Me gusta decirle como aparece en el título al que viene por tercera vez a Montevideo, nunca con la banda que lo hizo famoso, siempre como solista (de inquietos sentimientos), nunca antes en el Teatro de Verano, el mejor escenario de la ciudad (llueve, truene o esté estrellada la noche) para presentar su nuevo disco American Utopia.
Por Felipe Reyes ///
La primera vez fue en el Cine Plaza, a mediados de los noventa, solo como cabeza pensante, con el fin de los Talking Heads a cuestas, cuando estaba metido en el mundo de Rei Momo con Celia Cruz, Willie Colón, Arto Lindsay y otros invitados varios de hispanoamérica y otras latitudes de por acá. El debut como solista había sido un experimento con Brian Eno, luego la música para una compañía de danza y después la banda de sonido para El último emperador, todos encargos, pero ninguno que dijera "David Byrne" en la tapa.
De la segunda vez que vino ni idea, pero seguro que no fue con la joven Annie de St. Vincent con quien sacó un disco divertido, más experimental, eso hubiera estado genial, tampoco con el experto productor Brian Eno en sintetizadores, eso hubiera estado interesante, o con la insoportable levedad de Cae Tano ve el oso, que me perdonen, un posible embole.
El primogénito de Tom y Emma pudo haber sido el hombre que dice arriba, por las miles de veces que apareció en la tele en horario central (no en los informativos), laterales y vespertinos de toda una década, los ochenta, en el canal más famoso de la música, que pasaba video clips las 24 horas del día .
Pudo haber sido una brillante carrera, como dice la letra de los escoses Belle and Sebastian (con los que también en algún momento se juntó, para algún proyecto moderno en el dos mil donde también estaban los de Mogwai) si se hubiera dedicado nada más que a las noticias de este mundo, y no a las distintas maneras de la música teatral. Le digo de esta forma por la puesta en escena, la manera de moverse en el escenario, plantarse en el universo como ella. No digo como ella por la canción And she was, sino por nombrar a su mamá Emma.
Su hijo la recordó en los diarios más íntimos que publicó en internet. En su relato extenso de cómo fueron las cosas, mencionó las dos canciones que cantó en su despedida, la segunda que casi no pudo terminar, por razones obvias, una canción tradicional escocesa “Sé a dónde estoy yendo”.
Esto ocurrió hace no mucho tiempo, Emma partió después que su marido (una vieja promesa), un 24 de junio del 2014.
Su único hijo varón publicó la historia detallada de cómo él y su única hermana le dijeron adiós en un memorial service, un fin de semana, o un mes más tarde. Algu na ceremonia íntima, perfecta, en la que eligió cantar dos canciones. La primera, Buck Naked, que la había escrito para cuando su cuñada enferma de sida murió y la otra, una que le gustaba a Emma, donde la letra tenía algo o mucho que ver con la vida que su mamá tuvo. De manera pacífica se fue a un lugar parecido al track dos del Stop Making Sense, una serie de conciertos que J. Demme filmó con la banda tocando en vivo, usando el sistema de sonido Dolby por primera vez para una banda de rock. Hubo premios de la crítica en la categoría de documentales de rock, antes que El silencio de los inocentes hiciera famoso del todo al director, porque la banda ya lo era de antes. Heaven es la canción del disco de esa gira. El track anterior, la primera canción, es la más conocida de la banda, y la mejor versión, una no acústica en vivo, en la que se escucha al público cantando “you start a conversation, you can’t even finish it”.
La historia completa de esto que les cuento aparece publicada en la pagina oficial de David Byrne, que tanto se parece al personaje de Dustin Hoffman en la película de la juguetería con Natalie Portman. Donde el protagonista es como una especie de humano eterno, ser especial que nunca envejece, o sí pero como en un mundo mágico, perfecto, uno que él mismo inventó, que conoce, sabe como luce, y funciona. Es igual la canción de Robyn Hitchcock, “El hombre que se inventó a sí mismo”, pero de alguna parte vino.
En las historias verdaderas de este mundo salvaje se puede ir para atrás y para adelante, sus padres se conocieron en un baile en Glasgow cuando la guerra recién había terminado. Tom era un ingeniero electrónico y Emma una no tan buena bailarina de la que se enamoró, al punto que la vez que se fue de paseo con las amigas, Tom le envió una torta por encomienda que su mamá esa única vez le ayudó a hacer. Después de ahí nunca más separaron. Volaron de Escocia, a Canada cuando el pequeño David tenía dos años, y de ahí para Baltimore cuando iba a cumplir nueve y tenía una hermana menor. El trabajo de ingeniero electrónico para esta compañía de electrodomésticos con W, iba a pagar la universidad de ambas criaturas.
