Policía muere en rapiña: Sindicato sostiene que efectivos no tienen la protección suficiente

Un policía de 29 años fue asesinado ayer a la mañana en Ruta 5 y Santa Lucía, frente a la fábrica de Conaprole.

Próximo a la hora 7, el policía César David Texeira Meneses recibió un disparo de arma de fuego en la cabeza mientras se trasladaba en moto hacia su trabajo en la Intendencia de Montevideo.

Iba uniformado, con casco y chaleco antibalas. Al caer al piso, los agresores, que también se trasladaban en moto, robaron su arma de reglamento y el chaleco antibalas, y huyeron del lugar.

El fiscal de homicidios Juan Gómez sostuvo que el motivo del asesinato fue realizar el asalto. Dijo, hablando con El País: «Era muy visible de que se trataba de un policía y eso da la pauta de que en realidad los asesinos buscaban un policía e indica también que buscaban un policía por lo que se llevaron, básicamente, que es el arma de fuego»:

Le provocan la muerte con el único botín de quitarla el arma de fuego que portaba el policía que iba con su uniforme y chaleco. Ese fue el móvil. Robarle el arma o quizás la moto. Pero la moto quedó en el lugar del hecho vaya a saber por qué circunstancia. 

Hoy, más temprano, En Perspectiva habló con un representante del Sindicato de Funcionarios Policiales de Montevideo, que señalaba que el gremio viene percibiendo desde los dos últimos años un incremento en situaciones de este tipo, que no siempre terminan con este lamentable episodio pero sí de policías a los que se los ataca para robarles el arma o el chaleco antibalas.

La Tertulia de los Jueves con Daoiz Uriarte, Verónica Piñeiro, Margarita Machado y Marcos Methol.

[la_mesa type=»2″]

***
Foto en Home: Policía. Crédito: Presidencia de la República.

¿Mirás nuestros videos, escuchás los audios, leés las notas que subimos a la web? La continuidad de esos servicios depende de que tú contribuyas a financiarlos. Te invitamos a ser Socio 3.0 de En Perspectiva, asumiendo un abono mensual. Más información en este mensaje de Emiliano Cotelo: enperspectiva.net/socios

Candela Stewart

Notas Relacionadas

6 Comentarios

  • Machado habla del ejemplo que da Mujica, al mencionar que el empuñar un arma en un banco lo «respetaban». Más allá de que Mujica confunde miedo (que es algo que a uno le imponen por la fuerza) con respeto (que es algo que uno otorga voluntariamente), me parece clarísimo que para la población lúmpen que es capaz de matar a alguien sin mediar palabra, ni Mujica ni ningún político son ejemplo de nada. Buena parte de esa población no tiene la motivación, la capacidad de concentración ni el nivel de lenguaje para mirar una película, llegar al final y entender qué fue lo que vió.

    Uriarte menciona a los calzados Nike como un ejemplo de desencadenante de esta violencia, que buscaría satisfacer el consumo llamado «aspiracional» (un producto suntuario de una determinada marca). Antes «sólo habían championes» marca «champion», el problema es que ahora hay Nike. ¿Porqué no me voy a poder poner unos Nike?

    Uriarte debe recordar que no costaban lo mismo los zapatos cocidos que los zapatos pegados. Los Gallarate, que eran los Nike del calzado de nuestra época, se compraban fiado y se pagaban en cuotas durante meses… si uno tenía ingresos como para permitirse ese lujo. Los zapatos pegados eran los de precios populares, había un zapatero que se hizo famoso vendiendo zapatos baratos con el crédito de la casa.

    Cuando era niño y hasta bien entrado en la juventud, tenía un solo par de zapatos. Me compraba zapatos cuando ya no tenían arreglo los que venía usando. No era pobre, era alguien de una familia de ingresos bajos. Así éramos la mayoría de los que íbamos a la escuela a la que yo fuí, por ejemplo. Para poner otro ejemplo, la licuadora que compró mi madre, la pagó en cuotas durante meses, también una mesita bar que usábamos como mesa para comer. Bien por el contrario, lo que cambió es que ahora existen muchas más opciones verdaderamente baratas, de notoria menos calidad, pero tienen el mérito de existir. Antes mucha gente sencillamente había cosas que no las podía comprar (ni de buena marca, ni de medio pelo).

    Entonces, el razonamiento de Uriarte es buena parte de lo que está mal en esto. El tema no son los Nike, el tema es que hay gente que esté dispuesta a matar a alguien para ponerse unos Nike. Si la gente antes no mataba para ponerse unos Gallarate y ahora mata para ponerse unos Nike es que la gente ahora culturalmente es peor y eso es lo que hay que entender para empezar a pensar en una solución. No es una fuerza sobrenatural que los controla como zombies, no es un logo en un escaparate que los hipnotiza, es lo que tienen (o no tienen) en la cabeza y eso se llama cultura. Las culpas, vaya uno a saber ¿quién los crió? ¿cuáles son sus referentes? Mujica, seguro que no. ¿qué tanto influye la escuela en la escala de valores que adoptan? ¿O pesa más el entorno social? En ese caso, estamos fritos: en una familia en la que hay delincuentes, ¿qué mirada tienen sobre el delito? Si hay algún homicida en la familia, ¿qué valor le dan a la vida ajena?

