Editorial

La muerte de un periodista, la vigencia de su oficio

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Por Mauricio Rabuffetti ///
@maurirabuffetti

Alguna vez escuché que una de las cosas buenas de la muerte es que nos da toda una vida de ventaja. Un tiempo para aprender, reflexionar, encontrar algunas respuestas, y tratar de arrepentirnos lo menos posible. En el caso de un periodista, esto último se traduce, en pocas palabras, en la obligación de informar lo más que se pueda y, si decide opinar, hacerlo con honestidad. Es mejor correr el riesgo de arrepentirse de lo dicho, o de lo escrito, a quedarse atragantado con el silencio.

Tal vez por eso, muchos de quienes tenemos el privilegio de informar como forma de ganarnos la vida, terminamos en la picota. Y está bien. Está bien porque también generar debate es parte de esta tarea que ejercemos quienes damos información, quienes emitimos opinión, dos ramas bien distintas del periodismo y ambas, tan necesarias en las sociedades democráticas.

En los últimos días, el periodismo en español perdió a uno de sus baluartes, a uno de sus referentes. El español Miguel Angel Bastenier, quien fuera subdirector de El País de Madrid, un columnista político de excepción, un enamorado de América Latina, un periodista que amaba compartir lo que sabía con sus colegas.

Tuve el inmenso honor de que Bastenier escribiera el prólogo de mi ensayo crítico sobre la figura del ex presidente José Mujica, “La revolución tranquila”. En ese proceso que me llevó a un intercambio escrito y telefónico con el viejo periodista, aprendí algunas cosas de este maestro; también, me sirvió para reafirmar otras.

Algunas, ustedes lo saben, las compartimos cuando publicamos hace algunos meses el libro “El año En Perspectiva”, en un intento, como dijimos entonces con mis colegas de opinión mañanera, de alimentar el debate.

Basta ver los foros que se organizan una vez publicadas las columnas en el sitio web de En Perspectiva, para sentir que, discrepancias aparte, mucho de ese objetivo se está cumpliendo.

Es importante el debate informado. Sobre todo en momentos en que la reinterpretación de realidades históricas está a la orden del día, y la superficialidad de la información, o la información superflua, para ser exacto, llena buena parte del espacio.

Es fundamental saber dónde buscar, a qué medios recurrir para tratar de formarse un panorama lo más preciso posible de la realidad, sin renunciar al filtro que cada uno pueda tener para interpretar lo que pasa.

En nuestro caso, en el caso de los periodistas que opinamos, esto último es una obligación. Es indisociable de nuestro trabajo. Y tal vez por eso, como trabajadores de la información, es que somos menos permeables a algunas inexactitudes que se dijeron estos días sobre la prensa, y menos tolerantes a los excesos que coartan la libertad de informar.

Fue doloroso escuchar los ataques a la prensa que vinieron desde el estrado del acto del PIT CNT el pasado primero de mayo, generalizando, metiendo a todos en una misma bolsa, partiendo del supuesto implícito de que los medios tienen una influencia desmedida sobre los espectadores cuando, en el mundo de hoy, existen tantos canales de información, que la variedad de medios, periodistas, corrientes de opinión, formatos y plataformas accesibles es inabarcable, y cada uno busca según su leal saber y entender, como debe ser.

Las expresiones vertidas suponen un menosprecio a la integridad de quienes trabajan en esa “gran prensa” a la que se hizo referencia. Parecen ignorar, los oradores y quienes les aplaudieron el lunes, que buena parte de esa “gran prensa”, incluso medios del “imperio” al que tanto denuncian, son quienes más espacio y potencia dieron a las partes en conflicto en Brasil, por mencionar un ejemplo que formó parte del discurso sindical. Y los periodistas que allí se desempeñan, también son trabajadores.

Poco, o nada, dijeron en cambio, del cercenamiento sistemático a la tarea de informar que se produce en Venezuela y que es denunciado de forma constante, por ejemplo, por el uruguayo Edison Lanza, relator de la CIDH para la Libertad de Expresión.

Es difícil cambiar visiones dogmáticas. Y a veces, como afirma Tomás Linn, uno puede sentirse un poco solo escribiendo con cabeza propia. Pero al fin y al cabo, no es más que una sensación: siempre habrá alguien del otro lado para leer, escuchar, y con suerte debatir, a sabiendas, como decía Bastenier, de que el objetivo del periodismo no debe ser “el bien común sino contar cómo son las cosas”. Aunque a algunos les moleste.

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Emitido en el espacio Tiene la palabra de En Perspectiva, miércoles 03.05.2017

Sobre el autor
Mauricio Rabuffetti (1975) es periodista y columnista político. Es autor del libro José Mujica. La revolución tranquila, un ensayo publicado en 20 países. Es corresponsal de Agence France-Presse en Uruguay. Las opiniones vertidas en este espacio son personales y no expresan la posición de los medios con los cuales colabora.

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