Por Emiliano Cotelo ///
Estimado oyente, quiero plantearle un problema.
Supongamos que usted está realizando una prueba de evaluación de competencias como las de PISA, y debe resolver esta situación:
Usted dirige un instituto de enseñanza en un país cuyo principal desafío estratégico es atender y propiciar la permanencia de los jóvenes en el sistema educativo. El problema es que, paradójicamente, en ese centro los muchachos pasan varias noches haciendo cola en los días previos a la apertura de las inscripciones y un gran número de ellos termina fracasando en su intento de anotarse porque el cupo no es suficiente para hacer frente a la demanda.
¿Comprendió la situación? Bueno, ahora tiene un año para resolverla.
El vaso medio vacío
¿Un año le parece poco tiempo? A las autoridades de la educación pública también. El Consejo de Educación Técnico Profesional (CETP-UTU) va perdiendo este desafío por lo menos desde 2011. Y esta semana volvimos a presenciar las clásicas colas en algunos de los centros cuando se iniciaron las inscripciones para los cursos de bachillerato.
Según la Asociación de Funcionarios de UTU (Afutu), en este año 2016 quedaron 7.200 alumnos sin poder anotarse y, de acuerdo a sus estimaciones, en el 2017 la cifra podría ser similar.
No sé a usted, pero a mí este caso me da vergüenza.
Y creo que evidencia, al menos, dos tipos de problemas.
El primero, la incapacidad del sistema para absorber a los estudiantes en algunas opciones de formación que, por lo visto, les resultan más atractivas que el liceo, especialmente porque les ofrecen una rápida salida laboral.
El segundo problema es simbólico, pero no por eso menos relevante. ¿Es necesario someter a los jóvenes (y a sus familias) a una experiencia tan hostil, como la de permanecer horas y horas en una cola (soportando noches y hasta lluvias si ocurren) ante la amenaza velada de que, si no lo hacen, se quedarán sin lugar y, por lo tanto, verán frustrados los planes que elaboraron para su futuro? ¿Puede pensarse que, haciéndolos pasar por este calvario, estos muchachos se sentirán bienvenidos al sistema y al mundo del estudio? ¿No hay métodos más humanitarios para resolver este trámite?
El vaso por la mitad
Sin embargo, y como suele suceder cuando los temas son complejos, no hay una sola manera de pararse frente al mismo hecho.
El presidente de la Administración de la Enseñanza Pública (ANEP), Wilson Netto, reconoce que hay problemas pero replica que también hay aspectos para destacar. Lo positivo “es que la sociedad entiende que es bueno acercarse a la UTU”, dijo, cuando fue consultado sobre este tema.
Si miramos los números conocidos esta semana con la publicación del Anuario Estadístico de Educación y Panorama 2015, del Ministerio de Educación y Cultura, a Netto le asiste algo de razón, pero no toda.
Por un lado, el trabajo confirma que la matrícula en el Consejo de Educación Técnico-Profesional continúa creciendo. Entre 2011 y 2015, los alumnos de UTU pasaron de 71.500 a 93.000.
Sin embargo, junto con la masa de estudiantes también ha crecido la no promoción y la desvinculación de esa opción educativa. Por ejemplo, en el ciclo básico de UTU reprobaron su curso más de cuatro de cada diez jóvenes el año pasado, cuando en 2011 lo hacían 3 de cada 10. Y en cuanto a la desvinculación, el año pasado un 22,2 % de los jóvenes de ciclo básico dejó de asistir y no volvió a matricularse para este 2016, mientras que en 2011 ese porcentaje había sido del 17,6 %. Y el panorama es similar en el caso del bachillerato de UTU.
¿Les suenan estos problemas: repetición y deserción? Son los mismos que desde hace años se le vienen señalando a Secundaria.
Lo curioso y lo terrible es que se suponía que el reposicionamiento de la UTU, que ha sido revitalizada por los últimos gobiernos frenteamplistas y cuyo presupuesto ha crecido un 200% entre 2004 y 2015, venía a ofrecer una alternativa a la crisis de los liceos públicos. Pero ahora comprobamos que no sólo deja por el camino a miles de jóvenes que quieren entrar sino que además es ineficiente para retener a aquellos estudiantes que sí logran acceder al sistema.
El vaso medio lleno
Volviendo a las colas, las autoridades del Codicen se han esforzado en explicar que la situación no es tan grave como la de años anteriores y que hay mejoras que exhibir.
Por ejemplo, confían en que para anotarse en los cursos de Ciclo Básico y Formación Profesional Básica -cuyas inscripciones comenzarán la semana que viene- no habrá aglomeraciones porque este año se utilizó el sistema Gurí de Primaria para anotar en liceo y en UTU a los alumnos que terminaron la escuela. Al parecer, como cada estudiante ya cuenta con su número de inscripción, solo debe acercarse al centro a presentar sus documentos.
¿Cuál vaso?
Ojalá esa parte funcione mejor. Terminaremos de verlo a partir de este lunes.
De todos modos, sea como sea, yo me pregunto: ¿a dónde van a parar los jóvenes que no consiguen ingresar a los cursos con los que soñaban, por ejemplo Bachillerato Audiovisual o Bachillerato de Deporte y Recreación (*)? ¿Qué harán estos chicos? ¿Saldrán a buscar otras posibilidades o se quedarán en sus casas (o peor, en las esquinas de sus casas, perdiendo el tiempo)? ¿Les ofrece el liceo una alternativa que se ajusta a su proyecto de vida?
Y, más importante todavía, ¿están las autoridades de la educación pendientes de la trayectoria de estos jóvenes “rebotados”? ¿Saben quiénes son? ¿Se preocuparon por poner a su disposición de inmediato un abanico de otros caminos posibles?
¿Cuántos años más es razonable esperar hasta que el sistema educativo uruguayo supere este tipo de debilidades que conllevan consecuencias tan serias?
* Nota: En este último los números sí se entregaron a través de internet, pero se acabaron a los diez minutos.
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Emitido en el espacio En Primera Persona de En Perspectiva, viernes 23.12.2016, hora 08.05