    En definitiva el problema habla mucho más del asesino y de su entorno social que de lo que hay en las vidrieras o de la víctima, que en el discurso aveces parece que fuera responsable solidario del deseo irrefrenable de su asesino. Mientras sigamos negando que el asesino es parte del problema, nunca vamos a entender que no hay solución que no involucre al asesino. No es reduciendo la oferta de calzado que se arregla el asunto.

    • donde dice cocidos, debe decir cosidos. Los zapatos cocidos son indigestos. Saludos.

    • Es por ese cambio cultural que vengo reclamando yo en otros artículos sobre temas muy variados. Sé que es difícil porque es un asunto de toda nuestra civilización occidental (se nota en producciones televisivas extranjeras, por ejemplo), pero es imperioso esforzarse por alcanzarlo; de lo contrario, estaremos del todo perdidos.
      Volviendo al tema, reitero la recomendación que hice en la nota con el Sindicato de Policías: que estos funcionarios entreguen el arma y el uniforme en su unidad al salir del servicio, bajo resguardo, y vuelvan a su casa de particular. Y al otro día, al retomar el servicio, se les entregan el arma y el uniforme de nuevo.

      • En lo que seguramente no estamos de acuerdo es en la valoración de la familia. Para usted es parte de la solución, para mí es parte del problema. La reproducción de la sociedad basada en la familia es demasiado determinante del capital material y cultural de los individuos y se basa en una ruleta en la que las personas no juegan ningún rol. Nadie elige la familia en la que nace ni hace méritos para tenerla. Es lo que le tocó en suerte y eso hace materialmente inviable la construcción de una meritocracia que merezca ese nombre.

        El capital cultural y material del que hablo opera, en forma menos determinante pero muy gravitante, como la genética. Si un niño se cría en un ámbito en el que el delito está legitimado y es parte del paisaje cotidiano, entonces es muy difícil rechazar ese patrón cultural, so pena de deslegitimar al propio entorno afectivo de la persona. ¿Cómo deslegitimar el robo si entre sus padres, tíos, hermanos hay ladrones? ¿Cómo no justificar el homicidio si mi pariente al que tanto quiero mató a uno para sacarle plata? Se precisa mucha abstracción para deslegitimar los propios orígenes.

        Ahora, si usted acepta estas premisas, en el fondo el capital cultural que uno hereda está sometido a leyes similares a las de la selección natural darwiniana: los patrones culturales que se adaptan mejor a su propia reproducción son los que crecen y terminan por prevalecer. El crecimiento del delito no es más que la muestra de que la estrategia delictiva funciona, es adaptativamente eficaz. Permite vivir, tener familia y enseñar el oficio y los valores morales que hacen a su ejercicio exitoso.

        Eso ocurre en la familia y en el entorno social, como no podría ser de otra manera. El poco peso gravitante que tiene el Estado a través de sus instituciones en garantizar que la sociedad se reproduzca en el apego a las leyes es parte del problema. Y eso es porque pensamos que la familia está por encima del Estado. Nos parece natural que «no se metan» con los valores que les inculcamos a «nuestros hijos», como si no fueran hijos de la sociedad toda, para bien y para mal.

        Aunque no tenga nada en relación a la noticia de marras, no se puede soslayar: Los delitos de cuello blanco, los que no se hacen a los tiros, los vaciamientos de empresas, la evasión fiscal, son también formas destructivas de socialización. Esa otra forma socialmente disfuncional pero también exitosa para reproducirse también crece a la sombra de la familia y su transmisión vertical de valores.

        La familia que tenemos hoy se ve a sí misma más como clan que como un engranaje de una máquina. Está más preocupada de reproducirse y de que sus individuos sean exitosos que de construir una sociedad mejor para todos.

        • No voy a extenderme en reflexiones como lo hace Ud. (en todo su derecho, claro), pero hombre y mujer sí se eligen para formar una familia; al menos así lo era a mediados del siglo pasado, donde yo me formé como persona. Y entre esos valores de familia estaban el tener hijos, criarlos con amor y educarlos para que salieran personas de bien y reproducir el sistema. Y si el delito se mete dentro de la familia, seguramente no es por culpa de ésta, sino por causas ajenas, inherentes a la formación de la persona, que recibe influencias extrañas a la familia. Por otra parte, si quitamos a los hijos de las familias, o admitimos que los padres se desentiendan de su crianza, lo que queda para aquéllos es la «educación» de la calle: éxito y gloria fácil, logros inmediatos, supremacía ante los demás… ¿Sabe a dónde lleva eso?

