo renegando. En un pasaje por Milán muy poco tiempo después, con mi familia, nos invitó a la presentación de una publicación muy llamativa que era La utopía revisitada que publicaba la editorial Bompiani y para presentarla hacían una reunión. De esa reunión Eco nos invitó a una cena, de la cena fuimos a su apto muy cercad de donde fue velado y estuvimos conversando largamente. Después siempre en encuentros académicos, cuando no de casualidad, que también se dio, porque Eco se desplazaba mucho y otros también.
EMILIANO COTELO (EC) —Escuchándolos, Nico, ahora me queda la gran intriga a propósito de cómo era Eco en el trato personal, ¿qué puede contarnos sobre eso?
LB —Bueno, qué puedo comentarte… era la misma persona que desborda en los libros, que no puede caber… Alrededor de donde estoy, frente a la computadora, quería tenerlos todos [los libros] a mano para poder responder con precisión, pero no cabe, así era Eco, desbordante, avasallante, siempre de excelente humor, siempre riéndose, también de sí mismo y de las situaciones más serias y formales. Expansivo en todo lo que podía ser su modalidad, su conocimiento y su gracia, que la tenía y le sobraba.
EC —Y en lo académico, a la hora de exponer ante el público o dar una clase, ¿cómo era?
LB —Asistía a muchas de ellas y siempre combinaba con sabiduría y gracia la profunda erudición que indudablemente tenía, con anécdotas circunstanciales, chispeantes. Creo que su fuerte ´-qué difícil traducirlo, aunque no sería necesario hacerlo porque es una palabra que existe en español- era la "boutade"…
EC —Una broma fina, sofisticada…
LB —Sí, pero sorprendente, paradójica, inesperada, tajante, sentenciosa, todo eso. Creo que ese era su gran fuerte retóricamente hablando, lo emplea tanto en las conferencias como en las clases y el trato personal, donde siempre tenía una salida chispeante, ocurrente, así como en los actos más formales y solemnes a los que realmente burlaba en una parodia bien hecha, porque es difícil ser paródico en esas circunstancias.
NB —Pasemos a algunos datos básicos de su biografía: Umberto Eco nació en Alessandria, en la región italiana del Piamonte, en 1932. Atravesó su infancia durante la Segunda Guerra Mundial. Recibió educación salesiana, algo que puede percibirse en varios de sus trabajos, según se ha destacado por estos días. Y en 1954 se doctoró en Filosofía en la Universidad de Turín con una tesis que fue sobre “El problema estético de Santo Tomás de Aquino”.
A partir de esto le propongo hacer un salto cronológico, aunque desordenemos la conversación, para pasar a algo que tiene que ver también con esa primera tesis y su gusto por la cultura medieval.
Por estos días en que tanto se ha hablado sobre su figura, la referencia que ningún medio omitió -seguramente por tratarse de la obra que lo volvió más conocido, fue la mención al libro El nombre de la Rosa, la novela que escribió en 1980, que vendió millones de copias y que luego tuvo una versión cinematográfica, en 1986, en una película protagonizada por un ex James Bond, Sean Connery. ¿Qué podemos decir de esa obra en particular?
LB —Creo que mencionaste lo más representativo de la producción de Eco como escritor…
NB —Claro, ahí lo encontramos como novelista, no como semiólogo, área en la que ya tenía una trayectoria destacada de varias décadas.
LB —Sin duda, y como tú bien decías, sus conocimientos sobre la teología y la filosofía medievales, que fueron sustanciales para lo que fue la arquitectura de esa novela.
Yo me detendría un poco en el título, El nombre de la rosa. Estuve releyendo también un libro bastante menor, un librito, que se llama Apostillas a “El nombre de la rosa”, donde él hace algunos comentarios sobre cómo elaboró esa novela y algunas circunstancias marginales con respecto a la producción y la discusión de la misma. Me llama la atención que cuando explica el título de la novela hace unas muy eruditas referencias, incluso en latín, a expresiones medievales, pero no nombra algo que me parece que es sustancial para cifrar la novela, su ficción y todo lo que allí ocurre: [Jorge Luis] Borges.