Pasaron los años, hasta que David salió alto y apurado rumbo a la facultad de diseño y bellas artes, no idéntica a la de acá, pero parecida por, no se enojen, “el camino a no se sabe dónde”, difícil no perderse sin una brújula a mano. La de David apuntó a “mejor nos vamos de acá”, y se fue.
Debe de haber llegado en bici a la Gran Manzana, hablo de la ciudad que no duerme que lo recibió de brazos abiertos a él y a los de su banda, dos compañeros de facultad que eran novios.
2.
Qué vuelta más grande tuve que dar para poder empezar a hablar de David Byrne, que acaba de sacar un disco con el nombre de Utopía Americana, del que nadie escuchó mucho pero que seguro van a escuchar después de hoy.
Para los discos del presente, si es que el artista tiene uno, se inventaron las giras, son para promocionar lo nuevo más que lo viejo. Las giras pueden ser largas y aburridas como las del viejo Bob Dylan. Pero también pueden ser divertidas y fugaces, cuando hay alguien que se parece a un cantante director de baile arriba del escenario, acompañado muchas veces (otras no tanto) de una banda de músicos inesperados y despiertos que saben prender fuego una casa si el set list, la lista de canciones, en alguna parte llegando al final dice Burning down the house.
Durante un tiempo más largo que una década los Talking Heads tuvieron un éxito que no se detuvo. Comenzó claramente en el 77: su primer disco tenia el nombre de la banda, dos puntos como los anteriores y el doble siete de la suerte. Una tapa plana de un color parecido al rojo y las letras verdes llenas de esperanza.
Fueron como lanzados, catapultados, escupidos a la fama desde un lugar algo más oscuro que todos los colores de Benetton. La primera vez que tocaron en el lugar de las no sé cuántas letras, abrieron para los Ramones en aquel antro por el que desfilaron todos los de la nueva, vieja e incluso eterna ola de I love rock and roll.
Los run, run, run, run, run, run, run, away salieron a la fama como si fuera la misma historia de los cuatro de Liverpool, salvo que acá eran tres hombres y una mujer. Tres compañeros de una universidad en Rhode Island, un Chris varón y baterista, Tina su novia y bajista, David guitarrista y letrista, y un tal Jerry que estaba por ahí y que antes había estado en el primer disco de los Modern Lovers, y que bien podía tocar la segunda guitarra, el primer teclado, y cantar en las partes que la canción se lo pidiera.
Ni tan lejos, ni tan cerca de Liverpool, en Bowery St., una calle de película, de las aparecen en Taxi Driver, con humo de las pizzas de las tortugas ninja saliendo por las alcantarillas, gatos negros en los tejados, ninguno siamés, ninguna chica desayunado ahí creyendo que estaba en Tiffany’s. Ratas en la cocina, ninguna metafórica, todas parecidas a la de la letra de la canción de los UB-40.
El dueño del lugar al que le agradecieron dos veces la vez del Rock and Roll Hall of Fame tenía un perro que cagaba el lugar donde tocaban, y un sonidista que cada vez que pisaba la mierda le regalaba suerte a la banda que estuviera arriba de un escenario destartalado o apunto destartalarse, cuando no era una gotera en el techo que los pudiera electrocutar y convertir en los Dead Boys de gira por el cementerio.
Los Talking Heads salieron con un contrato de ahí y un disco debut no exitoso al principio, pero después si, lo que los hizo reír, pero no llorar.
El humor que aparecía en letras de sus canciones lo puede haber heredado Byrne de todos aquellos tíos lejanos en Escocia, primos segundos, abuelos remotos, padres presentes, o capaz todas las paredes de su cuarto de niño estaban tapizadas de la ironía entera del Reino Unido jamás será vencido. Por aquello de Road to Nowhere: sabemos a dónde vamos, pero no sabemos dónde estuvimos, supimos lo que sabemos, pero no podemos decir lo que vimos.
En su primer disco tenían el hit, el asesino demoró un tiempo en llegar a los charts. Pero después de que lo hizo una vez, nada lo detuvo, uno en serie fue.
La sangre del asesino estaba en el bajo de Tina. La presencia majestuosa de ella, la mujer rubia de pelo corto que se unió accidentalmente a la banda, porque casualmente era la novia del baterista y alguien debía ocuparse del instrumento. Alcanzó con unas clases y que los dedos fueran a sangrar en los primeros conciertos para que todo después fuera sobre ruedas, patines Xanadu, más que rieles.
Las canciones como un río que desemboca en MTV, y los pescadores de los pinchadiscos, las pasaban todo el día en las radios alternativas. Esas cosas que pasan una vez en la vida.
Genios del amor, se juntaron varias veces con Brian Eno, y cuando no era un productor que los guiaba eran otros sonidos que salían a buscar por ahí en la vuelta de la manzana.
