Por Emiliano Cotelo ///
Fue un año difícil, complicado, desagradable, cruel…maldito…
Apuesto a que casi todos reservamos un rato el sábado pasado, 13 de marzo, para recordar el primer aniversario de la declaración de emergencia y la confirmación de los primeros casos de covid-19 en Uruguay.
Un año olvidable. Un año perdido. Un año entre paréntesis… Un año…pongan aquí los adjetivos negativos que ustedes quieran.
Y sí…
Todos cargamos con recuerdos dolorosos asociados directa o indirectamente al coronavirus. O todavía estamos sufriendo en carne propia las consecuencias de la pandemia, ya sea en la salud, en el trabajo, en los ingresos o en una vida diaria entreverada y distinta a la de antes.
Todos, seguramente, teníamos planes que quedaron por el camino, y que tal vez ya no podamos concretar, ni siquiera esperando unos meses.
Cuántos sueños estallaron por los aires en algún momento de estos 12 meses.
Muchos se sienten más cansados que “lo normal”.
Cantidad de personas están desorientadas.
Un grupo enorme de gente la está pasando económicamente muy mal.
Y también hay que agregar a esta lista a aquellos que perdieron la esperanza.
Este año no fue un año cualquiera.
Fue un año que nos pegó fuerte y que dejará cicatrices, chicas, grandes y enormes, individuales, grupales y colectivas.
Y ese saldo en rojo existe pese a que en Uruguay nos la ingeniamos para pasar los primeros ocho meses de la pandemia relativamente bien, con cifras e indicadores más suaves que los de otros países y sin haber tenido que experimentar algunas medidas restrictivas más severas (por ejemplo, cuarentenas obligatorias o toques de queda). De todos modos, hubo sectores de actividad muy castigados y grupos de la población, los más vulnerables, seriamente afectados.
Pero también existe, afortunadamente, el saldo positivo: La solidaridad con los más afectados que buena parte de la población puso en juego, con campañas de recolección de fondos y organización de ollas populares; la entrega y la dedicación de los trabajadores y los profesionales de hospitales, sanatorios, emergencias médicas y policlínicas; la contribución del sistema científico nacional para desarrollar acá mismo varias herramientas esenciales, por ejemplo los test PCR propios, que no habría sido fácil conseguir a tiempo en el exterior; la determinación del gobierno a favor de la responsabilidad de la gente, evitando el camino más drástico que se siguió en otras partes del mundo; la decisión de la Presidencia de crear el GACH para contar con su asesoramiento antes de la toma de decisiones; la respuesta afirmativa de los integrantes de la academia que se involucraron en esa consultoría destinando miles y miles de horas de trabajo honorario y comprometido; la creatividad que afloró por todos lados, para reorganizar el trabajo cuando este no podía realizarse de manera presencial, y para crear innumerables micro-emprendimientos que les permitieron reinventarse a tantos uruguayos que se quedaron sin empleo; la capacidad de reacción del sistema educativo y de los docentes en particular para transformar, casi de un día para el otro, la forma de enseñar y vincularse con los alumnos; las fortalezas institucionales que permitieron respuestas solventes, por ejemplo en el sistema integrado de salud, el Banco de Previsión Social o el Plan Ceibal; la madurez de la dirigencia política, que supo bajarle los decibeles al enfrentamiento y no emuló enfrentamientos salvajes que hubo en otras partes del planeta; y, finalmente, la actitud de aquellos trabajadores de servicios esenciales y no esenciales, que nunca detuvieron sus tareas y permitieron, anónimamente, que la sociedad continuara funcionando y/o que la economía no se desmoronara.
El momento actual
Con esa mochila a cuestas, cargada de tantos logros y tantas cicatrices, nos toca ahora, justo ahora, en el aniversario de la emergencia sanitaria, enfrentar los peores indicadores que la pandemia ha alcanzado en Uruguay: record de personas cursando simultáneamente la enfermedad (10.462 al día de ayer), record de casos nuevos por día (1.567 ayer), record de internados en CTI (124 ayer), cantidad record de departamentos en rojo según la clasificación de la Universidad de Harvard, con un departamento, Rivera, en ultra-rojo, en situación muy grave.
Hace dos semanas, el 1º de marzo, en otro editorial, yo destacaba dos grandes acontecimientos que se juntaban ese día (el inicio de la vacunación y el retorno a las clases presenciales en educación inicial, primaria y secundaria). “Debido a esos dos comienzos” decía, esa jornada tendría que estar llena de esperanza y debería “cambiar el humor de los uruguayos”, para “sentirnos más aliviados y menos tensos”. La luz aparecía, ahora sí, al final del túnel
Pero, por supuesto, yo aclaraba que ahí no se solucionaba de manera instantánea el problema de la pandemia en Uruguay. Y eso quedó palmariamente demostrado en estos 15 días. Y, de hecho, hoy podríamos terminar siguiendo los pasos de algunos países europeos que se han empantanado en crisis muy crueles pese a que ya están vacunando.
De quién depende
El desafío es enorme. ¿De quién depende que lo superemos?
Por un lado, sí, es responsabilidad del gobierno. Llama la atención que a ese nivel se haya dejado crecer esta nueva ola sin anunciar, por lo menos, algunas restricciones, y, en cambio, se haya hecho anuncios que pueden generar confusión con respecto a la situación actual, como los deseos y planes para la futura apertura de fronteras o ideas para la rehabilitación de los eventos. Y en cuanto a la comunicación, se armó una campaña de bien público muy intensa en torno a la vacunación, sin duda necesaria, pero casi se dejó de advertir a propósito del momento que atravesamos y los cuidados que todavía son muy pero muy necesarios. En esos dos planos debería haber novedades esta semana.
Pero vamos a no engañarnos: la responsabilidad fundamental es de la gente. Y hoy hay demasiadas personas que no están cumpliendo con las medidas de prevención elementales. Será por fatiga, será por inconsciencia. Pero el descuido campea, en jóvenes y en grandecitos también. Y eso se traduce en comportamientos frívolos desde el punto de vista sanitario, en la sociabilidad y no solo allí: también en la toma de decisiones sobre el funcionamiento interno de empresas y otras organizaciones. Es fundamental que reaccionemos.
Y en este mismo capítulo de la responsabilidad de la población, este fin de semana se agregó una información inquietante: Los altos porcentajes de no concurrencia a la vacunación en tres sectores que fueron convocados durante dos semanas: en la Policía 49 % no se vacunó, en las Fuerzas Armadas 30% y en la educación 39% no lo hizo. Ojalá esa reticencia significativa a las vacunas sea algo coyuntural porque si se generaliza en la sociedad pondrá en jaque un instrumento que es fundamental para conseguir una solución de fondo a la pandemia.
En este año singular que hemos sufrido desde el 13 de marzo del año pasado aprendimos lo dura y dañina que puede ser esta pandemia. Pero también aprendimos todo lo que podemos lograr si nos lo proponemos entre todos.
En Primera Persona de En Perspectiva, lunes 15.03.2021