Yo vuelvo siempre a Borges, creo que es imposible no nombrarlo en este caso. Hay un poema titulado “El Golem” que para Eco era el más importante, el más significativo o el único de debería perdurar en la posteridad de toda su vastísima obra. En la primera estrofa justamente Borges habla del nombre de la rosa, no sé si tú la tenés presente, dice: “Si (como afirma el griego en el Cratilo) el nombre es arquetipo de la cosa en las letras de ‘rosa’ está la rosa y todo el Nilo en la palabra ‘Nilo’”. En el título del libro de Eco hay como una reescritura de esa primera estrofa del poema. No te olvides, además, que “El Golem” es muy importante para Eco, también porque cuando crea con unos colegas una revista online se llama “El Golem, el indispensable”. Es decir: no podemos no asociar a Eco con Borges, porque él además cifra también el nombre de uno de sus personajes, Jorge de Burgos, haciendo lo que llamaríamos académicamente un iso-consonantismo con el apellido de Borges, porque ambos tienen las mismas consonantes y el mismo significado en distintas lenguas.
Me llama la atención que no lo haya mencionado. Cuando, esto lo comento con agrado, le comenté que iba a publicar una separata en el semanario Jaque dedicada a Borges, quien todavía vivía, Eco no dudó en enviar de inmediato un artículo que para mí es uno de los mejores que ha escrito, que se llama “La abducción en Uqbar”, que es un análisis de Borges donde hace mucha referencia, también, a otro compatriota, Emir Rodríguez Monegal, presentándolo como quien más sabe de Borges en el mundo y elogiándolo por otras razones.
NB —O sea que pueden detectarse algunos vínculos de Eco con Uruguay.
LB —Ah, sí, claro.
Pero, hablando de la novela, indudablemente la combinación que él hace de erudición con referencias que pueden llegar a todo público -porque también el interés se dirige a llegar a todo público-, con algunas complicidades que son más bien para conocedores y eruditos… Eco era un gran… yo no te digo especialista en la Edad Media, pero sí un profundo conocedor. Tanto que Jacques Le Goff, un historiador muy sabio en temas de Edad Media, consideraba a la novela de Eco impecable en cuanto a la reconstrucción posible.
Pero además el éxito de la novela se debe a que, con una habilidad y una destreza muy grandes, Eco entreteje erudición, conocimientos y complicidades en una trama policial. Ahí creo que se puede hacer una convergencia entre lo académico y lo que tiene que ver con el escritor que llega a todos. La búsqueda, el trabajo de investigador que debe hacer un docente, se ha comparado o se debería comparar, por muchas razones, con la búsqueda o la investigación policial. Encontramos allí que se cruzan sus dos tendencias, sus dos capacidades y facultades: la investigación académica y la investigación policial.
EC —Si vamos a lo académico, estamos hablando de un semiólogo. No le pido que hilemos fino, pero, ¿cuál fue el aporte de Eco en semiótica?
LB —Yo te diría que antes de catalogarlo casi excluyentemente como semiólogo, semiotista o semiótico, es un filósofo al que le interesó profundamente la estética. Por esa razón para mí, y creo que para muchos que conocen su trabajo, la obra fundamental de Eco, la que tiene en ciernes y en simientes todo lo que después desarrolla, es Obra abierta. Acá la trabajamos con los estudiantes de profesorado de Literatura y de Idioma Español hace muchas décadas y realmente, si uno relee los principios de estética o poética -como los llama él- están todos vigentes. Y además por cómo fue desarrollado después en trabajos posteriores. Esa capacidad que él tuvo, no diría de prever, porque es contemporánea la publicación en italiano en 1962, en 1964 se publicó en español, de otros trabajos que presentaban las mismas características… Por ejemplo, el otro día recordaba conversando con otros estudiantes La rayuela, de [Julio] Cortázar, que es de 1963, y creo que puede ser un modelo arquetípico de la estética o la poética de Obra abierta, donde el lector es dueño de organizar, compaginar y ordenar su lectura narrativa. También en 1961 un poeta y escritor, novelista también, ingeniero, matemático y filósofo no tan conocido, Raymond Queneau, publica un libro realmente excepcional -del que creo que hay un solo ejemplar en todo Uruguay, en la biblioteca de la Alianza Francesa- que es Cien mil millones de poemas, donde recurriendo a sus conocimientos matemáticos lleva un soneto, que son 14 versos, a 14, porque incluye 14 sonetos en su libro, es un libro de 14 sonetos que le dan esa cifra.
