Por Mauricio Rabuffetti ///
@maurirabuffetti
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Evaluar la calidad de la democracia y la solidez institucional de un país por el mero hecho de que se celebren elecciones, es un facilismo que suele ir de la mano de intentos deliberados por ignorar actos que corroen el sistema democrático. Es bastante fácil de apreciar si nos tomamos el tiempo de mirar a América Latina en estos momentos, donde se celebran o se planifican elecciones, mientras a los protagonistas de esos procesos les importa en realidad un comino lo que sus pueblos piensen.
Basta mirar hacia Honduras y hacia Bolivia, que acompañan una insana tendencia a perpetuarse en el poder que parece ser contagiosa en este subcontinente.
Amparado en un fallo dictado en 2015 por un tribunal constitucional que de hecho desconoció la Constitución, al igual que lo hizo el Congreso que aprobó la medida, el presidente Juan Orlando Hernández se presentó a una reelección en Honduras. La reelección estaba prohibida en ese país desde 1982 y de hecho, el porfiado intento de Manuel Zelaya por ser reelecto a pesar de lo que decía la carta magna hondureña sirvió de excusa para lo que los países miembros de la OEA reconocieron como un golpe de Estado contra su gobierno en el año 2009. Ahora Zelaya lidera a la oposición y se opone a la reelección que el mismo buscó.
Dos presidentes, de distinto signo político en el discurso, los dos intentando reelegirse con diferencia de años, a pesar de lo que dicta la Constitución, sumen a sus pueblos en el caos por no entender que las cartas fundacionales deben respetarse. Claro que, al actual proceso electoral en Honduras se le suman agravantes varias como un sospechoso retraso en el conteo de votos con reversión de tendencia incluida a favor del presidente, el rechazo a un recuento total de votos, y un estado de sitio que suspendió las libertades individuales en un marco de represión contra la gente. La misma represión que puede verse en las calles de Venezuela donde el chavismo-madurismo se ha atornillado al gobierno a costa de manipular a su antojo los poderes del Estado, en busca de perpetuidad.
Siguiendo un camino igualmente nefasto que la derecha hondureña, el presidente boliviano Evo Morales ha entendido que la Constitución de su país vale poco y nada, así como la opinión de su pueblo que le negó en un referéndum la posibilidad de una reelección indefinida.
En una curiosa interpretación de la Convención Americana de Derechos Humanos, un cuerpo normativo del que son firmantes los Estados parte de la OEA, un tribunal constitucional determinó que aunque la misma Constitución que Morales promovió en 2009 autoriza una y una sola reelección, el hombre puede seguir postulando al cargo de presidente hasta que quiera, se aburra o los bolivianos le digan otra vez que no.
Morales está en el poder desde 2006, y llegó allí rodeado de un halo seudo heroico al representar en el discurso a buena parte de la población indígena de Bolivia, olvidada, hundida en la pobreza. Y aunque muchos miembros de su equipo tenían poco que ver con esa realidad, le dio un rostro familiar al gobierno para la mayoría de los bolivianos, acostumbrados a tener en el poder a algunos personajes con acento sajón.
Pero desde entonces todo cambió, y la democracia que lo puso en el sillón presidencial y la voluntad de su gente parece que pasó a importarle menos que poquito a Morales. En 2009 cambió la Constitución, promovió ese cambio para que hubiera una sola reelección. Pero pidió al Tribunal Constitucional que contara el período 2010-2015 como su primer mandato cuando en realidad llevaría ya dos períodos consecutivos. Ahora, Morales, que atraviesa su tercer mandato, quiere volverse un presidente crónico y ya anunció que se presentará a una re re re elección en 2019.
"Estamos habilitados para que el voto del pueblo defina darnos su apoyo para una nueva gestión. La Revolución Democrática y Cultural sigue. ¡Hasta la victoria siempre!", dijo Morales en Twitter. Y así demostró que para él la opinión del pueblo es en realidad la suya propia, lo cual lo convierte en el dueño de la razón y la verdad. Porque, reiteremos, el pueblo boliviano, soberanamente le dijo en un referéndum que no quería que volviera a ser candidato por ahora.
Pero el poder tiene esas cosas cuando es mal entendido. El engranaje democrático se oxida y así, herrumbrados y con menos vergüenza que cuando empezaron a gobernar, muchos buscan entronizarse, como si fueran únicos e irremplazables. De esos, quienes llegaron allí por una voluntad popular que les resbala, son la peor calaña de mentirosos: dicen defender la democracia y a su gente, pero en realidad son unos predecibles totalitarios, pichones de dictadores.
Emitido en el espacio Tiene la palabra de En Perspectiva, miércoles 06.12.2017
Sobre el autor
Mauricio Rabuffetti (1975) es periodista y columnista político. Es autor del libro José Mujica. La revolución tranquila, un ensayo publicado en 20 países. Es corresponsal de Agence France-Presse en Uruguay. Las opiniones vertidas en este espacio son personales y no expresan la posición de los medios con los cuales colabora.