Editorial

Mugre y veneno

Facebook Twitter Whatsapp Telegram

Por Rafael Mandressi ///
@RMandressi

Hay cada vez menos pájaros en el campo. En Francia, por lo menos, se estaría produciendo un fenómeno de “desaparición masiva” de aves, a una “velocidad vertiginosa”, según un comunicado conjunto del Centro nacional de investigación científica y el Museo nacional de historia natural, que se dio a conocer el 20 de marzo pasado. En promedio, las distintas poblaciones de aves habrían menguado hasta llegar a dos tercios de lo que eran hace 15 años, y el ritmo de reducción se acelera.

Hay cada vez más agrotóxicos en los peces de río. En Uruguay, por lo menos, según informa La diaria de este sábado, había residuos de 30 pesticidas en los tejidos del 96 % de los 149 bagres, dorados, sábalos, tarariras, viejas de agua y bogas analizados en una investigación realizada por científicos de la Universidad de la República y de la Dirección nacional de recursos acuáticos. En promedio, cada ejemplar estudiado tenía cuatro pesticidas diferentes en su organismo.

En ambos casos, tanto en el campo francés como en el río Uruguay y en el Río Negro, la causa principal, si no única, de la reducción dramática del número de aves y de la contaminación de los peces con sustancias indeseables parece ser la misma. Se trata de ciertos modos de producción agrícola, que no le hacen asco al uso intensivo de productos no siempre recomendables. Así, el desplome de las poblaciones de pájaros en Francia, por ejemplo, se atribuye en parte a la generalización de los insecticidas neonicotinoides, neurotóxicos, sobre los que además pesa la sospecha de haber contribuido al declive de las abejas.

Pero no todo pasa en el campo. En el mar, el plástico suele formar parte de la dieta de los peces, que a su vez forman parte de la dieta de las aves, y toda esa fauna anda por ahí, sobreviviendo con basura en el estómago. Por no hablar de los metales pesados y otras bellezas, mugre y venenos que se han hecho carne.

Hace algunos meses, en julio de 2017, uno se anoticiaba de la publicación de un estudio en el que dos investigadores de la Universidad de Stanford y uno de la Universidad nacional autónoma de México (Gerardo Ceballos, Paul Ehrlich y Rodolfo Dirzo) alertaban sobre el decrecimiento rápido, pronunciado y global de las especies de vertebrados, una “aniquilación biológica” que no remite solamente a la desaparición de especies, aunque esas desapariciones se hayan multiplicado por cien en el último siglo. La “defaunación” es más grave si se observa la contracción de las poblaciones, que va de la mano con la de la superficie de los territorios que ocupan. En todos los continentes la cantidad de animales cae, a veces de manera vertical, y el área de las zonas donde se los encuentra también.

Con esa contabilidad, que incluye un 30 % de especies que una organización como la Unión internacional para la conservación de la naturaleza (UICN) no considera en peligro, asoma para algunos la hipótesis de una extinción masiva, la sexta en la historia de la Tierra. No hace falta ponerse apocalíptico, sin embargo, ni preocuparse desde ya por lo que tal vez ocurra dentro algunos cientos o miles de años, para constatar, más cercana y prosaicamente, que con o sin extinción masiva, gracias a nosotros los animales van en coche al muere.

Nosotros y los animales, sí. Autoricémonos a ponernos antropocéntricos por un rato, olvidemos o finjamos olvidar que animales somos todos, no reflexionemos acerca de lo que nos separa decisivamente de un chancho o de una corvina. Tal vez lo haya, pero se trata de otro debate, que no estaría mal dar en algún momento, con razonable disposición a considerar los buenos argumentos que seguramente han de tener veganos y animalistas. Pensemos de la manera más fácil, es decir en nosotros, humanos, que al fin y al cabo terminamos devorando nuestra propia inmundicia digerida por los animales –los otros animales, si se prefiere–, y diezmando a las bestezuelas de las que, nos guste o no, dependemos, aun las que nos resultan más lejanas o desagradables. Tengamos por lo menos el egoísmo bien puesto, y tratemos, seria y racionalmente, de darles aunque sea un respiro a los bichos.

***

Emitido en el espacio Tiene la palabra de En Perspectiva, lunes 12.03.2018

Sobre el autor
Rafael Mandressi (Montevideo, 1966) es doctor en Filosofía por la Universidad de París VIII, historiador y escritor. Desde 2003 reside en París, donde es investigador en el Centro Nacional de Investigación Científica, director adjunto del Centro Alexandre-Koyré de historia de la ciencia y docente en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales. Es colaborador de En Perspectiva desde 1995.

Comentarios