Esta cuarta entrega de Urquiza esq. Abbey Road versión audio está dedicada a Frank Sinatra, a su forma de cantar y a su notable período en Capitol Records.
Por Eduardo Rivero ///
Llevo décadas leyendo ávidamente sobre Frank Sinatra y casi siempre termino indignado. La gran mayoría de los artículos periodísticos y los libros sobre el más grande cantante norteamericano de todos los tiempos invariablemente hablan de lo que no deberían hablar.
Los tópicos favoritos –más aún cuando nos acercamos al 12 de diciembre, centenario de su nacimiento– son su vinculación con mafiosos como Lucky Luciano, Carlo Gambino y Sam Giancana, su tórrido romance con Ava Gardner, sus infinitos amoríos con damas del calibre de Lana Turner, Judy Garland, Kim Novak y la mismísima Marilyn Monroe, su amistad con John y Robert Kennedy, sus juergas corridas en Las Vegas con sus amigos del Rat Pack, Dean Martin, Sammy Davis, Jr., Peter Lawford y Joey Bishop. De música, poco y nada.
Del territorio en el que fue un genio revolucionario –Sinatra inventó la forma moderna de cantar– cuesta encontrar siquiera una mención. Su voz bellísima, de timbre abaritonado, su capacidad de fraseo magistral y única, su fiato asombroso, que le permitía respirar como un pescador de perlas, parecen tema secundario.
Sobre su música citan Strangers in the Night, su éxito tardío de 1966, cuando ya era un cincuentón, canción que Sinatra odió con toda su alma al punto que rara vez la incluía en sus espectáculos en vivo, y de la que una vez dijo que era “the worst fucking song I have ever heard”. Me ahorro la traducción por elemental pudor. O mencionan New York, New York, otro éxito tardío, que en realidad fue originalmente grabada por Liza Minnelli para la película homónima dirigida por Martin Scorsese.
De sus años grabando para Capitol Records, su era magistral y cima creativa de su carrera, tampoco se habla. Sinatra, antes que nada era un músico, un workaholic perfeccionando su arte impar. Se negaba a grabar si no era con la banda en vivo en el estudio, como si estuviesen ante el público. Entre 1953 y 1961 dejó un legado imperecedero en Capitol, en general con orquestaciones que le iban como un guante escritas y dirigidas por el notable Nelson Riddle.
El periplo de Sinatra en la música comienza antes aún, en la era dorada de la música swing. Sus primeras armas las hizo en las bandas de Harry James y Tommy Dorsey, y luego de un período en Columbia Records como cantante melódico e ídolo juvenil que hacía desmayar a las jovencitas, en 1953 se hallaba sin contrato discográfico y con su carrera cayendo en picada.
El 13 de marzo de ese año, tras un par de horas de paciente y casi desesperada espera en la recepción de la legendaria torre en forma de pila de discos de Capitol, fue recibido por Alan W. Livingston, el director de la compañía. Livingston le ofreció un contrato por siete años pensando que, en fin, había sido un gran ídolo y que al menos merecía el beneficio de la duda. El resto lo hizo el visionario productor Voyle Gilmore, quien tras hacerle grabar un simple ultramelódico con su viejo arreglador de Columbia, Axel Stordahl, lo puso en contacto con Nelson Riddle, quien había hecho arreglos para Ella Fitzgerald, Nat King Cole y Peggy Lee.
La colaboración entre Riddle y Sinatra produjo una magia inédita desde el primer instante, cuando grabaron I’ve Got the World on a String. El ídolo juvenil dejaba lugar a un cantante adulto, con el corazón destrozado por Ava Gardner y su música maravillosamente arropada por la orquesta de Riddle. Sinatra mostró una voz plena de un swing nuevo, un fraseo delicioso en los temas rápidos y una calidad dramática increíble en las baladas. Había nacido una leyenda.
Fueron los años de discos imprescindibles como Songs for Young Lovers, A Swingin’ Affair y el fenomenal Songs for Swingin’ Lovers, uno de los más grandes discos de música popular de todos los tiempos –incluye I’ve Got You Under My Skin– y los discos de baladas In The Wee Small Hours y Only the Lonely. También de tres discos arreglados por Billy May, especialmente el primero, Come Fly With Me, donde a pesar de no estar Riddle la magia era la misma. Escuchen de ese disco la voz de Sinatra en Moonlight in Vermont y después me cuentan… Tomen nota: Capitol, del 53 al 61. Ese es el período y ese es el mejor Sinatra. Y que dejen a la maffia, a Ava Gardner y a Strangers in the Night –una buena canción, hay que decirlo– descansar en paz.
En una memorable escena de Manhattan, Woody Allen baraja la posibilidad del suicidio, tirado sobre un sofá. Y entonces hace una lista de las cosas por las que vale la pena vivir: las peras y las manzanas pintadas por Cézanne, Louis Armstrong, Marlon Brando, la sinfonía Júpiter de Mozart… y Frank Sinatra. Si yo tuviese que hacer mi lista, en ella estarían también Frank Sinatra y todos sus discos para la Capitol.
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Emitido en En Perspectiva, programa del lunes 25.01.2016, hora 10.20. Publicado originalmente en Urquiza esq. Abbey Road, el blog musical de Eduardo Rivero en EnPerspectiva.net, el 11.11.2015.
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Foto: Frank Sinatra durante una sesión de grabación en los estudios de Capitol Records en Los Angeles, ca. 1957. Crédito: Sid Avery/sinatra.com.