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El diario del lunes
Las consecuencias del descalabro brasileño

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Por Fernando Butazzoni ///

Ahora que el juicio político a Dilma Rousseff parece enfilar directo hacia la destitución de la presidenta, y tras la pintoresca sesión parlamentaria en la que se aprobó el inicio del proceso, parece razonable imaginar algunas consecuencias del mismo, porque las mismas nos golpearán de forma directa.

Una de ellas es que el juicio y la eventual destitución van a repercutir negativamente en la estabilidad de la región. Se verá afectada la credibilidad de la democracia, se perjudicarán las economías de muchos países y se tensará al máximo la cuerda ideológica en amplios sectores de la juventud latinoamericana. El clima social puede enrarecerse con rapidez. El Foro de São Pablo, por ejemplo, ya ha tocado a rebato y no solo en Brasil.

A la vista está el inmenso poder destructivo de la corrupción. Aunque Dilma en particular no haya sido acusada de enriquecimiento ilícito, la sombra de la sospecha se extiende a su alrededor. A partir de lo acontecido en Brasil, queda claro que para los gobernantes ya no será suficiente mantenerse por fuera de las prácticas corruptas y evitar cualquier tipo de beneficio con ellas. Ni siquiera les alcanzará con tomar medidas ejemplarizantes con algunos participantes de la trama. No importará el signo ideológico del gobernante, sino la eficacia que tenga para combatir a los ladrones de cuello blanco.

La corrupción en las altas esferas es un ácido que se lo come todo, desde el capital político acumulado durante décadas hasta la confianza y las lealtades, para no hablar del espíritu democrático. Ocurre que muchos de quienes votaron en Diputados contra Dilma están acusados de robos y sobornos.

Entre ellos se encuentran Michel Temer y Eduardo Cunha, los dos primeros en la línea de sucesión en caso de que la presidenta sea separada del cargo. Otros diputados, como el ex paracaidista del Ejército Jair Bolsonaro reivindican el golpe militar de 1964, la dictadura y las torturas.

Todo se tambalea en Brasil, hasta el propio Lula da Silva, quien no parecía ser un gigante con pies de barro. Pese al Mensalao, Lula supo tener pies de acero. Pero ese acero acabó corroído por el ácido de la corrupción imperante en su entorno más cercano. Eso ha provocado que, justo ahora, él también pierda pie.

El naufragio de Dilma es también el suyo. Su reciente irrupción en el debate no pudo frenar la sangría de aliados del Gobierno. El camino del juicio político a Dilma Rousseff es tan inevitable como sórdido. Está empedrado de corrupción, pero también de grandes torpezas por parte de la presidenta, de actitudes soberbias para con algunos de sus principales aliados y hasta de cierta dosis de incomprensible ingenuidad, al confiar en personas y organizaciones que acabaron por traicionarla.

Es verdad que en Brasil los partidos políticos son débiles, casi sin mandato sobre sus representantes y con una pobre articulación entre sí. Pero esa debilidad no le impidió al PT buscar alianzas para juntar votos y conservar el poder, lo que a la postre resultó suicida. El caso de Michel Temer y el PMDB es el mejor ejemplo de ello. Todos lo veían venir, menos Dilma y Lula. Ya en el año 2010, un análisis de Folha de S. Paulo lo advertía.

El espectáculo de Brasil es triste: una mujer aislada, un Gobierno sin mando, una oposición salvaje para la que todo vale, una economía en picada y un pueblo que busca luces en la oscuridad. Los resultados de esa situación van a ser, en cualquier caso, gravísimos para ellos y también para nosotros. Es bueno aprender las lecciones de esa historia. Y conviene estar preparados.

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El diario del lunes es el blog de Fernando Butazzoni en EnPerspectiva.net. Como no podía ser de otra manera, actualiza todos los lunes.

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