          • Estimado Jorge,

            En ningún momento dije yo que me pareciera deseable quitarle los hijos a las familias para que reciban la «educación» de la calle. Bien por el contrario, eso es lo que muchas veces pasa hoy día, porque parte de las enseñanzas de algunas familias es que el sustento se busca en la calle y que para conseguirlo hay que conocer sus códigos de violencia y manejarse con ellos.

            Me cito a mí mismo: «El poco peso gravitante que tiene el Estado a través de sus instituciones en garantizar que la sociedad se reproduzca en el apego a las leyes es parte del problema. Y eso es porque pensamos que la familia está por encima del Estado. Nos parece natural que «no se metan» con los valores que les inculcamos a «nuestros hijos», como si no fueran hijos de la sociedad toda, para bien y para mal». Nada más lejos de lo que yo dije que mandar niños a criarse en la calle. Hablo de un Estado atento, garante de los intereses del niño por encima de los del «clan» en el que le tocó nacer. Ya que estamos hablando, tres medidas que juntas podrían incidir a largo plazo en ese cambio cultural que por lo visto ambos pensamos que es necesario:

            Debería ser una opción para quien tiene un hijo y es conciente de que no tiene condiciones de criarlo, dejarlo a cargo de una institución pública, que se encargue parcial o totalmente de su crianza, dependiendo del caso (alimentación, vestimenta, educación, estimulación temprana, etc). Sin que culpabilicen a los padres biológicos ni traten de convencerlos de que no los dejen ni los acusen de parir y no hacerse cargo. Nadie va a la puerta de un asilo porque sí y si lo hace, eso ya muestra que el niño está en peligro. El bien superior a tutelar es el futuro del niño. Eso existía antes, en la «casa cuna» y en los orfanatos religiosos. Algunos hasta funcionaban con empresas destinadas a financiar la obra social (recordar la «Calera de las Huérfanas»). Mucha gente se salvó de un triste destino porque algún familiar a cargo entendió a tiempo que no tenía condiciones de ocuparse y dejó al hijo en una institución. Existían antes también opciones religiosas de colegios para pupilos y medio puilos que permitían que los chiquilines se criaran abstrayéndolos del contexto social de donde venían, para que desarrollaran su potencial en un contexto cuidado. Aprendían un oficio, se insertaban en el mundo del trabajo y hasta terminaban sirviendo a posteriori de sostén económico para la familia. Mi padre por ejemplo salió de ahí y la llevó bastante mejor que sus hermanos, que no se criaron de pupilos y tuvieron una vida mucho más azarosa.

            También debería ser una potestad del Estado tutelar la patria potestad de niños cuyos derechos y posibilidades de desarrollo estén claramente vulnerados por su entorno familiar aún cuando la familia a cargo no es conciente del problema o no le importe. Ya sea por carencias materiales extremas, contexto de violencia, falta de referentes positivos, introducción en el mundo del delito aprovechando su condición de menor, es una sentencia de marginalidad de la que de adulto le costará mucho salir. Eso entendido como un servicio público y gratuito requiere definiciones económicas que están lejísimos de las prioridades de la derecha. Entendido además como un mecanismo coercitivo en casos extremos –que lamentablemente no son pocos– implica definiciones filosóficas que están lejísimos del pensamiento de la izquierda en Uruguay. Aparecería enseguida el argumento de que los están estigmatizando por ser pobres, cuando es exactamente alrevés, lo estigmatizante es el contexto en el que la ruleta de la vida los hizo nacer.

            Por último, los mecanismos de adopción necesitarían de una revisión completa, destinando recursos humanos para analizar de forma eficiente las condiciones de los adoptantes, para no hacerlos vivir un calvario administrativo y unas esperas infinitas. Conozco casos de adoptantes y son auténticas travesías del desierto. Parte de la solución para desinstitucionalizar chiquilines debería pasar por una promoción de la adopción como una alternativa a considerar. Cuando pienso en adopción, por supuesto que no pienso en un hombre y una mujer pareja heterosexual, sino en cualquier núcleo familiar que esté en buenas condiciones de asumir la responsabilidad. No sé en qué andamos con esto, pero creo que todavía sigue siendo un tabú a derribar.

            Por decirlo de una forma, dejar de pensar a la paternidad exclusivamente como un asunto de sangre, relacionado estrictamente con la reproducción biológica y pasar a verla como un acto de responsabilidad hacia un menor. Cuando son hijos biológicos, fenómeno, pero cuando no también y nunca lo biológico debería dar derechos por sobre el interés del niño.

            Por ejemplo, un asunto a trabajar es hacer pensar en la adopción como alternativa a largos y penosos tratamientos médicos de quienes tienen biológicamente dificultades para engendrar. Habría que hacer campañas de imagen pública que le den a la adopción visibilidad, una cognotación social positiva y explicando con ejemplos que los mecanismos son razonablemente simples y rápidos. Quizás, dando también a conocer historias de vida de adultos que fueron adoptados, donde expliquen lo que sienten por sus padres adoptivos y lo que estos sienten por sus hijos adoptados.

            Le agradezco sus comentarios. Atentos saludos.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*Es obligatorio poner nombre y apellido