Por Emiliano Cotelo ///
Hace algunas semanas, miles de personas alrededor del mundo vieron al presidente de EEUU tomando la decisión de bombardear a distancia un objetivo militar importante en una zona de conflicto. Lo hizo, pese a que había sido advertido de que esa acción implicaría la muerte de varios civiles inocentes.
Un tiempo después Barack Obama admitió públicamente que dos rehenes que se encontraban en manos de Al Qaeda murieron en un ataque con drones, en una operación contraterrorista en la región fronteriza entre Pakistán y Afganistán. Obama asumió toda la responsabilidad pero al pedir disculpas a las familias de las víctimas aclaró que al bombardear no se sabía que ellas estaban en el blanco elegido.
¿Hipocresía? Antes de que ustedes saquen conclusiones apresuradas quiero hacer una aclaración: La segunda escena que mencioné está protagonizada, sí, por Obama, pero la primera transcurre en televisión, concretamente en la tercera temporada de House of Cards, la serie de Netflix protagonizada por Kevin Spacey y que el verdadero presidente de EEUU dice que no se pierde nunca.
¿Qué nos está diciendo esta casualidad?
Les propongo repasar brevemente la cronología de estos hechos.
El ataque real ocurrió en enero pero nada se informó sobre él en ese momento. Por su parte, la nueva temporada de House of Cards se estrenó en febrero. Y el reconocimiento tardío de la Casa Blanca de que en aquella acción en Pakistán los drones habían matado por error a dos rehenes llegó, finalmente, a fines de abril.
Si Obama está más o menos al día con House of Cards, habrá visto a Frank Underwood, el personaje que interpreta Kevin Spacey, matando civiles inocentes igual que él lo había hecho en el ataque de enero (que hasta ese momento no había trascendido). No sólo lo habrá visto, también tiene que haber sentido la indignación que esa escena busca provocar en el televidente, cuando muestra a un presidente en piyamas, resolviendo sobre la vida y la muerte a distancia, como si estuviera en un videojuego.
¿Cuánto tuvo que ver este capítulo de la serie de TV con la decisión informar a la población sobre el bombardeo de enero y reconocer las muertes de los dos estadounidenses? Seguramente poco, o por lo menos es imposible saberlo. Pero me parece muy interesante esa relación íntima –y en buena medida insondable- que existe últimamente entre el presidente actual de EEUU, Barack Obama, y ese alter ego, bastardo y ficticio, en el que se ha convertido Frank Underwood.
Para quienes no conocen la serie, les cuento que Underwood es un ser despreciable y que el guión de esta producción es una crítica feroz a la política en general pero también, puntualmente, una crítica despiadada y –dicen– verosímil al corazón del sistema político norteamericano. De hecho, la política sucia que muestra se parece muchísimo a lo que Obama denunciaba cuando era candidato y que, sin embargo, sigue allí. Hasta parece, en algunos momentos, que el presidente de la ficción trata de justificar al verdadero. “A veces creo que la presidencia es la ilusión del poder de elección”, dice Underwood en uno de los capítulos, y Obama debe haber sonreído incómodo cuando escuchó esa frase.
Permítanme ahora una digresión. Ha habido muchos estudio académico sobre los efectos que tenían en la sociedad los folletines que aparecían en los periódicos en el siglo XIX. Estos evolucionaron luego, a lo largo del siglo XX, y dieron paso, primero, al radio teatro, después a las telenovelas. Seguramente el eslabón más reciente de aquella cadena es la nueva era de las series, que ha tenido su esplendor en los últimos diez años.
En resumen, aquellas investigaciones atribuyen el éxito de aquellos folletines a que conseguían reflejar los anhelos, los miedos y las ansiedades de la sociedad de su tiempo. Y sostienen que las peripecias del protagonista, que conseguía sobreponerse a los avatares de la trama, funcionaban como un calmante para las masas. Si a fuerza de tesón uno podía arribar casi sin excepciones al final feliz, entonces el sistema y sus reglas de juego no debían ser cambiados.
¿Por qué menciono esos antecedentes? Porque parece que algo ha cambiado en esta ecuación si analizamos el caso concreto de House of Cards. Para empezar, lo que cambió es el público. Seguramente, igual que casi todas las de antes, esta serie funcione como un reflejo de las tensiones y contradicciones que enfrenta la sociedad occidental contemporánea. Pero para el presidente de EEUU la imagen resulta mucho más nítida que para los televidentes comunes y corrientes. Él es parte del público, pero es también el principal interpelado; y no creo que pueda mantenerse indiferente a una crítica tan directa. Porque, por más seguro que esté Obama de que es distinto a Underwood, muchas veces se encuentra haciendo lo mismo que él. Esta incomodidad…¿tendrá esto tipo de influencia sobre su comportamiento?
¿Podrá una serie de televisión transformar al presidente de EEUU? ¿Podrá Frank Underwood cambiar el mundo? Son preguntas que vale la pena hacerse, aunque nunca lleguemos a conocer las respuestas.
***