Por Gonzalo Baroni ///
El terrorismo ha existido desde épocas inmemoriales. Las guerras culturales siempre han tenido como punta de lanza una explicación religiosa. ¿Podría el ser humano justificar semejantes atrocidades contra sus pares sin invocar una razón “superior”? Nunca fue supervivencia, siempre se ha tratado de la imposición de una forma de vivir, de una cultura sobre otra.
Rafael Mandressi, en una columna escrita al día siguiente del atentado en París del pasado noviembre, hacía un llamado de atención: "Si esto fuera una guerra, habría sido oportuno avisarles a los casi 130 muertos de ayer que eran combatientes, decirles que al ir a tomar un café, comer una pizza o asistir a un concierto de rock estaban peleando contra un enemigo".
Ante hechos como los de París, Bruselas o Niza, el aluvión de primeras impresiones y reacciones es de rechazo al ataque y apoyo a las víctimas; esta expresión es canalizada en las redes sociales. Los "occidentales" sienten –sentimos– la necesidad de penar por los franceses, pero en definitiva penan –penamos– por ellos mismos.
En un segundo momento, aflora el impulso de diferenciarse –con algún caso contado de mayor reflexión– buscando hacer visible la existencia de otros atentados en lugares más lejanos a nuestra cultura, como Beirut, Dacca o Estambul. La razón los asiste, todos las personas valemos lo mismo.
Sin embargo, es natural y comprensible que el sentido de pertenencia a la cultura francesa, por ejemplo, haga que duela más por estos lados del globo. Los uruguayos somos hijos de españoles e italianos y sobrinos de franceses, de la cultura occidental, en particular cristiana y latina. Esto se suma al inevitable "sesgo" en la cobertura que realizan habitualmente los medios occidentales. En el caso del reciente atentado en Orlando, EEUU, se sumó además el condimento del contenido homofóbico del mismo.
Los países están siendo miopes cuando enfrentan a este nuevo terrorismo con una exclusiva mirada de política exterior. El éxito del Estado Islámico proviene principalmente del hecho de que nadie lo visualiza como un problema de política interna, de convivencia, de cultura, de vecindad.
Cada vez que las potencias le responden con ataques aéreos y bombardeos, lo consagran como enemigo militar y además alimentan las fisuras internas que existen al interior de sus sociedades. Olvidan que gran parte de la sangre joven de sus países proviene de sus ex colonias y de inmigrantes con tan solo una generación en el país, y por ende en proceso de integración.
Otra particularidad de esta milicia fundamentalista es la "desterritorialización" de su lucha. Es una guerra que actúa en cualquier parte del mundo, librando una batalla cultural de manera dispersa y casi espontánea, a través de los miles de adeptos que han ido conquistando, ya sea por convicción o por desintegración y destrucción de sus países.
En sus filas abundan los nacidos en países de occidente, jóvenes que sienten el desarraigo cultural, la desintegración y la no pertenencia a la nación en la que viven. Estos sentimientos son potenciados por organizaciones extremistas en las redes sociales. Con una señal, rápidamente se pueden convertir en células terroristas, adquiriendo un arma, armando una bomba casera, o incluso, alquilando un camión.
Anthony D. Smith, sociólogo inglés que es un referente con varios de sus estudios sobre nacionalismo, define así a nación: "Una comunidad humana con nombre propio, asociada a un territorio nacional, que posee mitos comunes de antepasados, que comparte una memoria histórica, uno o más elementos de una cultura compartida y un cierto grado de solidaridad".
Esta definición nos lleva a cuestionarnos la razón por la cual un joven hijo de inmigrantes con nacimiento y residencia en París, Bruselas, Niza u Orlando, se siente más identificado con el discurso del Estado Islámico que con el de su presidente, sus referentes nacionales, sus vecinos. ¿Qué papel juega la nación? ¿Debemos repensar dicho concepto? ¿Qué integración están teniendo las diferentes culturas y creencias en las naciones receptoras de inmigración? Parecen ser preguntas con distintos ángulos de respuesta.
Uno de ellos es la educación. El sistema educativo se debe interpelar con estos nuevos escenarios y probablemente deba abandonar su rol de homogeneización e imposición cultural para pasar a uno de respeto por la diversidad e inclusión. No se trata de tolerancia sino de respeto.
El partido se está jugando en la integración. Ni más armas, ni más guerras, ni más xenofobia; más política interna. Hay trabajo para soldados, pero más para maestros; hay trabajo para gobiernos, pero más para todos nosotros, todos los días.
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Sobre este blog
Ruta 26 es el blog de Gonzalo Baroni en EnPerspectiva.net. Toma su nombre de una de las principales rutas que atraviesa transversalmente al Uruguay (y que llamativamente nunca ha estado en buenas condiciones). Actualiza los miércoles.
Sobre el autor
Gonzalo Baroni nació en Montevideo, en democracia. Economista por la Universidad de la República, militante universitario y sindical, integró el Consejo de Ciencias Económicas. Funcionario de Casinos del Estado, Ministerio de Economía y Finanzas, actual presidente de la Juventud del Partido Nacional y docente de Matemáticas en Secundaria. Lector compulsivo. Hincha de Nacional. Integrante de La Mesa de En Perspectiva.