A mediados de 1998 escribí un artículo, (hoy lo llamaríamos blog), para la Newsletter de Quanam con el título: El fin de la distancia. La tesis del mismo era que la baja de los costos de procesamiento de la información y de las telecomunicaciones de la época eliminaría la distancia entre personas y entre empresas, convirtiéndose posiblemente en el factor más importante que moldearía la sociedad a principios del siglo XXI. A este cambio lo sucederían otros, a medida que las comunicaciones y los computadores se combinaran de nuevas maneras.
En aquel blog se leía:
“El fenómeno Internet es hoy la cara visible de un cambio tecnológico que, como la electricidad o el automóvil en el pasado, llega para revolucionar el modo en que la gente vive, trabaja y emplea su tiempo libre.
El teléfono, la televisión y el computador ya han transformado la economía y la sociedad de forma inimaginada tan sólo medio siglo atrás. Pero la conjunción de estas tres tecnologías, las redes de computadores, es potencialmente un salto cualitativo de lo existente. Por el momento, esas tres industrias tienen identidades separadas: la televisión no es interactiva, Internet es un mediocre teléfono, y el teléfono no está diseñado para recibir imágenes de video. Pero eso cambiará, y cuando lo haga, revolucionará al mundo”.
Más adelante concluía:
“El fin de la distancia significa que la distancia ya no determina el costo de comunicarse electrónicamente. En base a ello, la ubicación deja de ser la clave para muchas decisiones de negocios. Las compañías pueden localizar actividades basadas en computadores en cualquier lugar de la tierra. Países como el Uruguay pueden por lo tanto realizar servicios on-line (help desks, call centers, escribir software, etc.) y venderlos a todo el mundo. Ello trae de la mano el tema de la irrelevancia del tamaño. Compañías pequeñas pueden ofrecer hoy, servicios que antes sólo los gigantes tenían la escala para proveer”.
Todos sabemos que desde aquella época Quanam ha usufructuado de las oportunidades que abrieron las nuevas tecnologías de información. Su presencia en casi todos los países de América y Europa Occidental en los últimos veinticinco años así lo atestigua.
Hoy nos encontramos con un nuevo paradigma. No es que se terminó el cambio y dio paso a la estabilidad. Al contrario, los cambios siguen, sólo que más rápidos y acelerados. De ahí que muchos le han puesto a este fenómeno el término tech-celeration. Uno de los efectos mayores de la pandemia que atravesamos es, quizás, que ha acelerado las tendencias de adopción de nuevos comportamientos tecnológicos.
Ya, las compras comenzaban a realizarse en línea; los pagos se estaban volviendo digitales lentamente; la enseñanza on-line se volvía cada vez más frecuente; más gente trabajaba desde su casa, al menos parte del tiempo. De repente, pandemia mediante, la gente de muchos países se ha visto impulsada abruptamente hacia un futuro en el que todos estos comportamientos están mucho más extendidos. Desde la video-conferencia a las compras on-line, los comportamientos tecnológicos de buena parte de la humanidad han alcanzado niveles de uso que no se esperaban sino dentro de muchos años. ¿El futuro de 2022? No, muchos sostienen que estamos viendo el de 2025, y algunos que el de 2030.
Ya en mayo de 2020, la consultora McKinsey decía:
“Los datos recientes muestran que hemos avanzado cinco años en la adopción digital de consumidores y empresas en cuestión de unas ocho semanas. Y para las compras en línea en Estados Unidos, el progreso fue aún más rápido: diez años de crecimiento en tres meses”.
La pandemia ha acelerado los cambios y las transformaciones en sectores históricamente opuestos a los cambios, como la educación y la salud. Las disminuciones de movilidad y los encierros inducidos han estimulado el aprendizaje y el trabajo a distancia, demostrando que ellos pueden ser posibles a gran escala con las herramientas y el apoyo adecuado. Como todo, estas experiencias tienen también sus aspectos negativos en la sociedad, que habrá que mitigar.
Los sectores más golpeados, como el turismo, los restoranes y el comercio de la calle, o se han reconvertido, total o parcialmente, o han desaparecido. Todo lo que favorece que las actividades puedan desarrollarse on-line o en la nube, ha crecido. Quizás el futuro no sea tan en blanco y negro, pero seguramente no volveremos al mundo tal cual era antes de la pandemia.
Otras generaciones vivieron antes que nosotros acontecimientos traumáticos como pandemias, guerras mundiales, holocausto. La nuestra creció sin conocerlos de primera mano, hasta que llegó el COVID-19. Pero aquí cabe la pregunta: ¿esto que nos está pasando nos tomó totalmente de sorpresa? ¿No se sabía que podía suceder? La respuesta no estaba al alcance de los legos, pero los expertos sí sabían.
