Juegos Olímpicos de París 1924
Por Homero Fernández
Viernes 26.07.2024
Para encontrar el origen de la hazaña del futbol uruguayo que culminaría en junio de 1924 con la medalla olímpica y el título de primer campeón del mundo, habría que abrir unas cuantas puertas de contexto que llevan a la entrada del Olimpo.
Los años 20 en Uruguay, especialmente en la clase alta de Montevideo eran, o pretendían serlo, una copia tardía de la Belle Époque francesa.
La clase media crecía y se desarrollaba en los distintos barrios fundamentada en el acceso a la educación de los hijos y en la convivencia de los vecinos en las plazas y en los comercios. Las clases populares se beneficiaban de las medidas laborales heredadas del batllismo. La música y las letras del tango echaban raíces profundas en la mayoría y el movedizo fox-trot escapaba por las ventanas de las mansiones del Prado.
Es el tiempo protagónico en la moda masculina de los sombreros de paja conocidos como “ranchitos”. “Es la rosa del verano, que nos nace sobre la cabeza en el mes de noviembre y se deshoja otoñal en marzo”, los describía un diario de la época.
Se inaugura el monumento a José Artigas en la plaza Independencia, una escultura diseñada por el artista italiano Angelo Zanelli, que sella para siempre uno de los íconos de la capital uruguaya.
Las familias se reunían los días de descanso en los parques y los privilegiados alrededor de la magia de las radios a galena para escuchar música y radionovelas. Las calles y los terrenos, aún vacíos, los invadían los niños y los jóvenes detrás de una pelota, en su mejor caso, o de una bola rudimentaria hecha con ropa vieja.
El fútbol iba cobrando protagonismo y colgaba medallas de los campeonatos sudamericanos de 1916, 1917 y 1920.
El martes 10 de julio de 1923 un fenómeno natural inédito en aquellos tiempos, tal vez más común en los nuestros del calentamiento global, produjo una conmoción.
Una tormenta, calificada de cinematográfica por una publicación de entonces, arrasó con parte de la rambla, llevó el agua hasta la plaza Independencia, destruyó toda la zona portuaria y parte del famoso conventillo Medio Mundo. Parió, eso sí, a un nuevo equipo de fútbol cuyos fundadores no tuvieron mejor idea que llamarle Mar de Fondo.
Tal vez la mejor la definición metafórica del estado institucional del fútbol uruguayo que pasaba por un momento de gran división, que culminaría con el resquebrajamiento de la Asociación Uruguaya de Fútbol.
Una controversia que también incluía factores políticos y de poder que traspasaban los meramente futbolísticos.
Era 1923 y Uruguay habría de organizar el campeonato sudamericano de selecciones y conformar el equipo que lo representaba. Ambas cosas no eran fáciles en medio de la lucha fratricida alrededor de la pelota.
Por lo menos en público, nadie pretendía alcanzar mayores metas que salir adelante en ese desafío inmediato.
Lo del sueño olímpico parecía simplemente una quimera en la cabeza de unos pocos.
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