Por Gonzalo Pérez del Castillo ///
El 24 de octubre la Organización de las Naciones Unidas (ONU) celebra sus 70 años de existencia. Ha sido una vida exitosa, ciertamente mucho más que la de su antecesora, la Liga de las Naciones, que comenzó a registrar deserciones tan pronto como fue fundada en 1919. Lenin no adhirió a ella y fundó la Tercera Internacional, Hitler se retiró en 1924 considerando que Alemania no debía pertenecer ni a la Internacional comunista ni a la capitalista.
La Liga no fue capaz de detener ni la guerra del Chaco, ni la de China, ni la Española. Tampoco logró evitar la Primera Guerra Mundial en 1914 lo que signó su destino. En contraste, la ONU ha atraído a un número siempre creciente de naciones comenzando con 53 y registrando 193 en la actualidad. Ha desempeñado un rol de primerísima importancia en el proceso de descolonización, ha fomentado el diálogo universal en todos los campos, ha logrado adhesiones a tratados internacionales sobre una amplia gama de temas, desde los derechos humanos a la Convención del Mar. Ha intentado, con las dificultades que ya veremos, promover la cooperación internacional para el desarrollo económico y –pese a circunstancias muy adversas– evitó una tercera guerra mundial en el siglo XX.
No son pocos los logros y son todos muy relevantes. Una tercera guerra mundial supone la destrucción de la vida en el planeta. Eso se ha sorteado a través de un ingenioso equilibrio que permite que cada país, sea del tamaño y la importancia que sea, tiene derecho a un voto igualitario en la Asamblea General, mientras que en el Consejo de Seguridad (CS) hay miembros privilegiados y otros que no lo son. Las decisiones del CS son vinculantes para los países miembros, no así las de la Asamblea General que son recomendaciones. Para que el CS tome una resolución debe contar con la aprobación de nueve de sus 15 miembros. Los nueve votos afirmativos deben incluir los de los cinco miembros permanentes: China, EEUU, Francia, Reino Unido y Rusia.
Setenta años más tarde, la validez de los principios que animan la Carta de Naciones Unidas no ha cambiado. Por el contrario, estos son aún más relevantes. Lo que se ha transformado es el mundo y las relaciones de poder entre las naciones. La composición del CS ya no representa la realidad geopolítica del siglo XXI. La ONU continuará perdiendo vigencia y no podrá subsistir si no se adapta a esta nueva realidad. Pero ese no es el único cambio que resulta necesario. La ONU tiene problemas de muy diversa índole que deben remediarse para que la organización pueda cumplir con los altos propósitos para los que fue creada.
Comenzando por el plano político, es de toda evidencia que el CS debe permitir la inclusión de miembros que le den mayor representatividad y legitimidad. El continente asiático que abarca más del 50 % de la población mundial está claramente subrepresentado. La presencia de Reino Unido y Francia como miembros permanentes no se justifica, un miembro permanente para la Unión Europea sería claramente más apropiado. La exclusión de Japón y Alemania, tercera y cuarta economía del mundo respectivamente, no tiene lógica 70 años después de Yalta. El mundo islámico tiene que tener una voz en el CS porque representa a 1.600 millones de personas. Sería muy beneficioso que la Ummah –la comunidad musulmana– se ponga de acuerdo sobre quién –o quiénes– deben hablar en su nombre.
África y América Latina merecen tener una representación de primer plano. No necesariamente todos deban tener poder de veto. El hecho de que una resolución vinculante del CS necesite el consenso de las grandes potencias militares ha funcionado eficazmente. En el curso de estos 70 años demasiados vetos han sido notoriamente caprichosos, pero más vale un veto en el CS que una bomba atómica como represalia. Mientras haya países armados de modo tal que pueden destruir al mundo el poder de veto en el CS es funcional y es la mejor alternativa. El propósito del CS debe ser el desarme, particularmente el desmantelamiento de las armas nucleares y/o el control internacional de las mismas. Este será un camino largo pero ineludible.
En el plano de la cooperación económica es donde la ONU ha sufrido más duramente la falta de apoyo y comprensión de sus países miembros. En los propósitos de la Carta, Capítulo I, se establecen cuatro objetivos para la Organización. El tercero es que la ONU “deberá realizar la cooperación internacional (…) de carácter económico, social, cultural o humanitario (…) sin hacer distinción por motivos de raza, sexo, idioma o religión.” No se menciona distinción alguna según la riqueza o pobreza de sus estados miembros. El llamado era a que, entre todos, se construyera un mundo mejor, más equilibrado y equitativo donde todos los seres humanos pudieran gozar de libertad y respeto por sus derechos y necesidades básicas. Solo el 15 % de la cooperación para el desarrollo pasa por mecanismos multilaterales, incluyendo la ONU.
El 85 % de la cooperación se ejerce por parte de los países ricos en forma bilateral y voluntaria. La cooperación internacional se maneja como un instrumento de la política exterior de los países donantes. Se ayuda a los países amigos, en las condiciones que el donante establece. Los intentos de la ONU de fortalecer la cooperación multilateral, con reglas de juego internacionales, sin discriminaciones y respetando la soberanía de los pueblos no recibieron el apoyo que merecían. Los “donantes”, incluso dentro de la ONU, privilegiaron el financiamiento de ciertas áreas temáticas (niño, mujer, emergencias, medio ambiente) y no respaldaron a aquellos organismos de la ONU, como la UNCTAD o el PNUD (o la CEPAL en América Latina) que tenían un pensamiento propio que cuestionaba los objetivos, los lineamientos, los métodos operativos e incluso la forma de medir el impacto de la ayuda internacional para el desarrollo.
La responsabilidad de crear un mundo mejor es de todos, no solo de los países ricos. El “mundo mejor” lo debemos definir discutiendo en un foro multilateral y en condiciones de igualdad. El financiamiento debe ser provisto por todos, cada quien según sus posibilidades, y con los mismos derechos. Ser más rico no le da derecho a nadie de imponer su visión y sus valores (para no decir sus intereses). Ser más pobre no da derecho a extender la mano para recibir. Existe también la obligación de aportar y de opinar.
La interpretación de que la cooperación internacional es un asunto de países ricos que ayudan a aquellos países pobres de su elección ha distorsionado totalmente el sentido de este propósito fundamental de la ONU. Los organismos multilaterales de desarrollo que reciben un adecuado apoyo financiero son el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Pero ahí manda quien paga. Ahí no rige "un país-un voto", sino "un dólar-un voto" y eso es otra historia. Y esa otra historia contradice un principio fundamental de la ONU.
***
Sobre el autor
Gonzalo Pérez del Castillo (Montevideo, 1946) es ingeniero agrónomo. Colaborador de En Perspectiva desde 2006, actualmente integra La Mesa de En Perspectiva. Es autor del libro Versos de una vida, publicado en 2013.
Leer otros Ensayos en EnPerspectiva.net
Foto: Placa con el logotipo de las Naciones Unidas sobre el podio de la sala de la Asamblea General, 26 de abril de 2007. Crédito: UN Photo/Ryan Brown.
Las opiniones y datos presentados en este artículo son responsabilidad exclusiva del autor.