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Entrevista central, lunes 12 de setiembre: Óscar Bottinelli, Rosario Queirolo y Adolfo Garcé

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EC —Es bueno que se conozcan las diferencias, las líneas de trabajo de unos y de otros.

OB —Son conceptualizaciones académicas. Incluso en ese sentido él lo veía en una línea muy militante, de decir “con esto tenemos que construir democracia”, mientras que nosotros tenemos una visión más de no involucrarnos con el objeto de estudio, si la gente no quiere democracia que no la quiera, lo que quiero saber es por qué no la quiere. Pero él lo hacía. Más aún, en algún momento dijo por qué había empezado los estudios sociológicos, decía “una generación que se vio muy convulsionada –la generación pregolpe de Estado y la generación que va a la guerrilla–, entonces yo quería estudiar por qué esa generación fue para donde fue”. Había una motivación de explicar un comportamiento determinado que a él lo preocupaba.

EC —Fito, Rosario, ¿qué agregan sobre la actividad académica de Luis Eduardo González?

AG —Luis Eduardo hizo toda la vida un esfuerzo muy fuerte por mantenerse en el mundo académico, combinando el profesional, el empresario, el hombre de opinión pública, con el profe universitario y con el académico, todo el tiempo siguió escribiendo papers, algunos de los últimos con Rosario, por quien tenía especial cariño, le decía Rosa. Pero creo que el principal aporte de Luis Eduardo fue su tesis de doctorado, en lo que pudo poner más tiempo, más energía. Volviendo al tema del humor, cuando hablaba de su libro decía “el libro menos leído del Uruguay”. Estructuras políticas y democracia en Uruguay, un libro que para mí es de los tres mejores libros de ciencia política publicados en Uruguay desde que existe la profesión. Esa tesis que él hizo en Yale con Juan José Linz fue pionera, porque a principios de la década del 90 recién estaba empezando el debate sobre cómo podían funcionar los presidencialismos en América Latina, se venía de toda la discusión, iniciada por el propio Linz, acerca de en qué medida el presidencialismo era disfuncional para la estabilidad de la democracia. Luis Eduardo se colocó en esa discusión con el caso uruguayo de un modo muy original, vinculando el tema del presidencialismo en la forma de gobierno con el formato del sistema de partidos. Hizo un aporte muy interesante en ese punto, y si tuviera que redondear diría que ahí está lo más interesante, el aporte más sustantivo de su carrera académica.

OB —No aparece mucho en sus trabajos académicos, pero cuando en el Uruguay se empieza a discutir, apenas se entra en la restauración democrática, la necesidad de reformar, él hace muchos aportes. Hay un trabajo muy importante en la Friedrich Ebert, muchos aportes tirando la idea de ¿qué pasa con el parlamentarismo?, ¿por qué no podemos despresidencializar el sistema político uruguayo? Tuvo el éxito de todo el que ha impulsado el parlamentarismo uruguayo, que a los líderes políticos los asusta. Fue un provocador en ese tema muy importante.

AG —Un detalle: él estaba obsesionado con el tema de la democracia, dedicó su tesis de doctorado a explicar el golpe o los golpes, el del 33 y el del 73. En ese sentido tuvo un punto de contacto con Guillermo O’Donnell, que en su tesis de doctorado se ocupa de lo que lo que lo marcó, lo que marco a su generación, el golpe de Onganía. Él estaba muy marcado por la crisis del 73.

RQ —El libro de la tesis de Luis en mi opinión es una de las explicaciones más convincentes de la ruptura de la democracia, sacándole peso a la explicación que estaba más en boga, que era que el quiebre institucional había sido respuesta a una crisis social y económica, factores mucho más estructurales. Él pone el peso en las estructuras políticas, en las instituciones, en la agencia política, en lo que hacen los actores políticos, en la importancia de las fracciones; creo que eso nos ayudó a pensar cómo tenía que ser la vuelta a la democracia. No solo es una explicación de la causa de un golpe de Estado, nos dio información sobre qué cosas funcionaban mejor y a qué cosas había que prestar atención en las democracias. Entonces me parece que ese libro, que una tesis de doctorado en general, y la de él más por su perfeccionismo en todo lo que hacía, es un libro muy bueno, que ha tenido mucho impacto, no solo en Uruguay, sino en la región, y después lo lleva a seguir pensando en el rol de las elites políticas, siempre en ese juego entre lo que hacen las elites y los ciudadanos.

Se preocupó siempre por tratar de entender la realidad, si por un lado tenemos los partidos y a los políticos que defienden ciertas cuestiones, cómo esos políticos interpretan a los ciudadanos, cómo los ciudadanos se hacen escuchar o cuándo sí y cuándo no se hacen escuchar. En eso también se enfocaron algunos de sus trabajos posteriores, a veces en forma de consultoría, a veces en forma de artículos académicos, para entender la región, no solo Uruguay, entender Honduras, entender los países andinos, entender la región en general de América Latina en este conflicto entre lo que hacen los partidos y cómo escuchan o no a sus ciudadanos.

EC —A propósito de su propia peripecia política, un tema que al público siempre interesa y que da pie a todo tipo de especulaciones, y en el caso del Sordo también pasaba, hoy La Diaria cuenta que militó de joven en la Federación de Estudiantes Universitarios del Uruguay y se definía como “frentista hasta 1980”, pero, según dijo hace dos años en una entrevista para un informe publicado por la revista Lento, “votó a todos los partidos políticos”.

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