En el libro: Derrame: infecciones animales y la próxima pandemia humana, publicado en 2012, David Quammen nos cuenta:
“Le he preguntado a muchos científicos eminentes de enfermedades, incluidos algunos de los expertos mundiales en ébola, SARS, virus transmitidos por murciélagos en general, VIH y evolución viral, la misma pregunta de dos partes: (1) ¿Surgirá una nueva enfermedad, en un futuro cercano, lo suficientemente virulenta y transmisible como para causar una pandemia de la escala del SIDA o la gripe de 1918, que matará a decenas de millones de personas? y (2) Si es así, ¿cómo se ve y de dónde viene? Sus respuestas a la primera parte van desde Quizás hasta Probablemente. Sus respuestas al segundo se han centrado en los virus de ARN, especialmente aquellos para los que el huésped reservorio es algún tipo de primate. Ninguno de ellos ha disputado la premisa, por cierto, de que si hay un Next Big One será zoonótico”.
Un poco más adelante, el mismo autor nos dice:
“Un epidemiólogo de enfermedades infecciosas de gran prestigio llamado Donald S. Burke, actualmente decano de la Escuela de Graduados en Salud Pública de la Universidad de Pittsburgh, pronunció una conferencia (publicada más tarde) en 1997 en la que enumeró los criterios que podrían implicar ciertos tipos de virus como los candidatos más probables para causar una nueva pandemia. “El primer criterio es el más obvio: pandemias recientes en la historia de la humanidad”, dijo Burke a su audiencia. Eso apuntaría a los ortomixovirus (incluidas las influenzas) y los retrovirus (incluidos los VIH), entre otros. “El segundo criterio es la capacidad probada de causar grandes epidemias en poblaciones de animales no humanos”. Esto volvería a poner de relieve los ortomixovirus, pero también la familia de paramixovirus, como Hendra y Nipah, y los coronavirus, ese virus conocido luego como SARS-CoV. El tercer criterio de Burke fue la “capacidad de evolución intrínseca”, es decir, la disposición a mutar y recombinarse (o reagruparse), lo que “confiere a un virus el potencial de emerger y causar pandemias en poblaciones humanas”. Como ejemplos, volvió a los retrovirus, ortomixovirus y coronavirus. “Algunos de estos virus”, advirtió, citando a los coronavirus en particular, “deben considerarse como amenazas graves para la salud humana. Se trata de virus con alta capacidad de evolución”.
Para finalizar, veamos cómo la misma tech-celeration de que hablamos antes, fue crucial para el desarrollo de las vacunas que son el único medio para combatir de forma sostenible la pandemia.
En un artículo de The Atlantic: Cómo la tecnología mRNA puede cambiar el mundo, Derek Thompson nos relataba tan sólo dos meses atrás:
“Armados con años de trabajo clínico en mRNA que se basó en décadas de investigación básica, los científicos resolvieron el misterio del SARS-CoV-2 con una velocidad asombrosa. El 11 de enero de 2020, investigadores chinos publicaron la secuencia genética del virus. La receta de la vacuna mRNA de Moderna se finalizó en aproximadamente 48 horas. A fines de febrero, se habían enviado lotes de la vacuna a Bethesda, Maryland, USA, para ensayos clínicos. Su desarrollo fue acelerado por la Operación Warp Speed del Gobierno americano, que invirtió miles de millones de dólares en varias vacunas candidatas, incluida la de Moderna”.
El caso de la vacuna de Pfizer-BioNTech fue muy parecido. Las dos compañías habían diseñado sus vacunas candidatas cuatro semanas antes que se anunciara la primera fatalidad confirmada en USA por COVID-19, y Moderna estaba produciendo lotes de vacuna para usarse en sus ensayos clínicos más de un mes antes que la Organización Mundial de la Salud declarara la pandemia.
Las vacunas se obtuvieron muy rápido. El record previo para el desarrollo de una vacuna era de cuatro años, establecido en 1960. Esta vez, se desarrollaron múltiples vacunas contra el COVID-19 en menos de un año.
P.S.: Sobre estos temas recomiendo el video de The Economist: How covid-19 is boosting innovation, que ilustra con ejemplos de entregas con drones, e-learning, y comidas para llevar de alta cocina, entre otros, cómo la pandemia del COVID-19 ha obligado a muchas empresas a adoptar tecnologías digitales o correr el riesgo de extinción. La película analiza por qué las crisis fomentan la innovación y las lecciones para las empresas, mientras se preparan para la era post-pandémica.
En otro plano, el video de la conversación entre Daniel Kahneman y Yuval Noah Harari, moderada por la periodista Kara Shuster, trata de arrojar luces sobre el futuro, en la visión de estos dos grandes intelectuales del presente.
Ing. Víctor Ganón
Socio Fundador de Quanam
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