Por Rafael Porzecanski ///
¿Cómo explicar que la tardecita del martes 23 de agosto, los principales medios de prensa de nuestro país siguieran minuto a minuto la votación de una asamblea de clubes de fútbol sobre una oferta de la empresa Nike para vestir a las selecciones nacionales a partir de 2017? ¿Cómo explicarle a un desprevenido turista que se encontraba en esas horas en Uruguay que esa avidez periodística estaba respaldada por la expectativa de miles de ciudadanos que seguían esa votación como si se estuviese decidiendo nuestra anexión a Brasil o Argentina?
Sin recurrir a la semiótica -a los aspectos simbólicos del asunto-, no habría respuesta satisfactoria posible. A fin de cuentas, observado desde un punto de vista estrictamente fáctico, lo que ocurrió ese martes en la calle Guayabo (sede de la AUF) ni siquiera fue una instancia definitoria. Si bien la asamblea aprobó la propuesta de Nike, aún está pendiente la posibilidad de igualación de la oferta por parte de la empresa Tenfield (en sociedad con Puma). Lo que el público uruguayo terminó haciendo, pues, fue convertir una puja comercial en una telenovela con héroes y villanos bien definidos, con inesperadas vueltas de tuerca y con un final incierto y sorpresivo.
A diferencia de las clásicas historias de Grecia Colmenares o Lali Espósito, el deseo del público uruguayo estaba principalmente enfocado en paladear el fracaso de los asignados villanos de esta historia. Hace ya muchos años, el grueso de la afición futbolera eligió a su gran anti-héroe: Francisco “Paco” Casal.
Hay muchas razones por las cuales Casal encaja en ese papel; como en toda mitología, algunas de esas razones se corresponden con la realidad y otras con la fantasía. Por un lado, “Paco” es uno de los hombres más poderosos del país, con un imperio económico construido desde cero sobre la base de un extraordinario olfato comercial pero también a través de un estilo intimidatorio y sanguíneo ampliamente conocido (el mismo Casal se ha auto-definido repetidas veces como “calentón”). Sobre Casal pesan, por ejemplo, denuncias de graves amenazas contra el fallecido dirigente Juan José Ramos y contra el ex presidente de la AUF Sebastián Bauzá.
Casal tiene otra cualidad fundamental para desempeñar el papel de Goliat en el imaginario uruguayo: su poder luce imbatible en las arenas domésticas. Es “Paco”, según esta extendida concepción, quien ha silenciado periodistas disidentes, quien derroca y designa a su exacto gusto presidentes en la AUF, quien contrata y despide entrenadores, quien le “hizo el cuadro” a Púa en el Mundial de Sudáfrica 2002, quien habría decretado en su momento el descenso del “rebelde” Liverpool a la B y, sobre todo, quien se lleva la parte del león en todo negocio en el que interviene.
En los últimos años, además, la imagen omnipotente de Casal no ha hecho más que crecer, llegando incluso al terreno de la política. Se le responsabiliza, por ejemplo, de haber provocado la destitución del ministro Lescano o de haber intimidado exitosamente a la DGI tras ser investigado por evasión fiscal.
Por si algo faltaba, en 2015, cuando el mundo FIFA-Conmebol sufriera una catarata de acusaciones y arrestos por corrupción, Casal le regaló a la sociedad uruguaya una imagen imborrable. En medio de todo ese escándalo internacional, “Paco” asistió a los juzgados uruguayos en calidad de denunciante para demostrar que la Conmebol había funcionado durante largos años como una “asociación para delinquir”.
Otro aspecto fundamental para entender el rechazo del grueso del público uruguayo hacia Casal es que cuenta desde hace años con una larga corte de antipáticos servidores que protegen sus intereses a capa y espada: socios empresariales que desafían a sus críticos invitándolos a dirimir sus diferendos a los puños, una larga lista de periodistas deportivos que saben recitar de memoria el libreto de la obsecuencia y una también extensa hilera de dirigentes de clubes (generalmente al borde de la ruina) que pagan sus deudas económicas con enormes favores políticos. Gracias a esos favores, en la AUF ocurren auténticos milagros matemáticos. En 1998, por ejemplo, 50 millones de dólares supieron ser más que 82 millones (cuando la oferta de Tenfield para los derechos televisivos del futbol uruguayo primara por sobre la de la empresa Bersabel) y hace pocos días 3.5 millones anuales estuvieron a punto de valer menos que 750 mil dólares.
Si el casting de los “malos de la película” hace tiempo estaba decidido, sólo faltaba que entrara en escena un “héroe” a la altura de las circunstancias. Pues bien, en esta particular historia ingresó el actor idóneo para el papel: el plantel de la selección uruguaya, encabezado por el capitán Diego Godín. Hablamos de la generación de jugadores que desde Maracaná más alegrías le ha dado a la sociedad uruguaya: un cuarto puesto en Sudáfrica 2010 festejado casi como un nuevo campeonato del mundo; una Copa América obtenida en 2011 en Argentina y eliminando al local; dos épicos triunfos en el Mundial de Brasil 2014 y un relacionamiento con la hinchada que ha dejado completamente enterrada la palabra “repatriado” (esa con la que con bastante carga peyorativa se aludía a los jugadores que provenían desde el exterior a defender a la selección).
En esta puja, los actuales jugadores de la celeste tuvieron una activa participación en favor de la oferta de Nike e incluso difundieron un comunicado en el que, con terminología “artiguista”, se situaron contra el “yugo de intereses ajenos” y contra la venta del “rico patrimonio al bajo precio de la necesidad”. Pareciera, en ese comunicado, que estuviéramos en 1813 y que Casal encarnase al ambicioso centralismo porteño o al agresivo imperio portugués al norte de la Banda Oriental. Esa retórica encajó a las mil maravillas con el ánimo de la afición local, que no demoró en vestir a Godín como José Gervasio Artigas.
El último condimento decisivo para el rutilante éxito de esta peculiar telenovela lo aportaron una gama de pintorescos personajes secundarios. Entre otros se destacan: el presidente de la AUF Wilmar Valdez, una supuesta marioneta de Casal que adquirió vida propia y se volvió en contra de su titiritero; los dirigentes de Nacional y Peñarol jugando un clásico con los colores de Nike y Puma respectivamente; un presunto archi-enemigo de Casal devenido sorpresivamente en aliado estratégico (José Luis Palma, presidente de Liverpool) y un connotado sindicalista y dirigente comunista (Juan Castillo, presidente de Rampla Juniors) que con gran picardía “asambleísta” acaparó la atención de todos volcando la balanza capitalista en favor de Nike con un “voto-gol” en la hora.
El “Guayabazo”: así deberíamos llamar al imperdible capítulo de esta saga, en donde el público saboreó una derrota del imperio más odiado del condado a manos de una admirable legión de soldados artiguistas del siglo XXI. “Yo sé que capaz te importa cinco. ¿Pero esta? Esta la perdiste Paco”. Este fue el mensaje que publicó un buen amigo cibernético y que ilustra a la perfección la alegría desbordante de la hinchada al término de la asamblea. Haber transformado una votación por una cuestión comercial en una dramática definición por penales entre el bien y el mal deja una vez más en claro que para los uruguayos el futbol es, además de un juego, un instrumento crucial para definir quiénes somos y quiénes queremos ser.
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Segunda mirada es el blog de Rafael Porzecanski en EnPerspectiva.net. Actualiza el sábado en forma quincenal.