Días de coronavirus

Goya, Blanes y el coronavirus

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Por Claudio Invernizzi ///

Entre las lecturas, búsquedas y actividades varias con las que andamos templando el alma por estos días, muchas son las cosas que dejan el pensamiento agitado, con ganas, curioso como un gorrión husmeando un patio en busca de migas de pan. 

En mi caso, por ejemplo y de un modo casi obsesivo, recorro una y otra vez el riesgo al que nos expone la sobre información, el cándido despelote de las múltiples versiones o podríamos llamarle, simplemente, esa necesidad compulsiva de hablar de lo que no sabemos: otra emergencia universal y no solo uruguaya.

Un muchacho, amable y con la mejor disposición del mundo, mientras me entregaba un pedido de comida, me explicó que esto que estábamos viviendo era un invento de un laboratorio para vender después la vacuna que ellos mismos iban a producir, pero que no pasaba nada y -con cara de tener una información que sólo él disponía- agregó: Flaco, quedate tranquilo.

Esto, llevado a las redes, se reproduce con la misma gestualidad que en vivo. Y se suman así proverbiales irresponsabilidades que nos agarran, justamente, con las defensas bajas y predispuestos a que alguien nos ilumine, nos dé certezas, nos guíe en la oscuridad más honda que implica la peste. 

Pero en esa búsqueda de templar el alma, como decía, aparecen cosas maravillosas que rodean la pandemia o que la miran desde otra perspectiva sin pretender brindarnos una certeza sino, simplemente, otras ciertas miradas, incluso desde otros ciertos tiempos.

No nos van a curar. No van a parar lo que sólo puede detener la responsabilidad. Pero tal vez ayuden a encontrar un refugio que nos permita juntar fuerzas para dar combate a la irresponsabilidad, pensando.

Una nota del diario La Nación reúne, en esa redonda a inescrupulosa frontera de las cosas que supone el numero diez, un decálogo de obras de diferentes épocas que muestran epidemias, pestes y otros avasallamientos biológicos. Algunas de las obras son conocidas. Ahí está el Corral de los apestados, por ejemplo. Una pintura cuyo nombre tiene para los oídos una violencia apenas aproximada a la que la obra tiene para los ojos cuando uno la ve. Goya, con esa genialidad inusitada con la que solía pintar el espanto, usa la horizontalidad de los enfermos, todos acostados, derrotados, intentando incorporarse sin poder hacerlo, como la señal más clara de lo próxima que está la muerte. Y, además, usa una paleta enfermiza: una gama de amarillos y ocres que son la señal más definitiva de una peste.

En esa nota de La Nación también está Un episodio de la fiebre amarilla, de nuestro Blanes. Tan bien pintada y tan bien contada que más allá de los favores críticos y el innegable impacto que tuvo en su momento en el público, me genera algunas dudas que van más allá del hecho plástico. A mi juicio, el dolor deja de ser verdad cuando la técnica es tan depurada. Dicen que la madre que yace sobreactuadamente en el piso y con la cercanía de su cachorro agarrándole un seno (imagen que por otra parte se repite en una de las figuras de La Plaga, un cuadro de Poussin) era una mujer cuyo aspecto físico representaba el tortuoso pasaje por la enfermedad, pero que luego la repintó y la hizo bella ante la muerte. ¿Habrá habido en ese episodio de cambio una decisión plástica o estratégica? Me permito suponer, desde el atrevimiento en el cual ya estoy metido, que fue puramente estratégica: la hizo bella porque la obra iba a ser más universalmente aceptada. Entonces podría inferirse que Blanes privilegia el acto de comunicación y seguramente el éxito de la obra; es decir, privilegia la forma a la verdad y no hizo otra cosa que la que hacemos los publicitarios: actuó sin violentar el promedio de sensibilidad de los espectadores. Buscó la aprobación inmediata. 

Poca cosa para un pintor de envergadura. 

Sin embargo, no se puede negar el altísimo impacto comunicacional entre sus contemporáneos: hicieron colas y pagaron entradas para verlo, y el destino del dinero obtenido fueron las fundaciones que atendían a las familias de bajos recursos afectadas por la fiebre amarilla. En el cuadro (ahora mismo, a través de una búsqueda podrían estarlo mirando y discrepando conmigo) estaban de pie los doctores, Roque Pérez y Manuel Argerich, héroes de aquellos días aciagos, y estaba también el hermano mayor del bebé que en el piso agarraba el seno materno.  El cuadro contó una historia y el pintor recurrió a una construcción y a una elaboración técnica que, insisto, a mi juicio, tenía más de ingeniería comunicacional que de fervor creativo. Y a todo ello le agregó cierta innegable sensiblería general: comunicó.

Mas allá del simple hecho de hablar de Goya y de Blanes, de contraponer obras vinculadas a plagas y pestes en tiempos del coronavirus y generar un poco de disenso con el objetivo de que esas obras sean miradas en sus tantísimas presencias en internet y hagan más llevadera la cuarentena, es interesante -y eso quería comentar-  pensar en cómo, a través de la historia, la especie ha buscado de mil formas diferentes enviar mensajes de lo que le sucedió. Y El episodio de la fiebre amarilla es uno de ellos, o el Corral de los apestados o La Plaga de Poussin. Esos mensajes que nos llegan a través del tiempo no son más que la necesidad humana de contar el desastre. De comentarlo o de exorcizarlo. Ya veremos cómo se contará el presente.

Mientras esto sigue, mi muchacho del reparto a quien nunca más volví a ver, debe haber cambiado su discurso, pero no la certeza con que lo dice. Y bueno, así somos: vivimos rodeados de mensajes falsos entre otros tantos verdaderos. Aprovechar este momento para mirar aquellas cosas que nos llegan de otro tiempo, es una buena forma de salir de la sobreinformación y del jodido caos comunicacional. Eso sí: después naturalmente volveremos a entrar, pero estaremos más frescos, menos ansiosos y más pacientes.

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Emitido en el espacio Tiene la palabra de En Perspectiva, viernes 27.03.2020

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Claudio Invernizzi es un publicista y escritor uruguayo.

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Foto: Un episodio de la fiebre amarilla, de Juan Manuel Blanes. Crédito: http://mnav.gub.uy/

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