Por Alfredo Ghierra ///
La casa no estaba en ninguna lista patrimonial y permanecía tapiada y en estado deplorable desde hacía al menos 40 años, lo que dificultaba mucho mostrársela a alguien y lograr que viera su belleza por detrás de los destrozos del tiempo. Sin embargo era de las casas más magníficas del centro de Montevideo, no tanto por su fachada, que igualmente era poderosa, en estilo ecléctico del último cuarto del siglo XIX, sino especialmente por un curioso y original mirador neogótico que solo se podía ver desde la calle Rondeau, rematado por una aguda aguja piramidal bordada de caracoles cementicios.
Pero eso es apenas lo que se vislumbraba desde afuera: al ingresar, la magia y la estética de aquellos tiempos se derramaba sobre el visitante como una catarata de sensaciones para todos los sentidos. Lo mas notorio era la profusión de frescos y pinturas murales: por doquier y realizados con gran profesionalismo, imágenes de un mundo ido nos invadían desde el zaguán. Mezquitas, mercados orientales, paisajes exóticos, guirnaldas de flores, alegorías. Techos y paredes pintados con maestría, enmarcados en magníficas molduras, muchas veces doradas a la hoja. Columnas, arcadas, vitrales, maderas finas, paredes enteladas y una escalera de mármol digna de un palacio italiano.
El arquitecto Jorge Lezica, que visitó la casa poco antes de su demolición, la describe así: “El zaguán estaba estucado en estilo renacentista italiano, los cielorrasos con pinturas afrancesadas y en las paredes, pinturas con paisajes venecianos enmarcados con falsas molduras… en otro salón grande se podían ver molduras pintadas en grisalla y al fondo del pasillo lateral del comedor una escalera de mármol estupenda que iba a planta alta y una especie de jardín de invierno con vitrales de piso a techo.”
Me encantaría poder decirles que vayan a verla, pero eso no es posible. En el sitio donde se erigía, sobre Colonia entre Rondeau y Paraguay, encontrarán apenas una desangelada cancha de basketball. Escapa por completo a mi entendimiento cómo una casa con semejantes características pudo haber sido demolida hacia finales de 2013 sin que nadie levantara la voz para detener tamaño… ¿delito? ¿Se podrá hablar de delito de lesa arquitectura como se habla de delitos de lesa humanidad?¿Delitos que no dejan de ocurrir aunque hayan sido perpetrados en el pasado? ¿Un delito en contra no de una persona física sino en contra del patrimonio de una ciudad?
Hay varios hechos que conspiraron para que nadie reclamara por la permanencia de esta casa: En primer lugar, la arquitectura ecléctica o historicista de finales del siglo XIX y principios del XX está siendo considerada por la academia digna de mención desde hace relativamente poco tiempo. Fue vista durante todo el siglo XX como algo digno de ser erradicado, frente a los postulados del racionalismo y del Movimiento Moderno que la consideraron antítesis de sus principios fundamentales y símbolos de un mundo decadente.
Además, las corrientes renovadoras de la arquitectura uruguaya buscaban una nueva identidad nacional, un sello de distinción para separar la arquitectura de cuño europeizante por otra basada en una estética, materiales y hasta sistemas constructivos propios. Nos consta que esta búsqueda produjo maravillas, de la mano de arquitectos investigadores como Eladio Dieste, Mauricio Cravotto o Julio Vilamajó. Pero se olvidó el hecho, contundente e indiscutible, de que estas casas fueron construidas por personas que sinceramente adoptaron una estética europea, simplemente porque ellos mismos eran ciudadanos nacidos en ese continente. Tratar de erradicar una forma de vivir que respondía a una realidad palpable (la proporción de extranjeros en la Montevideo del 900 era enorme, cercana al 50 % de su población) ha sido una práctica similar a querer tapar el sol con un dedo: es tan digna la búsqueda de una identidad nacional en arquitectura como digno es hacerse una casa similar a las que conocieron y dejaron atrás los inmigrantes que llegaron al Uruguay.
En segundo lugar, el todopoderoso mercado, que a la menor injerencia del interés público en su agenda esgrime enseguida la sacrosanta propiedad privada, no tiene interés en restaurar y poner a la venta este tipo de propiedades, siendo mas rentable demolerlas para construir todo lo que las leyes actuales le permitan y algo mas. Pero la restauración puede ser un pingüe negocio: mano de obra especializada y bien paga, clientes capaces de apreciar y comprar este tipo de construcciones, valorización de áreas deprimidas, turismo patrimonial. Claro que todo el marketing actual del mercado inmobiliario está vinculado no a estucados y mármoles sino a sistemas de seguridad y amenities. Y funciona. Y como dice la señora Mirtha Legrand: “Si funciona no lo cambies”.
