Como docente desde hace más de 40 años e intentando encontrar explicaciones a la problemática de la enseñanza, comparto el siguiente análisis. Previo a la dictadura cívico-militar que asoló nuestro país, el Uruguay contaba con un excelente cuerpo de maestros y profesores, varios de ellos autores de los libros que acompañaban los planes de estudio. Algunas características eran frecuentes: su vocación por la enseñanza, el conocimiento sobre la materia que impartían, su experiencia para transmitir conocimientos y su compromiso con la tarea asumida. Cuando comencé a brindar los conocimientos adquiridos a otros, tomé conciencia que las materias que más me gustaron en el liceo, facultad y UTU fueron en las que tuve a los mejores profesores, habían descubierto la “llave” para entusiasmarme en esas áreas.
Cuando el golpe de estado, ese excelente grupo de maestros y profesores fue diezmado, entre cesados, detenidos y expatriados. La educación quedó en manos de docentes con escasa preparación, nula vocación y poca experiencia. Las exigencias del momento priorizaban ser enemigo de la izquierda y no criticar al gobierno de facto. Si además espiaba a los alumnos para detectar “revolucionarios” y denunciarlos, mucho mejor. Para colmo de males en primaria se instaló el sistema global para aprendizaje de la lectura, con el que se enseñaban frases completas, eliminando el viejo método de la “m” con la “a”, “ma”, con el que habíamos aprendido a leer los uruguayos. Cuando mi hijo comenzó con ese método y comprobé que no adelantaba, apliqué en casa el viejo método y terminó siendo el único alumno de primer año de ese grupo que salió leyendo y escribiendo fluidamente y sin faltas.
Durante la crisis de 2002, con una desocupación sin precedentes, muchas familias y principalmente jóvenes emigraron, con predominancia de varones, quedando muchas jóvenes sin posibilidades de continuar una carrera o conseguir trabajo. Un porcentaje de estas jóvenes optaron por el magisterio, una carrera relativamente corta y que permitía un rápido acceso laboral. La necesidad económica se antepuso a la vocación, con el agravante que sus “profesores” de liceo no habían sido lo suficientemente dedicados, ni preparados como los que formaban alumnos y ciudadanos libre pensadores antes del golpe.
La educación necesita principalmente de vocación y no es algo que se pueda generar de manera espontánea. Se siente vocación por la enseñanza cuando uno intenta imitar a los buenos docentes que tuvo y admiró en la escuela y en el liceo principalmente, ellos son los que generan ese interés en etapas tempranas y vitales de nuestra formación. Alguna gente interesada se pasa afirmando que “siempre terminan echando las culpas a los gobiernos anteriores, empiecen a mirar para adelante… asuman sus propias culpas…” Les respondo que nada es instantáneo, no se puede eliminar el pasado, es imposible borrar todos los recuerdos de la mente de las personas y decirles, a partir de hoy y por decreto, olviden el pasado, olviden todas las experiencias vividas, vivamos solamente el presente para forjar el futuro, por una sencilla razón: cuando terminamos de recitar esa frase, cuando mencionamos la última palabra que la forma, esa frase ya comenzó a formar parte del pasado.
Vivimos un presente efímero, es un microsegundo, enseguida pasa a formar parte del pasado. Y el pasado es lo que somos; las experiencias que tuvimos hasta en los primeros años de nuestra infancia nos condicionan para la vida, pesan en nuestro futuro, pesan en nuestras decisiones. Revertir situaciones nefastas vividas por la sociedad durante décadas no es tarea fácil, es casi imposible.
Además, olvidar el pasado ¿para qué? ¿Para transformarnos en entes sin sentimientos, sin motivaciones, sin historia? Tengo 66 años y cada arruga que veo en mi rostro es el reflejo de mi historia, lo que viví. ¿Para qué? Para transmitir esas experiencias a los demás, para que la humanidad avance hacia un futuro mejor, con mejores personas, mejores valores y menos egoísmo.
Referente a los docentes de hoy, los hay buenos y regulares, comprometidos y no tanto, como lo he apreciado a lo largo de los años en la actividad privada y pública, porque la actividad privada no protege contra los docentes no vocacionales, tal vez es donde mayor porcentaje exista. Tuve momentos de estar relativamente conforme y también muy desconforme con mi salario docente, en todos los casos nunca llegué a ganar lo que me hubiera gustado, siempre fue menos. Sin embargo, jamás trasladé a los alumnos mi descontento, nunca les di una clase de mala gana, son contados con los dedos de una mano las veces que falté a clase y jamás dediqué menos esfuerzo por el hecho de ganar menos. Ese no era problema de ellos, era mi problema.
Desde el momento en que aceptaba un trabajo, hacía los máximos esfuerzos por transmitir mis conocimientos a los educandos. Hoy tengo la gran satisfacción que algunos de esos alumnos son docentes y con casi todos los que me he encontrado están agradecidos por la formación que les di. No habrá sido excelente, porque las curvas de aprendizaje y experiencia van cambiando todo el tiempo, pero di todo lo que pude y conocía en ese momento.
Hoy sigo en la docencia, no me quiero retirar y continúo estudiando todo lo que puedo, porque es necesario por mí y por ellos. Es mi motivo de vida y la tarea ocupacional que mayores satisfacciones me ha brindado. No juzgo mal a mis colegas por los reclamos que hacen. Todo el mundo desea ganar más para mejorar su calidad de vida y la de sus familias, es un derecho inseparable del ser humano. Pero no estoy de acuerdo con la intransigencia, con los insultos, con la violencia en cualquiera de sus modalidades.
Un docente es ejemplo todo el tiempo, en clase, en la calle, en el ómnibus. Es un referente para los alumnos, para los padres de los alumnos y para la ciudadanía en general. Es la primera autoridad fuera del hogar con la que se encuentran los alumnos, para algunos también puede ser la primera que vean en sus vidas. Y lo más importante, los alumnos no tienen la culpa de los bajos salarios, no los hagamos rehenes de situaciones ajenas, ni les hagamos perder la posibilidad de formarse y de adquirir conocimientos.
El método global y otros factores formaron ciudadanos ignorantes, que escriben con faltas todo el tiempo, que no leen porque le tomaron aversión a la lectura dado las dificultades que les presentó durante su formación, ciudadanos cuyas únicas fuentes de información son la radio y la televisión, ciudadanos manipulables, ciudadanos predecibles hasta en sus mínimas reacciones, ciudadanos “programados” para repetir lo que otros piensan por ellos y consumir.
Por más que nos preocupemos por formar a nuestros hijos de forma independiente al resto, debemos replantearnos si es este el ciudadano que deseamos conviva con nuestros hijos o nietos y que tal vez llegue a integrar nuestras familias en un futuro.
Héctor López
Vía correo electrónico
¿Cómo te comunicás con En Perspectiva?
> Por SMS: 55511
> Por correo electrónico: [email protected]
> Por Facebook: En Perspectiva
Las opiniones recibidas podrán ser editadas por extensión y claridad.
Foto: Escolares leen libros en el Día del Libro, en la escuela 224 de El Pinar (Archivo). Crédito: Nicolás Rodríguez/adhoc Fotos.