Traducciones del alemán
Objeto: Cuchara
Procediendo por sucesivas eliminaciones, según el método pautado de Maizel, Johann L. (1793–1828) no es difícil, una vez que se logró localizar una casa, aislar dentro de ella el repartimiento usado como lugar de alimentación o abrevadero y, ya instalados en ese espacio, identificar uno a uno los cajones del aparador y, cubiertos por esta cubierta, hallar los cubiertos. A esa altura de la investigación, usando un simple oftalmoscopio de Helmhaltz, se estará en situación de clasificar estos animales, en sus tres razas principales, a saber: el cuchillo doméstico, el tenedor o furcheta francesa y la variedad objeto del presente opúsculo: la cuchara maternalis, Linneo.
A partir de “las comprobaciones lombardas” del español Gonzaga, Ferrante (1507–1557) buena parte de la historiografía de los países latinos sostiene que durante el Bajo Imperio, y a raíz del relajamiento de las costumbres, el puñal sufrió un proceso de corrupción y afeminamiento que lo llevó a redondearse y aseñorarse hasta el extremo de cambiar el filo de su hoja por un vuelo en forma de pollera. Al consolidarse este proceso orlandiano —sostienen los seguidores de Gonzaga— el cuchillo se hace cuchara. Pero contra tales divagaciones teoréticas se levanta la obra de Samuel Harrison, quien inventó en 1780 la pluma cucharita, la pluma de metal para escribir con lapiceras, inspirándose, según expresara el propio Harrison en las cucharas utilizadas en las pirámides de Giza (año 2.900 A.C.) para cubrir los ojos de las momias faraónicas. ¿Cómo explicar sin ingredientes de Cleopatra esa forma almendrada que curva el cuenco de toda buena cuchara? ¿Cómo explicar, sin una fuente de encanto, la seducción que ejerce este aparato humilde sobre hombres y mujeres?
En la actualidad, los últimos relevamientos censales efectuados en las principales ciudades de Alemania Occidental, permiten afirmar que, en un 99 punto 6 por ciento de las viviendas familiares hay padre cuchillo, hermanos que pinchan y doméstica cuchara.
El etnólogo italiano Marcussi, Giusseppe (1903– ) escribe:
“La cuchara es una pequeña tortuga de mango largo hecha a imagen y semejanza de una mano ofrecida, capaz de brindar, cada día, amorosamente, los caldos que necesita la voracidad sin fondo de los hambrientos que acuden a rodear lo mesa”.
Liberada de su estilo meridional, la observación del etnólogo de Palermo aparece como válida, en principio: en efecto, toda cuchara es un cóncavo oferente. Pero aun así, reducida a los términos de la usualidad de máxima frecuencia, la afirmación exige algunas precisiones. La cuchara en edad preescolar, también denominada “cucharita de café”, no es de chupar sino de revolver; y, asimismo, la cuchara final o de postre tampoco cumple, en lo fundamental, funciones de asistencia alimenticia, razón por la cual fue descalificada por Savonarola, quien la declaró cómplice de la gula y, por consiguiente, instrumento del diablo.
Basta mirar en el armario de la cocina para conocer el destino de cada familia. “Aquellos que conviven con fáciles cucharas de placer —escribió Savonarola— tarde o temprano llevarán sobre sus sienes el capelo del martirio enrojecido por su propia sangre pagana”. Así habló el monje y todos se asustaron, y el jueves siguiente, un jueves gordo, se quemaron en la plaza de Florencia los libros de Petrarca y se tiraron al agua las cucharitas de postre.
No merecía este dulce párpado de plata ser destratado así; durante milenios navegó el aire su barquilla para traer al puerto de nuestros labios un sorbo de rico sabor, algo más parecido al sueño que a la sopa. ¿Y qué? ¿Cómo no comprendió ese hombre tremendo que la hostia no es lo que es, sino lo que se piensa o se siente que es? Si la cuchara honda es madre tierra, la esbelta cucharita de postre es semilla de sensualidad. Un pétalo lleno de miel que se acerca a la boca hecha argolla es una clave capaz de explicar a Romeo y Julieta, a Tamerlán, a Santa Teresa de Jesús. La lengua es un animal incansable, es una lengua de fuego que nos quema adentro, buscando sin pausa los azúcares del amor, del poder o del misterio y la iniciación de todo esto, el cero de esos caminos supremos está dibujado en el borde de la modesta cucharita. Nada es más ajeno a la inocencia que un bebé incendiado de apetitos; y nada, más genital que una cuchara que es macho o hembra según sea niña o niño quien la usa e imagina.
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El libro de Jorge es el blog de Carlos Maggi en EnPerspectiva.net. Actualiza los viernes con uno de los textos de El libro de Jorge, volumen que editó originalmente el Club del Libro del programa radial Discodromo en agosto de 1976.
El próximo viernes 23 de octubre publicaremos Objeto: Goma de borrar.