Por Silvia Bartram ///
Me detuve en un semáforo y un hombre me ofreció curitas. Justo necesitaba, así que le compré. -Gracias, me dijo y aclaró: -Le digo gracias por comprarme y porque es la primera vez que alguien me sonríe en todo el día.
Ese brevísimo encuentro -lo que dura una luz roja- me alegró el corazón y si quedó en mi recuerdo fue precisamente por ser un hecho excepcional.
Cada vez es más común que cuando te abordan en la calle, desarrolles desconfianza y veas al otro como una versión degradada de una persona.
También es común que el otro te degrada al verte como un surtidor de monedas y no como a una persona.
“La grieta” es una expresión terrible pero gráfica para explicar que cuando vemos a un mendigo, un cuidacoches, un vendedor ambulante, cruzamos de vereda, evitamos mirarlo a los ojos y no contestamos si nos hablan.
Avenida Italia se ha convertido en una zanja y el que se aventure a cruzarla buscando recursos corre el riesgo de morir de frío en la calle, de ser golpeado o encarcelado.
¿Habrá alguna forma de volver a ser un país amable, una sociedad hiperintegrada? ¿O la violencia y la crispación están instaladas para siempre o van a seguir creciendo?
¿Es el Estado o es la iniciativa privada (organizaciones de beneficencia, ollas populares, iglesias, etc.) quienes deben atender la pobreza y la desigualdad?
Una vez me invitaron a una parroquia donde todos los domingos les daban un almuerzo a la gente que vive en la calle.
Pensé que conversaríamos de algunas cosas en común. El fútbol, por ejemplo, me imaginaba celebrando un triunfo o lamentando una derrota de Peñarol, o bromeando con un hincha de Nacional.
Siempre podríamos hablar del tiempo, que como dicen los ingleses es la conversación más segura porque nos concierne a todos y no genera conflictos: Hoy no hace tanto frío, pero se siente más por el viento. Parece que para mañana está anunciada una tormenta.
Me interesaba conversar con una mujer. Si se establecía una conexión de confianza, tal vez podría profundizar en temas más personales: preguntarle por sus hijos, por su vida, sus amores y por la razón que la llevó a esa situación tan trágica. También podría contarle cosas mías que a lo mejor le divertían.
No fue posible. No nos sentamos a comer con ellos ni les llevamos la comida a la mesa. Los comensales se acercaban a una reja y por una pequeña abertura les pasábamos un plato de comida y un pan.
Apenas intercambiamos unas palabras a través de la reja: Buenos días. Gracias. ¿Puede darme otro pan? Claro.
Sin duda había buena voluntad en los que organizaban estos domingos caritativos, pero esa reja era como la grieta, que está presente hasta cuando se tienden puentes.
Es muy difícil recuperar a personas que tienen tantas heridas en el cuerpo y en el alma. Personas que han aprendido en carne propia que la violencia es la manera de lograr algo, o que la droga es la manera de escapar de una vida intolerable.
Si no es la beneficencia, entonces es el estado.
Pablo Bartol pide más presupuesto para el Mides, más refugios, poder darle calor y alimentos a los que no tienen nada. Eso está bien, es necesario.
Pero por otro lado es como tratar de sacar el agua con un balde en un barco que se está hundiendo. Es necesario ir al origen. Remediar el presente y a la vez configurar un futuro mejor.
Sin educación, los pobres en lo material se convierten también en pobres en valores humanos.
Hay que trasformar esas cárceles infames, pero la clave del futuro está en terminar con la desigualdad en la educación de los niños según el barrio de donde provienen.
Ya lo expresó en una frase tremenda Mariano Palamidessi: “Estamos formando dos razas distintas”.
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Emitido en el espacio Tiene la palabra de En Perspectiva, jueves 22.06.2020
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Imagen: Grieta en cemento. Crédito: piqsels.com