Por Juan Ceretta ///
Hace pocos días en mi rol de abogado y docente del Consultorio Jurídico de la Facultad de Derecho me encontraba sentado en la sala de audiencias de un Juzgado Letrado de Familia de Montevideo, junto a Andrea, una estudiante próxima a graduarse de abogada.
Nos acompañaban Jorge y Lorena, los papás de Franco, a quien representaban en esa audiencia, frente al Juez.
Estaban nerviosos, nunca habían tenido que presentarse en un juzgado, habían viajado de madrugada desde Maldonado para asistir, y sentían que esa instancia era su última alternativa para obtener lo que su hijo necesita.
Franco tiene en la actualidad 16 años, pero su vida no ha sido sencilla, padece una miocardiopatía que le fue diagnosticada a los 3 años, y que ameritó una compleja cirugía cardíaca primero, y luego tratamiento farmacológico diverso, cuyos efectos secundarios le han provocado otras enfermedades.
Según cuentan sus padres y ratifica su médico tratante, siempre fue un excelente paciente, que cumple todas las indicaciones, a pesar de que su vida cotidiana se encuentra muy limitada.
En la actualidad su enfermedad cardíaca se manifiesta mediante episodios de arritmia que no pueden ser controlados con medicamentos, lo que lo ha puesto en el CTI en reiteradas oportunidades.
Su flutter auricular es tan intenso que llega a la emergencia pidiendo que le den un choque eléctrico para detenerlo.
El tratamiento que necesita se denomina ablación del sustrato arrítmico, y no es una novedad, se hace por vía endovascular desde hace más de 20 años en nuestro país y en el mundo.
Pero al no encontrarse cubierta por el sistema, solo acceden los que tienen el dinero para pagarla, o aquellos a quienes su prestador de salud ha decidido brindarla, a pesar de no estar obligado.
Cuesta entender cómo llegamos a un juzgado buscando conseguir lo que Franco necesita, ¿en qué parte como sociedad nos perdimos tanto?
Con un PBI per cápita superior a los US$ 16.000, no hemos estado dispuestos a gastar $ 129.000 para salvarle la vida a un adolescente de 16 años de familia humilde.
Siento que en el afán de “ahorrar”, o “administrar mejor” hemos perdido el rumbo; y digo en el afán, pues de seguir con éstos criterios habríamos de perder todo lo que jóvenes como Franco pueden producir de valioso para la sociedad; y seguramente habríamos de pagar asistentes personales, seguridad social, y largos etcéteras.
En la reciente publicación A hombros de gigantes. Conferencias en la Milanesiana 2001-2015*, Umberto Eco, vuelve a traer el aforismo atribuido a Bernardo de Chartres cuando decía que nosotros somos como enanos que están a hombros de gigantes, de modo que podemos ver más lejos que ellos, no tanto por nuestra estatura, o nuestra agudeza visual, sino porque, al estar sobre sus hombros, estamos más altos que ellos.
Cuando tomamos estas decisiones que privan a una persona de las oportunidades más esenciales en la vida, que otros en la misma sociedad afortunadamente tenemos, es porque hemos decidido ser los enanos que suben a hombros de otros enanos, y desde allí nos sentimos equivocadamente altos.
* Umberto Eco, Sulle spalle dei giganti. Lezioni alla Milanesiana 2001-2015, Lumen, primera edición, setiembre 2018.
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Emitido en el espacio Tiene la palabra de En Perspectiva, miércoles 06.03.2019
Sobre el autor
Juan Ceretta nació en Montevideo, es doctor en Derecho y Ciencias Sociales, egresado de la Universidad de la República; docente del Consultorio Jurídico y de la Clínica de Litigio Estratégico en la Carrera de Abogacía; coordinador del Laboratorio de Casos Complejos en DDHH, y representante por el Orden Docente en el Consejo de Facultad de Derecho. Activista en Derechos Humanos. Hincha de Racing Club de Montevideo.