Eco tuvo una captación realmente muy feliz y oportuna y creo que uno de sus dones era captar lo que estaba en la estética, en la creación en ese momento. La apertura que implica la participación del lector y luego su Lector in fábula, que desarrolla lo que ya había iniciado en Obra abierta. No sé si queda algo claro de todo lo que digo…
EC —Sí, es una buena aproximación para una charla como esta.
NB —Usted decía al principio que tuvo la oportunidad de conocer alguna de las residencias de Eco. Las crónicas hablan de una descomunal biblioteca que dicen que tendría alrededor de 35.000 libros. Eso me lleva a pensar en una de las reflexiones que han aparecido en la prensa en estos días y que dice: “Eco parecía uno de esos filósofos previos a la explosión de conocimientos de la modernidad, cuando ya se volvió imposible para un único individuo dominar todo el saber humano”… Esa es una frase que apareció en Página 12 y que denomina a Eco: “el hombre que parecía saberlo todo”. Esa es una de las características sobresalientes de su figura ¿no?
LB —Es posible, sí, sobre todo porque pudo abarcar lo inabarcable, quiero decir, la erudición más sólida con su interés por lo que podía no requerir esa erudición, que era el análisis de lo inmediato, lo contemporáneo, lo cotidiano, pero siempre sin simplificar, sin facilitar demasiado como para trivializar esos objetos que no tenían una tradición académica para su estudio y que, sin embargo, él con su aproximación les daba ese carácter. A nadie le extrañaba que pasaran a discutirse en cualquier universidad esos objetos de estudio que hasta entonces eran excluidos o estaban al margen de los estudios académicos.
NB —¿Cómo se llevaba Eco con la tecnología?
LB —Yo creo que excelente, ¿no? Fue de los primeros en recurrir a ella. Me acuerdo que en una conferencia de apertura que hizo en la Universidad de Berkeley en 1994, de la no sé si hoy extinta Asociación Internacional de Estudios Semióticos, él empieza -con esa informalidad, a pesar de que era una conferencia de apertura en tal universidad- diciendo: “Para hablar hoy yo quería referime a Jerusalén. Antes, para informarme sobre eso tenía que recurrir a los pocos libros a los que yo tenía acceso. Ahora, que tengo Internet, voy a Jerusalén y estoy en lo mismo: no puedo adelantar mucho en mi conocimiento, porque es tanto y tan abrumador todo lo que encuentro, que no sé ni por dónde empezar”. Así empezaba él su conferencia inaugural en Berkeley. Muy temprano él ya consultaba [Internet], y si bien manifestaba su desconcierto, su estupefacción y esa imposibilidad de elegir ante tanto, él ya se lo planteaba como problema y después lo analizó, por supuesto.
Creo que para él se podría utilizar una butade que usan a veces los franceses, que la atribuyen a los normandos, cuando dicen: “Había tanto que yo elegí todo”, lo que parece una paradoja, ya que elegir supone seleccionar de un todo.
NB —Una de las obras de referencia, por lo menos la que les toca abordar a quienes estudian comunicación en Uruguay, es Apocalípticos e Integrados, un texto que publicó por primera vez en 1965 y en el cual hace toda una revisión de la cultura de masas. Si usted tuviera que resumir cuál es el aporte concreto de esa obra, que ha sido tan importante y tan citada en estos días, ¿qué señalaría?
