Por Rafael Courtoisie ///
“Quedateencasa” es la expresión más repetida en medios de comunicación, en redes, en ámbitos físicos y virtuales que erigen hoy la comunicación del planeta.
“Quedateencasa” es la etiqueta, el hashtag más reiterado, vociferado hasta el hartazgo en un persistente segundo lugar luego de la palabra que denomina el origen, la malhadada causa de este flagelo, de esta situación mundial. No voy a mencionar esa maldita palabra en esta entrega radial, no la voy a decir por cábala, por superstición, por fastidio, pero sobre todo no la voy a nombrar por respeto a los amigos de En Perspectiva, que se merecen la calidez de la alegría, que se merecen palabras que vienen desde antes, desde el origen de los tiempos, y no estos vocablos recién llegados que pronto van a cesar, por acción de nuestro cuidado o por una posible vacuna.
En la antigüedad, durante aquella remota república y luego durante el Imperio Romano, en el hermoso latín de donde proviene el español que hablamos hoy, la palabra “casa” refería una choza, un rancho, un lugar algo precario, un refugio donde dormir cada noche antes de volver al yugo del trabajo. En cambio, para hablar de la edificación donde la familia llevaba adelante su vida, su descanso, su ocio, sus tareas, sus sueños, su intimidad, la palabra era “domus”.
“Domus” singifica en latín lo que hoy en día llamamos con simpleza “casa”.
En Montevideo hay un lugar especial, una república que solo es posible en un país de vocación liberal y democrática, festiva, jovial, abierta a la celebración y al jolgorio. Ese lugar se denomina la “República de la Parva Domus”. Es un territorio independiente dentro de la bonhomía uruguaya. “Parva domus” significa “casa pequeña”, casa chica. Y se sitúa en el barrio de Punta Carretas, cerca del Río de la Plata, cerca del río ancho como mar, en la capital del país fecundo y solo en apariencia menudo, en el Uruguay, la nación que otorgó las condiciones para que un grupo fraternal, una comunidad de camaradas, fundara una minúscula república dentro del territorio del inmenso paisito.
Pero la palabra domus ya no existe en el idioma español. En su lugar nos ha quedado la palabra “domicilio”, más burocrática y fría, más aburrida. Ese vocablo ha dado lugar a la expresión “prisión domiciliaria” y al término menos querido de “tributos domiciliarios”, impuestos de puerta que cobra la Intendencia de Montevideo.
Sin embargo, el señor o la señora de la casa es el dominus, el dueño, el que domina lo que ocurre en la domus, en la casa, bajo el techo que habitamos.
Y en este punto nos encontramos felices con el viejo latín: hoy todos, vivamos en un monoambiente rentado o en una casita con jardín al frente y vecinos ruidosos al fondo, seamos propietarios de una mansión o un ranchito, somos “dominus”, somos soberanos, somos reyes del lugar donde nos refugiamos y cuidamos a los que queremos, a los que nos quieren.
Es entonces que esa etiqueta de Twitter, de Facebook, de Instagram, esa expresión de las redes sociales de comunicación, #quedateencasa, pasa a ser un emblema para cada uno de nosotros, los reyes domésticos, los monarcas de cada casa.
****
Foto: Rafael Courtoisie. Crédito: Biblioteca Nacional.
Para el espacio Voces en la cuarentena de En Perspectiva
***