La desparecida casa del mirador perteneció originalmente a la familia Deambrosis. El primer Deambrosis que llegó a nuestro país (sobre el fin de la Guerra Grande, en 1851) puso una fábrica de jabón en Villa Colón que terminó siendo la compañía BAO. Ya en el siglo XX, un descendiente directo de los Deambrosis, presidente de la empresa, sufrió un intento de secuestro por parte de los Tupamaros en esa misma casa. Luego del incidente la familia se mudó y la casa permaneció cerrada hasta su demolición. El arquitecto Gonzalo Bustillo, que actualmente investiga el fenómeno del abandono edilicio en Montevideo, siempre me comenta que detrás de toda casa abandonada hay una historia desgraciada. Parece ser este un caso que no contradice en nada tal afirmación.
Mas allá de historias y mitos, lo cierto es que Montevideo perdió una casa que, me atrevo a decir, cualquier otra ciudad habría sabido aprovechar, tanto como casa particular o como sede de alguna institución pública o privada. Museos, fundaciones, empresas y colegios, perdieron la oportunidad de poseer un bien excepcional y a la vez devolverle a la ciudad, a todos nosotros, la alegría de contar con un ejemplo de arquitectura que nos conecta directamente con una época fundamental de nuestra historia.
A la pena de haberla perdido se suma un elemento casi surrealista: no la demolieron para hacer un edificio de microapartamentos, ni siquiera para armar un contenedor neutro donde montar un megacomercio. La demolió una iglesia mormona, que ni siquiera paga impuestos, como todas las iglesias en Uruguay (en cualquier momento pongo una…) para hacer un “polideportivo” que luce vacío cada vez que paso por esa cuadra.
La arquitectura es un oficio y es un arte, pero en su condición artística es la única disciplina que se permite escribir sobre las páginas donde escribieron otros sin mayores culpas. ¿Ya imaginaron si para su revolución artística los impresionistas hubieran pintado sobre las obras del Renacimiento? Esto es lo mismo, solo que ocurre porque no hay consciencia, ni del lado de los gobernantes ni de los ciudadanos ni durante mucho tiempo de la propia academia.
Lo nuevo, per se, no es garantía de lo bueno, ni viceversa, pero creo que esta casa rompía los ojos en cuanto a motivos por los cuales no debería haber sido demolida. Falta decir además, que conformaba una cuadra altamente afianzada, un tramo significativo del Centro de Montevideo, figura que existe en la legislación patrimonial de la ciudad pero que sin embargo tampoco fue esgrimida.
Una ciudad sustentable lo es también en relación a su capacidad de seguir el hilo de su historia. Los edificios de una época no deberían montarse sobre las ruinas de la época anterior solo por considerarse mejores, incluso porque luego, en un futuro no muy lejano, sus descendientes habrán de hacer lo mismo con la obra de sus antecesores sin que les tiemble el pulso.
***
Nueva Troya es el blog de Alfredo Ghierra sobre la ciudad de Montevideo y su patrimonio arquitectónico. Actualiza el sábado en forma quincenal.
Sobre este blog
Montevideo vive en el presente un asedio muy particular, similar a los que supo resistir durante el siglo XIX, que la enclaustraron e impidieron por décadas su normal desarrollo extramuros. Pero el de hoy tiene un signo muy diferente en cuanto a la naturaleza de sus sitiadores: mientras que en el pasado los enemigos eran “los de afuera”, en el presente parecen ser muchos de sus propios habitantes y el sitio que sufre, lejos de ocurrir al aire libre, se desarrolla subrepticia pero incansable en una mente colectiva que no logra verse en el espejo de la realidad.
Sobre el autor
Alfredo Ghierra (Montevideo, 1968) es artista visual y desarrolla desde el año 1994 permanente actividad en Uruguay y el exterior. Sus obras a lápiz y tinta son las mas reconocidas, pero trabaja también la animación, el ensamble de objetos, la pintura al óleo y la fotografía. Desde 1995 es director de arte para el medio audiovisual. Sus campañas performáticas como el personaje Ghierra Intendente han unido arte y política en un colectivo de creadores que trabajan por la ciudad.
***
Foto: Casa de la familia Deambrosis sobre la calle Colonia antes de su demolición en 2013. Vista desde los ventanales del Cine Plaza.