Por Ricardo Lombardo ///
Dos y media de la tarde.
Era el viernes 18 de Julio de 1930.
El sonido del silbato del belga John Langenus puso en marcha el encuentro entre Uruguay y Perú por la primera Copa del Mundo de Fútbol que tenía lugar en Montevideo.
Minutos antes, flanqueado por el Presidente de la República Juan Campisteguy y el principal dirigente de la FIFA, el francés Jules Rimet, el titular de CAFO, la Comisión Administradora del Field Oficial, Raúl Jude, acababa de terminar su discurso señalando:
“Declaro inaugurado en esta fecha el Estadio Centenario, síntesis armoniosa del ideal creador y patriótico de un pueblo que marcha, con la frente al sol, por el recto camino de su destino histórico”
Un largo periplo de pasiones populares encontraba su comienzo.
Uno de cada diez montevideanos se había congregado ese día para ser testigo del acontecimiento histórico. El resto lo seguía por la radio.
Era el anticipo de lo que esta maravilla arquitectónica de su época habría de significar para el pueblo uruguayo: un constante romance con la emoción que emana de la confrontación deportiva.
Pero el Estadio Centenario significa mucho más que un escenario para partidos de fútbol.
Es uno de los símbolos más representativos de una época donde nuestro país buscó reafirmar su personalidad y construir el “ser uruguayo”. Se convirtió en un lugar del propósito común, de la cohesión entre nuestros compatriotas detrás de la camiseta celeste y también el coliseo para dirimir en paz las disputas internas entre la diversidad de enseñas y pasiones.
El siglo XIX fue el de la tierra purpúrea. Nuestros campos se tiñeron con la sangre de compatriotas enfrentados en guerras civiles, en batallas a degüello, en una inestabilidad institucional que estuvo plagada de avances y retrocesos.
Las primeras décadas del siglo XX, sin embargo, delinearon el Uruguay moderno. Montevideo fue planificado con sus plazas, parques y el trazado de sus calles y avenidas.
Algunos monumentos o edificios icónicos marcan esa intención de trascendencia y unidad. El Obelisco a los Constituyentes, la estatua de Artigas, La Carreta, Los últimos charrúas, etc. consolidaron en mármol y granito la voluntad de construir una nación.
Dos edificios impresionantes simbolizan esa intención: el Palacio Legislativo, que albergó al instrumento republicano por excelencia que es la elaboración de las leyes, y el Estadio Centenario, escenario de la mayor pasión de los uruguayos en general y de los montevideanos en particular.
Quizás pocas cosas materiales tengan más arraigo popular que este gigante de cemento inspirado y ejecutado por el arquitecto Juan Scasso.
Pocas cosas nos han destacado tanto como esta construcción, que fue considerada la principal del mundo en su momento.
Dijo Jules Rimet quien entonces era presidente de la FIFA:
“No he visto ninguno tan completo; hay algunos más grandes en otros países, pero destinados a toda clase de deportes. De manera que no aventuro juicio al decir que es el primero del mundo, dado que está destinado exclusivamente al fútbol”.
Más de 70 años después, luego de que albergara la primera final de la Copa del Mundo, cuatro copas América, un mundialito y nada menos que 19 finales de la Copa Libertadores de América, otro presidente de la FIFA, Joao Havelange, decía lo siguiente:
“El Estadio Centenario es nuestro Partenón. Y, como el Partenón trasciende a Grecia, el Centenario trasciende a Uruguay y a la propia FIFA. Es nuestro único Monumento Histórico del Fútbol Mundial, nuestro moderno patrimonio de la humanidad.”
Esta magnífica obra arquitectónica, de vocación futurista, con la Torre de los Homenajes que fue calificada como un notable ejemplo de la vertiente “aerodinámica” del Arte Déco en nuestro país, fue concebida como un abrazo al Parque Batlle y construida en su mayoría con mano de obra de inmigrantes italianos y españoles, en un tiempo récord de 9 meses.
En 1983, la FIFA lo declaró Monumento Histórico del Fútbol Mundial, y es el único que cuenta con esta distinción hasta ahora.
Los 90 años encuentran al Estadio Centenario en un período de reconversión.
El tiempo no pasa en vano y será necesario remodelarlo.
Su modelo de negocios, sustentado fundamentalmente en las recaudaciones de los partidos de los dos clubes de mayor convocatoria, ha quedado obsoleto, y habrá que reformularlo.
Todo un desafío para que esta especie de metáfora del Uruguay, con su esplendor, su ocaso y su reinvención, siga vigente y sea testimonio vivo de los orígenes del fútbol mundial y de la gloriosa historia celeste.
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Ricardo Lombardo para el espacio Voces en la cuarentena de En Perspectiva
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Ricardo Lombardo (1953) es contador Público, licenciado en Administración, periodista y político.
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En la foto: Estadio Centenario. Crédito: Wikimedia Commons.