Uruguayo de nacimiento, alcanzó la fama en Buenos Aires, donde vivió hasta que falleció en un siniestro vial. Con el nombre de Julio María Sosa Venturini, nació en la localidad de Las Piedras, departamento de Canelones, Uruguay, el 2 de febrero de 1926,
Apenas terminados los estudios primarios, la pobreza lo llevó a enfrentar la vida con cualquier changa que se le presentara. De ese modo, ejerció las más diversas ocupaciones: ayudante de mercachifle, vendedor ambulante de bizcochos, podador municipal de árboles, lavador de vagones, repartidor de farmacia, marinero de segunda en la aviación naval…
Pero sus ambiciones eran otras. Y tras esas ambiciones, intervenía en cuanto concurso de cantores se le pusiera a tiro. También apareció el amor, que lo condujo al altar con sólo dieciséis años; dos más tarde, se separó de aquella muchacha, llamada Aída Acosta.
Por entonces, se inició profesionalmente en la ciudad de La Paz (Uruguay) como vocalista de la orquesta de Carlos Gilardoni. Se trasladó luego a Montevideo, para cantar con las de Hugo Di Carlo, Epifanio Chaín, Edelmiro D’Amario —Toto— y Luis Caruso. Con esta última, llegó al disco, donde dejó cinco interpretaciones para el sello Sondor en 1948.
En junio del año siguiente, ya estaba en Buenos Aires cantando en cafés, en agosto se sumó a la orquesta típica de Enrique Francini y Armando Pontier, de ganar veinte pesos por noche en el café, pasó a los mil doscientos mensuales con Francini-Pontier.
En abril de 1953, pasó a la típica de Francisco Rotundo, con la que grabó en Odeón y de cuyas placas se recuerdan aún verdaderas creaciones como las de “Justo el treinta y uno”, “Bien bohemio” y “Mala suerte”.
En junio de 1955 ingresó en la de Armando Pontier y registró sus grabaciones en Victor y Columbia. “La gayola”, “Quién hubiera dicho”, “Padrino pelao”, “Martingala”, “Abuelito”, “Camouflage”, “Enfundá la mandolina”, “Tengo miedo”, “Cambalache”, “Brindis de sangre” o “No te apures Carablanca” fueron algunos de sus clásicos en esa etapa en que el éxito estaba ya completamente de su parte.
A comienzos de 1960, se desvinculó de Pontier decidido a iniciar su etapa de solista. Convocó, entonces, al bandoneonista Leopoldo Federico para que organizara su orquesta acompañante. Con ella comenzó a grabar para el mismo sello en que lo hacía con Pontier, Columbia, en 1961, cuando ya estaba firmemente emplazado en el gusto popular.
En la Argentina pasó los últimos 15 años de su vida que, fueron una gran porción de ésta, considerando que su trágica muerte lo sorprendió cuando apenas tenía 38 y un éxito arrollador.
A Julio Sosa le gustaba cantar y le gustaba manejar. Y del mismo modo en que disfrutaba llevando al límite su vozarrón, también lo hacía conduciendo a gran velocidad en tiempos en los que los autos urbanos no llegaban a tanto como hoy. Sin embargo, él tenía un DKW Fissore.