LB —Yo diría que en primer lugar él mismo era las dos cosas, apocalíptico e integrado, así que sabía de lo que estaba hablando. Pero si tuviera que resumir te diría lo que comentábamos hace un momento: la habilitación de objetos de estudio no tradicionales disciplinariamente encarados, abordados desde una disciplina con seriedad y rigor. Esa cultura que se consideraba accesoria, secundaria o ni siquiera cultura en una definición restringida, se habilitó como tal, como objeto de estudio y de interés. Eso me parece muy legítimo.
NB —Eso tiene un poco que ver con la manera en la cual usted toma su primer contacto con Eco, ¿no?, cuando la invita a escribir un capítulo sobre el lenguaje del cine, una disciplina que en ese momento no formaba parte del conocimiento erudito o académico.
LB —Exacto, uno se sentía culpable porque siempre nuestra generación se interesó tanto por la literatura como por el cine, pero se sentía culpable en la clase, frente a los estudiantes del Instituto de Profesores, o más tarde de la universidad, de tratar a la par al cine. Sin embargo, en esa primera sección que se hace sobre literatura y cine en el Segundo Congreso de la Asociación Internacional de Estudios Semióticos, en la Universidad de Viena, se le dio tanta importancia como a cualquiera de los otros estudios de semiótica.
NB —Como venimos diciendo estamos hablando de alguien que supo tener varios sombreros, aunque todos interactuaban entre sí -el novelista, el filósofo , el semiólogo-, si usted tiene que elegir en qué ámbito está la contribución más valiosa de Eco, ¿qué diría?
LB —Te diría que escribe muy bien, todo lo que ha escrito realmente complace leerlo porque no pierde profundidad en ningún momento y, sin embargo, la claridad es realmente transparente en casi todos sus pasajes.
Me quedaría con la poética de Obra abierta, que me parece lo más importante, sobre todo el haber destacado y el haberse adelantado en eso a lo que fue después la estética de la recepción, la importancia del espectador, del contemplador, del lector como partícipe en la creación de la obra, la recreación. Sobre todo cuando él por ejemplo pone ejemplos musicales y le atribuye al intérprete la capacidad de recrear –y en español tenemos el mismo juego que se puede hacer en otros idiomas-, la creación y la recreación, que es gozosa, con el to play, el jugar y el interpretar como lo mismo. Me parece que eso es muy valioso de Eco, lo destaca desde Obra abierta, Lector en fábula y también en todos sus escritos y novelas posteriores. Y la búsqueda por la ficción de los temas que más interesan al lector de estas últimas décadas, estoy pensando no solo en El nombre de la rosa sino también en, por ejemplo…
EC —…en la última novela, Número cero, ¿no?.
LB —Sí, creo que quedó ahí por la mitad en mi lectura y también en su elaboración, pero la propuesta era interesante, porque esa crítica de la prensa que él hace y de la relación con la política sin reparos en aludir al mundo italiano y todos esos enredos… Claro que él sabe muy bien que desde la más remota antigüedad hay una afirmación que es muy desconcertante, que es: “Yo miento”. ¿Miente o no miente el que dice “yo miento”? Hablar de o contra la prensa, desde la prensa, me parece que también de alguna manera está actualizando esa afirmación. Tal vez estoy exagerando…
EC —Es un libro apasionante, ineludible para los periodistas para pensarlo después, pero creo que vino muy bien, resultó muy oportuna su edición.
LB —Claro, y también el otro, la novela El cementerio de Praga, que creo que tuvo una muy buen intención pero fue muy mal interpretado, lo cual dio lugar a serias polémicas en Italia, sobre todo por la forma en que él trata uno de los mayores males, desde siempre y en la actualidad, que es el tema del antisemitismo.
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Transcripción: Andrea Martínez
Foto en Home Umberto Eco asiste a un evento del movimiento cívico italiano "Justicia y Libertad" reclamando la renuncia del primer ministro Silvio Berlusconi, el 5 de febrero de 2011. Crédito: Guiseppe Cacace/AFP Photo.