Foto: Javier Calvelo / adhocFOTOS
Por Marcelo Estefanell ///
En el siglo XIV, en Europa, se expandió la peste negra y llegó a Florencia en 1348. La famosa ciudad toscana perdió dos terceras partes de su población. Dicen que pasó de 92 mil habitantes a tan solo 33 mil en tres años. Y Europa toda pasó de 80 millones a 35 millones.
Giovanni Boccaccio (1313-1375), quien ya había quedado huérfano por otra epidemia, se inspiró en la peste de su tiempo para escribir Decamerón, obra basada en conjuntos de cuentos que intercambian gente noble mientras hacen cuarentena en la campiña para evitar el contagio.
En tiempos de Cervantes, cuando este se encontraba escribiendo la novela que lo llevaría a la fama, la peste entró por Bayona y entre 1598 y 1603 se difundió por casi toda la península, causando más de medio millón de muertos y dejando a la población hambrienta y pobre. Tan grave fue, que el rey Felipe II le pidió a su médico de cabecera que escribiera un tratado sobre la enfermedad, su prevención y su curación. Y este buen señor, que se llamó Luis de Mercado, insistía en sus escritos: “En la importancia de la prevención colectiva de la enfermedad, proponiendo medidas como impedir la entrada en ciudades y pueblos de personas procedentes de lugares donde se padecía. (…) Una vez que la peste se había declarado en una villa, había que aislar a los enfermos. A los que eran pobres había que llevarlos a alguna casa fuera de la población, mientras que los ricos podían permanecer en sus hogares, con la condición de que estos quedaran incomunicados”.
Pues bien, saltamos cuatro siglos y una peste nueva afecta a todo el mundo desde hace más de 15 meses. Gracias al avance de la ciencia supimos rápidamente cuál es el patógeno, cómo actúa y cómo se lo combate eficientemente.
Sin embargo, en nuestro país, el número de muertos por covid-19 es tan rotundo y más fuerte que una trompada en la boca, por decirlo suavemente.
El número de muertos por covid-19 no es una expresión fría y ajena como pareciera que lo toma la gente, sino que muestra una situación terrible y dramática.
Como bien lo expresó el doctor Julio Medina, nos llevó 385 días llegar a la triste cifra de los primeros mil muertos por covid, 19 días en sumar mil más y otros 17 días para alcanzar los tres mil fallecimientos entre el 6 y el 7 de mayo pasado.
Pues bien, hasta el 15 de mayo, de acuerdo a los datos oficiales, se sumaron 419 compatriotas a los tres mil anteriores. Dicho de otra manera, en la primera quincena de mayo fallecieron 804 personas, 50,3 por día.
Pienso que no hay nada peor que acostumbrarnos a la muerte y a los muertos. Muchas de las conductas que observo a mi alrededor muestran una insensibilidad espeluznante, como si se creyera que las cosas le suceden a otros y no a nosotros. Como si las víctimas de la epidemia fueran una masa abstracta que vemos en los informativos. Un número sobre el cual no conviene detenerse mucho.
Puede suceder, por momentos, que nos toque de cerca un caso, o dos, y nos llevemos un gran susto. Sin embargo, pareciera que un atrofiado instinto de conservación nos permite continuar yendo al shopping, compartir un asado con amigos (total somos pocos) o amontonarnos en la rambla porque el día estaba lindo.
Por otra parte, resulta evidente que las autoridades evitan hablar de estas cifras diarias tan incómodas y se limitan a lamentarlo cuando no hay más remedio.
Es claro que el gobierno optó por una estrategia que se puede definir como original, y que consiste, como ya sabemos, en jugarse todo a la vacunación y, al mismo tiempo, sostener medidas mínimas para bajar la movilidad mientras apelan a la conciencia ciudadana y a la libertad responsable para evitar los contagios.
Pero ya no se puede dudar que fracasaron, porque no solo seguimos ostentando el primer puesto del mundo en cantidad de contagios diarios por millón de habitantes, sino que también nos llevamos la triste palma de ser los primeros en cantidad de muertos por millón de habitantes.
Por ahora, no se nota ningún cambio en las medidas sanitarias ni en las políticas oficiales. En el corto plazo, el futuro es poco promisorio y habrá que esperar a la primavera avanzada para tener un panorama más claro y para poder mirar atrás con más objetividad.
Quizás tengamos en algún rincón del mundo y, por qué no, en nuestro país, algunos Boccaccio y Cervantes que consuelen a los lectores futuros de estos desastres.
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Marcelo Estefanell es escritor, apasionado de El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha. Fue encargado de informática del semanario Búsqueda durante varios años, ha sido columnista de EnPerspectiva.net y ha participado como invitado en las Tertulias.
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