Por Rafael Mandressi ///
@RMandressi
A una cuadra de mi casa, la calle donde vivo pasa por debajo de otra. En otros tiempos corría por ahí un arroyo, hoy entubado, pero el desnivel quedó, de manera que hay seis o siete metros de viaducto, a cuyo abrigo, desde hace varias semanas, vive gente. Primero fue una señora, que apareció con un almohadón, una frazada y un vaso de cartulina para que los transeúntes dejaran alguna moneda. Después se sumó un par de personas más, un hombre y una mujer jóvenes, y por último una adolescente. Además del primer almohadón, hoy hay un colchón, una silla, un bolso, una vieja valija muy machucada y, por supuesto, más mantas.
No todos están siempre allí. La señora, la veterana, parece ser la más sedentaria, pero los demás van y vienen, se los ve sobre todo de tardecita, y a veces a mediodía. Me digo que los jóvenes salen a buscar el mango, mientras la señora mayor se queda esperando que el mango llegue a ella. No sé si pasan la noche en ese lugar, aunque la presencia del colchón y de las mantas sugiere que sí. Tampoco sé si existen lazos familiares entre esas cuatro personas, pero es probable que se conozcan desde antes de haber llegado a esa vereda bajo el viaducto, e incluso desde antes de haber llegado a París.
Al verlos y escucharlos, conjeturo que vienen de Europa del Este. Es impreciso, y tal vez equivocado, pero es todo lo que puedo suponer. Podría preguntarles, ya que algo de francés conocen, lo suficiente como para dialogar con los funcionarios municipales que pasan a diario a lavar las veredas. Quizá dialoguen, además, con los funcionarios de otro servicio público, inspirado en la emergencia móvil, a tal punto que adoptó su nombre: Servicio de asistencia médica de urgencia, al que se le agregó la palabra “social”.
El SAMU Social, que existe desde 1994, reúne centros de alojamiento de urgencia con habitaciones individuales para las noches, centros con camas especiales para cuidados de enfermería, y centros diurnos donde se ofrece asistencia sanitaria, asesoramiento jurídico, y un servicio de domiciliación, es decir una dirección para recibir correo. El SAMU Social tiene además equipos de patrullaje, fundamentalmente nocturno, integrados por médicos, paramédicos y asistentes sociales que se desplazan en camionetas, prestan primeros auxilios cuando hace falta, orientan y, llegado el caso, trasladan a quienes lo necesitan, lo aceptan o lo solicitan hasta los centros de alojamiento. Si se trata de familias con niños o de personas frágiles, puede instalárselos en hoteles con los cuales el SAMU Social tiene acuerdos, o en pensiones familiares, donde la duración de la residencia no tiene límite.
El sistema funciona todo lo bien que puede funcionar, emplea a casi 500 personas, sin contar los voluntarios, lo financia mayoritariamente el Estado pero recibe también donaciones de fundaciones, empresas y particulares, lo integran los hospitales estatales, las empresas de transporte público, la prefectura, la alcaldía y el departamento de París, coordina sus acciones con la Cruz Roja, y aun así hay personas como las que viven a una cuadra de mi casa, en “situación de calle”, como se suele decir, aunque en Francia se usen más las expresiones “sin abrigo” o “sin domicilio fijo”.
Hubo un tiempo en que el paisaje parisino incluía, casi como un elemento presuntamente folklórico, la figura del clochard, que la lengua española traduce como vagabundo, pero que el habla uruguaya traduce mejor como bichicome. Esos antiguos bichicomes prácticamente dejaron de existir, aquellos pichis que mentes extraviadas imaginaron románticos o contraculturales, ya casi no arrastran sus pies por las calles de esta ciudad. Hoy son otros, y son más. En su gran mayoría no son propiamente clochards, ni son franceses. Hablan en rumano, en búlgaro, en ucraniano quizá, como los de la esquina de mi casa, y en lenguas africanas, entre otras. Algunos son o fueron candidatos a refugiados, otros son inmigrantes, con o sin papeles.
De ellos se ocupa el SAMU Social, que peina todos los días el espacio urbano y resuelve, aunque más no sea transitoriamente, centenares de casos. Quedan otros, los menos, atornillados a una intemperie en la que están a la espera de algo, o sin esperar nada, salvo una changa, una monedita y un invierno corto, sin saber, con seguridad, si darle las gracias o maldecir al que inventó la calle. La misma duda tengo yo, cuando paso frente a la señora con su vaso de cartulina y siento, a mi pesar y equivocadamente, que estoy invadiendo su casa.
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Emitido en el espacio Tiene la palabra de En Perspectiva, lunes 30.04.2018
Sobre el autor
Rafael Mandressi (Montevideo, 1966) es doctor en Filosofía por la Universidad de París VIII, historiador y escritor. Desde 2003 reside en París, donde es investigador en el Centro Nacional de Investigación Científica, director adjunto del Centro Alexandre-Koyré de historia de la ciencia y docente en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales. Es colaborador de En Perspectiva desde 1995.