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Entrevista central, jueves 5 de octubre: Iñaki Gabilondo

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EC —Te propongo ir viendo algunos hechos, algunos pronunciamientos, algunos gestos. Un episodio muy importante de esta semana fue el discurso del rey Felipe VI el martes de noche en cadena nacional. Felipe atribuyó “deslealtad” a los líderes catalanes y afirmó que “es responsabilidad de los legítimos poderes del Estado asegurar el orden constitucional”. ¿Cómo viste esa intervención del rey?

IG —Eso me parece certero. No es bonito para un periodista español hablar no bien de sus gobiernos o de sus partidos políticos fuera de su país, pero siempre he dicho y tengo la obligación de decir lo que creo, y lo que creo es que el fracaso de la política del gobierno y de los demás partidos nacionales durante estos años, al no haber sido capaces de articular ni una mínima base común para intentar ir poniendo algún tipo de contrapeso al crescendo independentista y buscando algún tipo de salida política, ha tenido que llegar a este punto en el que al final el jefe del Estado ha tenido que salir in extremis, a cinco minutos del toque de campana, haciendo una intervención que estaba condenada a ser así, no podía ser de otra manera.

No podía no salir y no podía decir algo diferente de lo que dijo cuando salió, que fue recordar que él es el garante de la Constitución, que esta está siendo enfrentada de una manera absolutamente frontal y que eso no lo puede autorizar. No tenía otra cosa que decir. Y los que piensan que habría podido decir otra cosa no entienden muy bien la naturaleza del conflicto, que es de una envergadura legal profundísima. Hay muchos elementos laterales que se podrían considerar: actuaciones que podían haber sido de otra manera o que podían no haberse producido así, muchas cosas.

EC —Ahí estás aludiendo, por ejemplo, a la represión policial del domingo durante las horas de votación.

IG —Claro, pero no me parece que toque el core, el núcleo del problema. La acción policial más acertada o menos acertada, más discutida o menos discutida no puede ser el centro del problema. El problema está en que una parte de España, Cataluña, está pensando en independizarse y eso no es posible, la ley no lo autoriza y tenemos ahí un conflicto legal, una piedra insuperable. Que los elementos laterales pueden jugar un papel importante en la interpretación emocional de las cosas está fuera de toda duda. La acción de la policía el otro día ha enervado mucho a la sociedad catalana y ha convertido el problema en un problema que ahora se cuece a una temperatura muy superior.

Pero el problema de fondo no está ahí. Aunque la policía hubiera repartido flores y hubiera tocado el violín, el problema de fondo está en la naturaleza del conflicto, que no se ha tenido el talento, la capacidad de irlo arbitrando durante estos años de otra manera y buscando algún tipo de vía de aproximación. Ahora estamos en una situación muy difícil.

EC —Claramente el rey no intentó mediar, sino que sugirió que el Estado español debe ir hasta las últimas consecuencias.

IG —Es que el rey no puede mediar. No estamos hablando de un conflicto entre dos posiciones que alguien puede tratar de articular, de conjugar mediando. El problema es que en este momento el rey, como jefe del Estado de un país cuya Constitución no permite esa iniciativa que tiene un carácter casi de insubordinación suprema, no tiene maniobrabilidad posible. Incluso creo que con su intervención la capacidad arbitral que la corona tiene se perdió en ese sentido, se tuvo que sacrificar la capacidad de mediación o de arbitraje de la corona porque la naturaleza del conflicto no le permitía colocarse en posición de ninguna equidistancia en modo alguno. Hubieran debido las políticas haber ido provocando esas aproximaciones, pero planteada la intención de declarar la independencia de Cataluña, el jefe del Estado no podía enfrentarse al tema como si estuviera en medio de dos posiciones que lo pillaran más o menos en posición de equidistancia.

EC —Justamente, en tu editorial de ayer decías: “No se podía esperar otra cosa del rey que no fuera la defensa de la Constitución, pero un discurso así no iba a detener la revuelta sino todo lo contrario”.

IG —Esa es la parte más difícil del asunto. Yo no lo planteo como un reproche al rey, creo sinceramente que la situación lo obligaba a intervenir en los términos en los que lo hizo.

EC —¿Y entonces para qué salió a hablar? ¿A quién iba dirigido su mensaje, en definitiva?

IG —Tenía que salir a hacer pública la posición oficial institucional de la jefatura del Estado ante el conflicto en el que nos encontramos. Evidentemente el día 23 de febrero del año 81, cuando para la historia Juan Carlos I detuvo el golpe de Estado con su aparición, se diferencia mucho de la actual situación, porque el jefe del Estado salió a parar esa especie de golpe, de iniciativa de tipo subversivo, […] su intervención no la podía detener, pero era casi imposible que no saliera a la palestra, y una vez saliendo a la palestra era casi imposible que pudiera decir otra cosa. Este es mi punto de vista. Que hubiera podido, posiblemente, endulzar su intervención incorporando algunos otros elementos de otro tipo de corte, haciendo apelaciones de otra naturaleza, posiblemente sí, y creo que debió haberlo hecho. Pero eso no habría modificado sustancialmente el problema.

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