La audiencia opina…

¿Qué hace a los liceos Jubilar, Impulso, Providencia, Francisco y Militar, diferentes a los demás?

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El núcleo de un centro de enseñanza está compuesto por sus recursos materiales: infraestructura edilicia, equipamiento funcional y tecnológico, bibliotecas, etc., y sus recursos humanos: dirección, profesores, alumnos y personal de servicios.
Hoy por hoy, la mayoría de los edificios de los liceos públicos son considerados buenos y muy buenos. Los de reciente construcción son amplios, bien iluminados, con mobiliario moderno, equipamiento nuevo y espléndidos espacios recreativos, mientras que los más antiguos, mantienen su decoro.

Respecto a los recursos humanos, se percibe que mientras que para un liceo convencional son sólo recursos, para los “públicos de gestión privada” constituyen un capital. Y eso los hace diferentes.

En la mayoría de los liceos públicos, todas son “pálidas”. Instalaciones desprolijas, violencia, irrespetuosidad hacia los docentes, constantes faltas o ausencia de profesores (generadoras de horas libres ociosas y mal aprovechadas), caras tristes, desmotivación, así como descuido con el mobiliario y una  larga lista de etcéteras.
En los mal llamados “de gestión privada” (la gestión es buena o mala, independiente de si es pública o privada), todo funciona y la “buena onda” se respira en sus paredes y la trasmite la “comunidad educativa”.
Los directores dirigen (administran, gobiernan, rigen, mandan), es decir asumen su jerarquía y cumplen los cometidos que el cargo impone.

Los docentes, conociendo y concordando con la visión del modelo, no trabajan…, profesan su vocación.
Los adscriptos, amén de cumplir con su rol también educan. Pues hacen de un recreo o una hora libre, un momento útil para “conversar” y conocer a los alumnos. Los vínculos son casi personalizados.
Por su parte, las cocineras y las auxiliares de limpieza dan lo mejor de sí a la hora de confeccionar el almuerzo o dedicarse al aseo y presentación de los espacios.
Los estudiantes, orgullosos de su uniforme marchan todas las mañanas (durante seis días a la semana) a ese amigable centro de referencia, donde cultivan el intelecto, el físico y el espíritu.
Y los padres, apoyan al liceo manteniéndose al tanto de las actividades de sus hijos, respondiendo cuando por algún motivo son llamados, así como integrando activamente las “comisiones de padres”. Son padres presentes, el modelo lo demanda.

La cosa es bien clara, allí se va a estudiar. Los alumnos se llevan tareas domiciliarias y son calificados  mediante “orales” y pruebas “escritas”. Y si las cosas no andan bien, hay clases de apoyo. El rendimiento académico es una exigencia.

Además se les enseña a ser responsables, a respetar y a ser buenos compañeros. Se trasmiten valores, a la vez que se combaten las propensiones negativas del ser humano (indisciplina, falta de voluntad, indolencia, intolerancia y el desaliento). Pero ¡ojo!, también se divierten: van al cine, al teatro, organizan bailes, acampan y practican deportes.

En estos liceos, nada queda librado al azar. El primer día de clases los padres y alumnos son recibidos, saludados y bienvenidos. No es un día más. Es normal que durante el año organicen “Un día en Familia”, en el que profesores, alumnos y padres comparten un almuerzo al aire libre. Los chicos se divierten, mientras que los padres conocen el liceo y se relacionan entre ellos. También lo es, que quince días antes del empezar de clases, comience moverse el avispero para tener todo pronto el día de inicio de los cursos. Nada se improvisa.
En los, no bien ponderados, “liceos públicos de gestión privada” es evidente la capacidad y liderazgo de sus directores, la vocación de los docentes y el espíritu de superación de los alumnos.

El común denominador en ellos es: el trabajo en equipo, la convicción de que “se puede”, la motivación, el compromiso con la tarea, el sentido de pertenencia y la búsqueda de la excelencia.

Ahora bien, lo incomprensible es que a pesar de estas realidades, la primera piedra contra el modelo la haya lanzada la directora general de Secundaria, inspectora Celsa Puente, quien manifestó sentir preocupación (?) por los liceos públicos de gestión privada, advirtiendo que los buenos resultados de estos centros eran producto de una preselección de los estudiantes. Los cascotes, que no se hicieron esperar, vinieron desde A.D.E.S. Montevideo, cuando su presidente, el Prof. Emiliano Mandacen, cortó grueso manifestando que “en esos centros no enseñan nada, son una especie de contención social (?)".

¿Cómo se explican estas actitudes, de por si negativas? En sus condiciones, ¿no tendrían que autocriticar el sistema, para entender por qué no está funcionando? Nunca hubo más presupuesto que en estos años, los docentes provienen de los mismos semilleros y los jóvenes son todos iguales. ¿Qué es lo que tranca? ¿Qué se tiene que cambiar para que los liceos públicos, por lo menos se parezcan a sus pares cuestionados? ¡No es honesto, no es inteligente y no es sano actuar así!

Menos mal que la señora ministro de Educación y Cultura, Dra. Mª Julia Muñoz, refutó estos reaccionarios conceptos, expresando que “desearía que todos los liceos públicos del país fueran como el Jubilar”. Por el futuro de nuestro país, es de esperar que luche y logre materializar su deseo.

Tengamos presente que el Estado es quien debe garantizar la educación de nuestros jóvenes, mediante su desarrollo intelectual, físico, psíquico, ético y social (Ley nº 18.437). Este modelo más que de “gestión privada”, es casi de “autogestión”. Y cuando la sociedad apela a ella, habla mal del garante.

Luis Eduardo

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