Los Talking Heads sacaron una buena pila de discos, pero cuando la guerra de egos aparece la banda se disuelve y listo. No volvemos a tocar nunca más juntos, no me insistan. ¿Por favor, quién invento el rock and oll hall of fame?
David Byrne ya había estado haciendo experimentos solistas mientras estaba en los Talking Heads. Su cabeza pensante dejó de preocuparse por las cosas de todos los días, y cayó en que podía hacer todo lo que quisiera sin discutir con nadie. No importaba cuánto había estudiado en la universidad, había aprendido en la calles de Nueva York, pero quería recorrer el mundo. Take me to the river y empújame al agua.
Se tiró al agua, anduvo por todos lados. Inventó un sello con un nombre gracioso Luaka Bop para editar lo que algunos llaman de la manera que el odia que le digan, “World Music” que no significa música sofisticada para restaurantes caros en Nueva York o Londres.
Esta es la vencida, David Byrne llega a Uruguay con el pelo blanco, tan blanco como Jim Jarmusch en Humos del Vecino, que se puede decir es la continuación de Smoke porque todo sucede en la tabaquería que atiende Harvey Keitel. Se tuvo que ocupar de la banda de sonido, porque Lou Reed estaba ocupado hablando a cámara de inventos y patentes. ¿Qué otra película podía ser? El guión de Paul Auster, un director de cine de Hong Kong, y la historia que toda sucede en Brooklyn, donde encuentran todos los grupos étnicos y religiones que un humano se pueda imaginar. Los cortes en la película son personas que viven en el barrio que tiran estadísticas de lugar en el que viven.
Se lo pueden confundir con su tocayo Lynch si lo ven pasar en bicicleta por alguna de las bicis sendas que no existían la primera vez que vino, cuando tenía el pelo negro tupido y largo. En el 94 fue la primera vez, cuando lo trajo uno que no era su primer disco, pero que se llama idéntico a él, solo que el apellido el diseñador gráfico lo puso como en un espejo (por eso se lee al revés), y su cuerpo delante del lente de una cámara de un francés famoso en blanco y negro.
Con ese disco, que en la tapa lo tiene a él de cuerpo entero y vestido de negro, y en la contratapa las palmas de una mano, pasó por el programa de Jools Holland, quien se ocupó de hacerle la típica entrevista primero. ¿Qué discos escuchas en las ducha?, un pantallazo rápido de los Talking Heads, unos segundos del presente ecléctico, una milésima del futuro cambiante, lo de siempre, a no ser por un salvavidas que vino un poco después en el programa, cuando el conductor introduce a un mujer que sabe leer las palmas de la mano.
Camila aparece en escena, Jools la presenta, David sereno as usual, sentado arriba de un amplificador (ninguna caja peruana en la vuelta), escucha lo que esta mujer tiene para decir, arranca diciendo que sus manos se parecen muy poco a las de Keith Richards, después sale la palabra “aislamiento” de su boca, no profundiza mucho en eso, pero lo asocia rápidamente a los días en los que era un niño, dice algo más que lo hace levantar las cejas y sonreír, y después llega parece a un gran descubrimiento como si la Tierra fuera redonda, concluye diciendo que el hombre que baila nerviosamente y de manera divertida arriba del escenario es alguien que tiene una buena vida privada y un chispeante y hermoso sentido del humor, si Jools Holland lo tuviera le hubiera dicho en perfecto inglés gracias Camila, chocolate por la noticia.
Es hoy a las 21 hs en el Teatro de Verano, no se lo pierdan, y a su invitada y amiga Juana Molina tampoco. No estoy seguro pero creo que no viaja con el Oscar que gano por la banda de sonido de El ultimo emperador.
***
Sobre el autor
Felipe Reyes nació en Montevideo en 1975. Pasó mucho tiempo escuchando música, yendo al cine y leyendo. En 2001 compró un bar fundido en la calle Ciudadela llamado “La ronda”. Doce años después se instaló en Los Cardos, el histórico parador de la ruta interbalnearia, a la altura de la estación Balneario Solís. Sus días de radio empezaron hace dos décadas en la discoteca de El Espectador. Hubo un paréntesis y después trabajó en Urbana, la FM del Grupo Espectador, donde se emitió por las mañanas la primera temporada de su programa Segundo intento, que más tarde tuvo una segunda temporada en El Espectador. Ahora de regreso en la ciudad, de todas esas aventuras aún conserva un “galgo” que era de la Onda, y miles de kilómetros, historias y canciones que se escuchan en su nuevo programa, Galgomundo, que se estrenó el sábado 10 de marzo de 2018 en Radiomundo 1170 AM y va los sábados de 14 a 18 hs, repite los domingos de 18 a 22 hs.