Por Mauricio Rabuffetti ///
@maurirabuffetti
Cuando hablamos de las cárceles uruguayas, en general lo hacemos para contar historias de desesperanza o de horror como ocurrió la semana pasada. Los asesinatos son moneda corriente en algunos centros de reclusión en los cuales los derechos humanos de las personas privadas de libertad no están garantizados.
Estos episodios deberían llevarnos a reflexionar como sociedad: ¿es aceptable que una persona, por más grave que sea el error que cometió, esté en un contexto de vulnerabilidad tal en el que deba luchar, literalmente luchar y batirse a duelo por su vida, como parece apreciarse en las imágenes difundidas por el sindicato policial?
Lamentablemente, es corriente escuchar el desgastado argumento de que la cárcel debería ser solo un castigo. Es una postura simplificadora, reduccionista, que solo puede asentarse en el desprecio por la vida ajena o la ignorancia de una realidad que está tapada, escondida, detrás de los muros de muchas cárceles de este país.
Dentro de un difícil panorama, tenemos la suerte de que algunas historias permiten argumentar a favor de una mayor inversión de tiempo y dinero, pero sobre todo de creatividad y sentido común para mejorar el sistema carcelario.
En julio, En Perspectiva visitó el Polo Industrial del Comcar y de forma más que gráfica mostró cuánto puede mejorar una cárcel cuando hay ideas y voluntad.
Es evidente que estas iniciativas son deseables moralmente. Pero lo fundamental es que con estos mecanismos se mejora la seguridad de toda la población.
Invertir en mejorar las cárceles es conveniente. Ayuda a cortar el ciclo de la violencia. Importa porque busca evitar que se conviertan en escuelas del crimen, algo fundamental para reducir la reincidencia que llegó a niveles estratosféricos del 60%. Darle una posibilidad de mejorar y de reinsertarse en la sociedad a quien lo busca no solo es humanamente deseable. Se trata de recuperar a esa persona para que sea productiva.
Hace algunas semanas, tuve la oportunidad de visitar el Penal de Punta de Rieles, en donde funciona un programa que permite que las personas privadas de libertad inicien sus propios emprendimientos. Allí llegan luego de demostrar con su conducta que pueden ser parte de esa iniciativa. Y tienen una sola oportunidad para aprovecharlo.
Me encontré con una cárcel en la que funciona una panadería, proyectos de cultivo de verduras, una heladería, fábricas de molduras y de bloques para construcción, por mencionar algunos proyectos. Más aún, me encontré con una cárcel en la que se fomenta la cultura del trabajo.
Uno de los reclusos con los que tuve ocasión de hablar tenía 35 años y llevaba varios ya en prisión. Me dijo que nunca había trabajado hasta ingresar a la cárcel. Podría parecer una paradoja, pero es una realidad que existe en Uruguay y no se puede ignorar. También me dijo, y esto es lo más importante, que no piensa parar de trabajar cuando cumpla su condena.
El director de ese penal, Luis Parodi, me explicó que la base del proyecto es que “nadie le regala nada a nadie” porque de eso se trata “la dignidad”.
Cuando fue entrevistado En Perspectiva, el comisionado parlamentario de cárceles, Juan Miguel Petit, empezó definiendo la cuestión carcelaria como un “tema central de políticas sociales”. Fundó su argumentación en cifras: en Uruguay, en 20 años, el número de reclusos se triplicó, en un país con población estable. Tenemos un preso cada 20 habitantes, y el incremento no se explica necesariamente por la eficiencia del Estado en combatir la delincuencia, sino más bien por el aumento del delito. Petit puso énfasis en señalar que buena parte de la explicación se debe al “deterioro educativo”.
“La salida de los jóvenes del sistema educativo genera una cantidad de problemas que se van encadenando y terminan muchas veces en episodios de violencia”, explicó el comisionado.
Si desde el sistema político hay conciencia de que el deterioro educativo atiza este tipo de situaciones, y claramente, observando las cifras de deserción, no se está logrando controlar el fenómeno, entonces así como es importante buscar caminos para mantener a los chicos en el sistema escolar, igualmente importa promover iniciativas que permitan recuperar a quienes cometieron faltas. Es prevenir y remediar.
Con seguridad, no se tendrán resultados positivos en todos los casos. Pero no debemos renunciar a ese objetivo, por el bien de todos.
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Emitido en el espacio Tiene la palabra de En Perspectiva, miércoles 14.09.2016
Sobre el autor
Mauricio Rabuffetti (1975) es periodista y columnista político. Es autor del libro José Mujica. La revolución tranquila, un ensayo publicado en 20 países. Es corresponsal de Agence France-Presse en Uruguay. Sus opiniones vertidas en este espacio son personales y no expresan la posición de los medios con los cuales colabora.